miércoles, 17 de febrero de 2010

LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS

POR MARTYN LLOYD - JONES.
En nuestro último estudio comenzamos a considerar la doctrina bíblica concerniente a la gracia de Dios, ilustrada en la historia del autor de este Salmo. La proposición en general es que la salvación es enteramente “por gracia. . . por medio de la fe, y esto no de vosotros pues es don de Dios” (Ef. 2:8). La gloria de la salvación de cada alma es enteramente de Dios. Tenemos aquí la gran fórmula de la Reforma Protestante que no debemos olvidar jamás. Luego hemos visto que la doctrina bíblica con respecto a esto puede ser considerada en ciertas categorías. Primero, la gracia salvadora. Esta es la forma original en que nos llega la gracia, trayéndonos el perdón de nuestros pecados. Luego la gracia restringente. Hemos notado que fue Dios quien sostuvo a este hombre. Sus pies casi resbalaron. ¿Por qué no resbaló? Porque, según él, se acordó del daño que podría haber causado al hermano más débil. Pero, ¿quién puso ese pensamiento en su mente? Dios; El nos frena. Dios permite que sus hijos vaguen muy lejos, a tal punto que algunos piensen que no son hijos de Dios. Sin embargo esto significa que como hemos visto, no entendemos la doctrina del hermano caído. Parece que Dios permite que nos apartemos bien lejos, pero nunca del todo. El nos sostiene de la mano derecha, nos frena.
Luego hemos visto la obra de la gracia restauradora. Dios hizo volver a este hombre y lo llevó al santuario. No fue un pensamiento ocioso que vino a su mente, y le obligó a decir, “Y bien, ¿por qué no voy a la casa de Dios?” Alguno que haya vagado lejos del Señor al leer estas palabras, y examinar su propia experiencia, encontrará que el pensamiento que le vino, no fue un impulso repentino sino que Dios se lo puso en su mente. Dios manipula nuestras mentes y pensamientos. Le llevó al santuario y como resultado lo restauró.
A este punto llegamos. Todo eso pertenece al pasado. El salmista está todavía mirando hacia atrás. No puede entender este “con todo”, esto tan sorprendente. “Todavía estoy en la presencia de Dios”, dice. “Dios todavía me mira y se interesa por mí, a pesar de lo que estuve haciendo, a pesar de lo que casi llegué a hacer”. “Con todo yo siempre estuve contigo”. No lo puede olvidar, y dice: “Estoy aquí por Dios y por su gracia”. Y dándose cuenta de esto, mira hacia el futuro. ¿Cómo será? Su respuesta es: “El futuro será siempre igual. Estoy siempre en las manos de Dios”. Y dado que “me tomaste de la mano derecha”: “me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria”.
El primer punto que tenemos que considerar aquí es que este nuevo paso que el salmista toma es casi inevitable en vista de lo que dijo. Para mí todo el caso depende de esa proposición. Mi argumento es que la persona que comprende, como el salmista, lo ocurrido en el pasado, tiene, por necesidad e inevitable lógica, que decir esto acerca del futuro. Por tanto, si no podemos decir lo mismo que él acerca del futuro, significa que no hemos comprendido el pasado. En otras palabras, la vida cristiana es un todo. La doctrina de la gracia es una sola e indivisible; no podemos tomar parte de ella y dejar el resto. Es todo o nada. Afirmo, pues, que este hombre hizo esta declaración porque se vio obligado a hacerlo. Argumenta así: “He sido restringido; cuando casi me perdía, he sido sostenido por la poderosa mano de Dios. Como resultado de su gracia, estoy en la presencia de Dios. ¿Por qué? Por la gracia restauradora de Dios. Pero ahora se suscita esta pregunta: ¿por qué Dios me trató así?, ¿por qué Dios me restringió?, ¿por qué Dios me restauró? Hay una sola respuesta a esta pregunta. Dios ha hecho esto porque le pertenezco, porque Él es mi Padre, porque soy su hijo. En otras palabras, no es algo accidental o fortuito. Dios ha hecho esto conmigo por la relación que existe entre nosotros, y por lo tanto, si esto es verdad, tendrá que seguir haciendo lo mismo en el futuro.
Es decir que estamos considerando, aunque no nos demos cuenta de ello, lo que se conoce como la doctrina “de la perseverancia hasta el fin, de los santos”. ¿Conocemos esto? No ha habido otra doctrina descubierta por la Reforma Protestante, que haya traído más gozo, aliento y consolación al pueblo de Dios, que ésta. Fue esta doctrina la que sostuvo a los santos del período del Nuevo Testamento, y como veremos, desde esa época no ha habido nada que haya sostenido y estimulado tanto al pueblo de Dios. Esta doctrina explica las grandes proezas que hay en los anales de la Iglesia Cristiana. Jamás entenderemos a personas como los Pactantes de Escocia y los Puritanos —hombres que han dado sus vidas con gozo y gloria— si no es a la luz de esta doctrina. Es la explicación de algunas de las maravillosas cosas que sucedieron durante la última guerra; es la única forma que podemos entender cómo algunos cristianos alemanes enfrentaron a Hitler y le desafiaron.
El salmista ahora nos da una excelente exposición de esa doctrina. Se dirige a Dios y esto es lo que dice: “Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria”. Muchos expositores bíblicos no se han puesto de acuerdo en cuanto al significado exacto de esto. A algunos no les gusta la palabra “después”. Dicen que debe leerse así: “Me guiarás hacia la gloria”. Sin embargo, el sentido es el mismo. Va sea que pongamos estas palabras en presente o en futuro, hay un elemento de continuidad en las mismas. Lo que el salmista está diciendo es: “Tú estás haciendo esto ahora, y lo seguirás haciendo, y ‘después’ gloria…”. Este hombre no está expresando una esperanza pía; está absolutamente seguro de ello, como el resto del Salmo lo explica más extensamente y en detalle.
Esta es una doctrina que se encuentra en toda la Biblia, en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo. Los santos del Antiguo Testamento vivieron en el mundo a la luz de esta doctrina. Así se explican los héroes de la fe mencionados en Hebreos 11 de Abel en adelante. Se ve con particular claridad en el caso de Noé. Noé fue un excéntrico, necio y extraño en la sociedad en que vivió. Parecía muy ridículo construir un arca. El no era como los demás, que vivían para este mundo. No; se estaba preparando para una catástrofe. ¿Por qué lo hizo? Porque conocía a Dios, creyó en El (deseaba solamente agradarle a Él. Una magnífica presentación de esta doctrina se encuentra en Hebreos 11:13-16: “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos porque les ha preparado una ciudad”
Esta es una síntesis perfecta de la forma en que los santos del Antiguo Testamento vivieron; explica la fe de ellos y su filosofía de la vida. Es la declaración de la doctrina de la perseverancia de los santos hasta el fin. Se ve más clara, como es de esperar, en el Nuevo Testamento. Y es más clara por esta razón: porque el Hijo de Dios ha venido a este mundo y cumplido con su obra, y por lo tanto tenemos mucha más seguridad que los santos del Antiguo Testamento. Ellos tenían seguridad, pero nosotros deberíamos estar doblemente seguros. El Hijo de Dios vino a este mundo y volvió al cielo. El ha sido oído, tocado y palpado. Tenemos toda esta evidencia y aun más, pues el Espíritu Santo ha sido dado en una forma tal que no había sido experimentado antes de Cristo. El efecto de esto tendría que asegurarnos doblemente esta gloriosa y maravillosa doctrina de la perseverancia de los santos hasta el fin.
Al considerar esta doctrina, estamos mirando a la doctrina del hermano caído en una forma positiva. Anteriormente, la habíamos visto en una forma negativa, considerando el aspecto restringente y el aspecto restaurador de la gracia de Dios. Si ponemos esa doctrina en forma positiva y en el futuro, tenemos la perseverancia de los santos. ¿Por qué Dios no permite que el hermano caído se pierda del todo? ¿Por qué decimos siempre que el hermano caído vuelve y debe volver? Esta doctrina nos da la explicación.
Consideremos, entonces, esta gran doctrina. ¿Qué evidencias tenemos de ella? Este Salmo que estamos considerando es una de las mejores. No obstante, veamos algunas declaraciones del Nuevo Testamento. Leamos las palabras del Señor Jesucristo en Juan 10:28, 29: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”.
Esta declaración en sí es más que suficiente. Esas palabras fueron pronunciadas por nuestro bendito Señor y Salvador sin ninguna salvedad. Son una aseveración dogmática, una certeza absoluta. No podrían ser más fuertes. Sin embargo, consideremos también otros pasajes de las Escrituras. Miremos el final de Hebreos 6 y Hebreos 11. Quizás no conozcamos bien estos pasajes y habrá cosas de las cuales no estamos seguros. Pero permítaseme recordar una declaración que hizo Lord Bacon: “No permitas que las cosas de las cuales no estás seguro, te roben de lo que estás seguro”. ¡Qué declaración profunda es esta en cualquier nivel! Cuando se aplica a doctrinas bíblicas significa esto: Por un lado tenemos una declaración categórica hecha por nuestro Señor que es clara y sencilla. No puede haber equivocación alguna acerca de ella; es absolutamente cierta. Muy bien; entonces cuando nos encontramos con pasajes que son inciertos, ¿qué hacemos con ellos? ¿Abandonamos aquello de lo cual estamos seguros? Lord Bacon dice que si somos sabios, nunca debemos permitir que lo incierto nos robe de lo cierto. Lo que dice el Señor es absolutamente seguro y lo tomamos así. Luego examinemos los otros versículos a la luz de esto.
Si hacemos así encontraremos que no es muy difícil como he dicho anteriormente al pasar, en pasajes como los primeros versículos de Hebreos 6, no hay manifestación alguna de que esas personas habían nacido de nuevo. Nunca olvidemos que hay personas que parecen ser cristianas, que aprueban las debidas declaraciones, y que muestran muchas otras señales, pero esto no significa necesariamente que han nacido de nuevo. Quizá hayan “gustado” del don celestial, o hayan experimentado algo del poder del Espíritu Santo, pero no significa necesariamente que recibieron vida de Dios. La doctrina de la perseverancia de los santos se aplica a aquellos que recibieron vida.
Consideremos ahora aquellas repetidas declaraciones de Romanos 8, y especialmente el versículo 30: “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. El Apóstol Pablo enseña aquí claramente que si Dios justifica a una persona, El ya le glorificó. Todo este pasaje es una tremenda exposición de la doctrina de la perseverancia de los santos hasta el fin, y termina con un último desafío: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” “Estoy seguro (en griego, absolutamente seguro) de que ni la muerte, ni la vida… nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Leamos otro pasaje: “El”, dice Pablo a los Filipenses (1:6), “que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Miremos también en Pedro 1:5. El apóstol dice: “guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. ¡Y así podríamos pasar horas citando Escrituras a tal fin!
Sobre la base de estas declaraciones, ¿cuál es exactamente la doctrina? ¿Cuáles son las verdades que pueden basarse sobre estos argumentos? ¿Cómo probamos, cómo demostramos esta doctrina? Parecería que esta enseñanza puede ser subdividida de la siguiente manera.
Esta verdad está basada sobre el carácter inmutable de Dios. “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”, dice Pablo. El es el “Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. La voluntad de Dios es inmutable, y es inmutable porque Dios es Dios. Lo que Dios desea, lo que Dios se propone, Dios lo ejecuta. La inmutable voluntad de Dios es la roca fundamental de todo. Si yo no creo esto, no tengo fe. La verdad absoluta es que Dios es Dios. “Yo soy el que soy”, eterno, inmutable y siempre el mismo. En otras palabras, Dios no es como el hombre, nunca empieza algo para luego abandonarlo. Esto es tan típico de nosotros ¿no es cierto? Tenemos nuevos intereses y vivimos para ellos; luego los abandonamos. Nosotros tenemos esta tendencia, pero Dios no es así. Cuando Dios comienza una obra, El la completa. Dios es incapaz de dejar algo a medias. Este es el fundamento de toda nuestra posición. Dios no se niega a sí mismo. No es inconsecuente. No hay contradicciones en Dios, todo es sencillo y claro. El ve el fin desde el principio: así es Dios. Si no descansamos en la voluntad inmutable de Dios y su propósito, no tenemos nada en que descansar.
El segundo argumento que deduzco concierne a los propósitos de Dios. Evidentemente no hay nada más claro en las Escrituras, desde el principio hasta el final de ellas, que esto: Dios tiene un gran propósito, y su propósito es salvar a los que creen. No podemos leer la Biblia honestamente y sin perjuicio sin ver esto claramente. Encontramos allí el relato de la creación, la explicación de la caída del hombre y de la humanidad pecaminosa. Pero luego introduce el mensaje de la gracia. ¿Quee es esto? ¿No es que Dios nos muestra su propósito en salvar a aquellos que creen? Lo estoy expresando así deliberadamente. La Biblia establece claramente que hay algunas personas que pasarán la eternidad en gloria, y que hay otras que no la van a pasar allí.
¿No es esto el evangelio? Encontramos en todas partes esta división, este juicio, esta separación entre el pueblo de Dios y aquellos que no son de Dios. Es el propósito de Dios salvar a aquellos que creen, y es un propósito inmutable. Es un propósito que se llevará a cabo. ¿Por qué?
Esto me lleva a mi próximo argumento concerniente al poder de Dios. Este mundo está gobernado por un poder hostil a Dios. Ese poder se describe como “el Dios de este mundo” o “Satanás”, y él ha organizado sus fuerzas con una extraordinaria habilidad y sutileza de tal manera que toda su acción en esta vida y en este mundo está programada en contra del pueblo de Dios. Las tentaciones, las sugerencias, las insinuaciones, toda la actitud, todo el prejuicio —no necesito describirlos— todo está en contra nuestra. Y evidentemente la pregunta que se presenta aquí es la siguiente: tenemos aquí a un hombre que es Hijo de Dios, ¿corno enfrentará todo esto? ¿No es evidente que caerá? Leamos el Antiguo Testamento y encontraremos que estos hombres piadosos cayeron en pecado, entre ellos David y muchos otros. ¿Cómo puedo estar seguro que seguiré adelante? La respuesta es que estoy sostenido por el poder de Dios, sostenido por la gracia de Dios: “Me tomaste de la mano derecha”. Esta es la única base — el poder de Dios. No cabe duda que es un poder invencible, ilimitado e infinito. Es por eso que el Apóstol Pablo, orando por la Iglesia en Éfeso, pide tres cosas para ellos (Ef. 1:18-19). Ora para que sepan “cuál es la esperanza” a que Dios los ha llamado. Ruega para que conozcan “las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”, y también cuál es “la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos”, el poder de Aquel que levantó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo. “Ahora bien”, dice Pablo, en efecto, a estos Efesios, “esto es lo que estoy pidiendo por ustedes. Son cristianos en una sociedad pagana y están pasando por un tiempo muy difícil. Lo más grande que pueden llegar a conocer, es que el poder que está en ustedes es el poder que Dios ejerció cuando levantó a su Hijo de entre los muertos y lo resucitó”. Este es el poder que está trabajando por nosotros y en nosotros. El no se contenta con decirlo una vez, lo repite y lo enfatiza. El poder de Dios es tal, que “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Ef. 3:20).
Sin embargo, tengo un argumento que es mucho más fuerte que todo lo que he dicho. Hay algo que es aun de mucho más valor práctico para ustedes y para mí que las doctrinas de la voluntad de Dios, del propósito de Dios y del poder de Dios. Somos tan sordos para oír, y tan lentos en las cosas espirituales que estas declaraciones nos parecen remotas y abstractas. Por eso les daré algunas evidencias concretas de la historia, una demostración práctica de lo que he estado diciendo. La encontramos en la última parte del versículo 24 de este Salmo. Comencé diciendo que él enfrenta el futuro y lo hace con lo que deduce del pasado. Lo hace con bastante lógica. Dice que el Dios que lo trató con tanta gracia no lo puede abandonar. Lo expresaré en palabras del Nuevo Testamento: “Si (me gusta este sí, me gusta la lógica del Nuevo Testamento) siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Rom. 5:10). ¿Podemos refutar esta lógica? Veamos lo que está diciendo. Si este Dios Todopoderoso envió a su Unigénito Hijo amado para morir en la Cruz del Calvario, cuando todavía éramos enemigos, ¿cuánto más seremos salvos por su vida? El Dios que hizo esto por nosotros, no nos puede dejar ahora. Se tendría que negar a sí mismo para hacerlo. Habiendo hecho lo más importante, no puede rehusar hacer lo menos importante. Lo tiene que hacer.
Sin embargo, el apóstol, conociendo cómo somos, lo repite nuevamente en Romanos 8:32: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con é1 todas las cosas?” El no escatimó su humillación ni sus sufrimientos, no escatimó los esputos ni la cruel corona de espinas, ni la agonía de los clavos en sus santas manos y pies; no escatimó la tremenda carga de la culpa del pecado. “El que no escatimó ni a su propio Hijo… ¿cómo no nos dará también con El todas las cosas?” ¿Queremos algo más? Si esto no es suficiente, entonces me desespero. El Dios que hizo esto por nosotros está obligado a darnos todo lo que es esencial para nuestra salvación final. Es imposible pensar que El no lo haría. Nuestro trabajo nunca es en vano en el Señor si creemos lo que Pablo dice en 1Corintios 15. Y si esto es cierto de nuestro trabajo cuánto más cierto es del suyo.
Quisiera darles un último argumento. La forma en que somos salvos es, para mí, la prueba final de la doctrina de la perseverancia de los santos hasta el fin. ¿Qué es lo que quiero decir? Digo que somos salvos por nuestra unión con Cristo. Esta es la enseñanza de Romanos 5 y 6. Si de veras estamos in Cristo y unidos a Él nunca podemos dejar de serlo. Formamos parte indisoluble de Él, estamos unidos a Cristo. La doctrina de la justificación también prueba esto. Dios dice “… nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades”. Hemos muerto con Cristo; hemos sido crucificados con El y también hemos sido sepultados con El; hemos sido resucitados con Cristo, y estamos sentados con El en lugares celestiales. Todo lo que es verdad de Él es también verdad de nosotros. ¿Puede esto dejar de ser cierto? La doctrina del nuevo nacimiento enseña lo mismo. Somos participantes de la naturaleza divina. Adán no lo fue. A Adán le fue dada una justicia positiva, pero no fue hecho participante de la naturaleza divina. Fue hecho a la imagen y semejanza de Dios y nada más; pero aquel que está en Cristo, el que es cristiano, el que ha nacido de nuevo, es “participante de la naturaleza divina”. Cristo está en él y él en Cristo.
Sigamos la lógica de estas proposiciones. Si creemos estas doctrinas veremos que ciertas cosas se suceden inevitablemente. No puedo entender a aquellos que dicen que hoy uno puede nacer de nuevo y mañana puede dejar de ser renacido. Es imposible, es monstruoso, es casi una blasfemia sugerir esto. Podemos tener experiencias emocionales que van y vienen; podemos tomar decisiones y luego renunciar a ellas. La Biblia enseña acerca de la actividad y la acción de Dios, y cuando Dios obra, lo hace efectivamente; y si estamos en Cristo, sin duda alguna, estamos en Cristo. Si somos participantes de la naturaleza divina v estamos unidos a Cristo en una unión espiritual y formamos parte de Él, no puede haber separación.
Aquí, entonces, están los argumentos que prueban y substancian esta doctrina. Queda la pregunta de cómo lo hace Dios. ¿Cómo es que Dios nos sostiene? El salmista lo expresa así: “Me has guiado según tu consejo”. El dirige; El guía. El hace todas las cosas que hemos considerado en nuestro estudio anterior. Nos frena, trabaja en nosotros: “…ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer…” (Fil. 2:12). Así es como El preserva a su pueblo; así es como nos sostiene por su gracia, y nos libra del pecado. El obra en nosotros, en nuestras mentes y también en nuestras disposiciones y deseos. Pedro, al principio de su segunda epístola, recuerda a quienes está escribiendo que se les ha dado “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad”. “Todas las cosas”: todo lo necesario para vivir una vida santa se encuentran en las Escrituras, en el Espíritu Santo, en la Persona de Cristo. Por medio de estas cosas Dios nos guía, nos sostiene y nos perfecciona. El se ocupa de nosotros, somos hechura suya y su cincel ha sido utilizado en nuestra formación. ¿Hemos estado enfermos? Probablemente haya sido Dios que lo permitió. “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros…”, dice Pablo en 1Corintios 11:30. Porque algunos de los miembros de la iglesia en Corinto no se estaban examinando y juzgando a sí mismos, Dios tuvo que tratar con ellos por medio de enfermedades y dolencias. “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (He. 12:6). Esto es a veces parte de su proceso en sostenernos y traernos a esa glorificación final que nos aguarda.
Terminaré con esto. ¿Adonde nos lleva este proceso? De acuerdo a este hombre, nos lleva a la gloria… “Me recibirás en gloria”. Quiere decir que si estamos en las manos de Dios, y somos sostenidos por El, disfrutamos en parte de esa gloria aun en este mundo. Aun en este mundo comenzamos a gozar algo de los frutos de la salvación, de la vida que es gloria. Los dones del Espíritu, la gracia del Espíritu, los frutos del Espíritu, todo esto es parte de la gloria. Cuando Dios comienza a producir estas cosas en nosotros, nos está glorificando. El nos hace diferentes al mundo y a sus habitantes; nos hace semejantes a Cristo. Algo de la gloria de nuestro bendito Dios nos pertenece.
Gracias a Dios por esta verdad. Sí, pero esto sólo es el comienzo; esto es sólo una anticipación. En verdad, es sólo después de la muerte que llegaremos perfectamente a la gloria que nos espera, a gozar de todo lo que significa el cielo. “… Me está guardada la corona de justicia”, dice el gran apóstol Pablo. Es por eso que él ora repetidamente por las iglesias para que conozcan “la esperanza de su vocación” y “las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”. En otras palabras, Dios nos está preparando para Sí mismo, y el final de nuestra salvación es que iremos a estar con Dios y gozar de su vida con El. ¡Qué criaturas miserables somos, qué criaturas tontas, descontentas, que nos quejamos pero nos atamos a las cosas de este mundo! ¿Sabes que tú y yo, si estamos en Cristo, estamos destinados a gozar de la \ida y de la gloria de Dios mismo? Esta es la gloria que nos aguarda. No es apenas el perdón de los pecados; estamos siendo preparados para esa positiva, eterna gloria. Esta es la enseñanza que el salmista está exponiendo. Este es el fin y el objetivo a donde la gracia sustentadora de Dios nos lleva, y para la cual El nos está preparando.
Sin embargo alguien podría preguntar, ¿no es esto acaso una doctrina peligrosa? Existiría el peligro de que alguien dijera: “Como ya soy salvo, no importa lo que hago”. Mi respuesta es ésta. Si después de escuchar la doctrina que he estado enunciando llegamos a esa conclusión, entonces no tenemos vida espiritual en nosotros mismos, estamos muertos. “Todo aquel que tiene esta esperanza en él”, dice en Ira. Juan 3:3, “se purifica a sí mismo, así como él es puro”. Si se nos hubiera prometido una audiencia con alguna persona importante, nos prepararíamos para ello. Y lo que he estado diciendo es que si somos hijos de Dios, seremos llevados a la presencia eterna y estaremos delante de la gloria de Dios. “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. Cuanto más seguro esté yo de esto, más preocupado estaré de mi santificación y pureza; más y más trataré de purificarme. El tiempo es corto. Sé que el fin se acerca; no tengo ni un momento para perder. Debo prepararme con más y más diligencia para el día de la coronación el cual llegará pronto.
Termino con un fragmento de lógica de John Newton. Él lo pone así:
Su amor en todo el pasado me impide pensar
Que en las pruebas finales me dejará hundir.
Cada dulce experiencia que me hace gustar
Confirma que me quiere a la gloria llevar.
Dios permita que todos, cuando miramos a nuestros “Ebenezeres” pasados (ver 1Sam. 7:12), podamos gozar de esta gloriosa y bendita seguridad: que El no puede ni quiere abandonarnos. De esto estamos seguros ¡bendito sea el nombre Dios!

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