miércoles, 24 de febrero de 2010

EL PECADO


Por J.C.Ryle.


El pecado es transgresión de la ley’

(1ª Juan 3:4) Quien desee tener nociones claras sobre la santidad cristiana, debe empezar estudiando el vasto y solemne tema del pecado. Si se quiere edificar muy alto, primero se ha de cavar muy hondo. Cualquier error sobre este punto es fatal. Por lo general, las ideas equivocadas que sobre la santidad se tienen son resultado de nociones erróneas con respecto a la depravación de la naturaleza humana. Para una comprensión apropiada del teme de la santidad, hay que entender primero el tema del pecado.
Es evidente, y bíblico al mismo tiempo, que el conocimiento del pecado constituye la raíz misma de la fe cristiana. Sin él, doctrinas tales como la justificación, la conversión, la santificación, no son más que meras palabras que no aportan conocimiento alguno a la mente. Cuando dios se propone hacer una nueva criatura en Cristo, lo que primeramente hace es enviar luz al corazón del pecador, a fin de que éste puede ver su estado de culpabilidad. La creación material del Génesis empezó con luz, y con luz empieza también la creación espiritual. Por la obra del Espíritu Santo, Dios brilla en nuestros corazones, y es así como la vida espiritual empieza (2ª Corintios 4:6). Gran parte de los errores, herejías y doctrinas falsas tan comunes en nuestro tiempo, se originan y tienen su causa en ideas poco claras y poco profundas sobre el pecado. Si una persona no se ha dado cuenta de la peligrosa naturaleza de la enfermedad de su alma, no nos extrañe que se contente con remedios falsos o imperfectos. Una de las necesidades más imperiosas de nuestro siglo ha sido, y es, la de una enseñanza más clara y completa de lo que es el pecado.

I – Definición de pecado.

Todos estamos familiarizados con los términos ‘pecado’ y ‘pecadores’. Con frecuencia hablamos del ‘pecado’ en el mundo, y de personas cometiendo ‘pecados’. Pero ¿qué es lo que queremos decir cuando usamos estos términos y estas frases? ¿Comprendemos lo que decimos? Mucho me temo que sobre este tema reina mucha confusión y mucha oscuridad. De una manera tan breve como pueda trataré de definir lo que es el pecado.
Como se declara en una de nuestros artículos doctrinales, el pecado ‘es la culpa y corrupción de la naturaleza de cada hombre que desciende de Adán; y por la cual el hombre está muy lejos de la justicia original, y por propia naturaleza está inclinado al mal; de manera que la carne codicia continuamente contra el espíritu; por consiguiente, y en toda persona nacida en este mundo, el pecado merece la ira y condenación de Dios’. El pecado es, pues, aquel mal tan común y universal que aflige a toda la raza humana, sin distinción de rango, clase, nombre, nación, pueblo o lengua; es un mal del que sólo se libró un hombre: el Señor Jesús.
Además, y de una manera más particular, el pecado consiste en hacer, decir, pensar o imaginar, cualquier cosa que no está en perfecta conformidad con la ley y mente de Dios. Como dice la Escritura: ‘El pecado es la transgresión de la ley’. El más insignificante alejamiento (externo o interno) por nuestra parte de la voluntad revelada de Dios, constituye pecado y nos hace, por consiguiente, culpables delante de Dios.
A los que con atención leen la Biblia no es necesario que les diga que aunque una persona no cometa abierta y externamente un acto malo, en su corazón y en su mente puede haber traspasado la ley de Dios. En el Sermón del Monte el Señor Jesús estableció, sin dar lugar a dudas, esta posibilidad (Mateo 5:21-28). Con gran acierto ha dicho uno de nuestros poetas: ‘Un hombre puede sonreír y sonreír, y aún así ser un villano’.
Tampoco es necesario que haga observar al estudiante diligente del Nuevo Testamento, que hay no sólo pecados de comisión, sino también pecados de omisión; y que a menudo pecamos por ‘haber hecho las cosas que no debíamos haber hecho’, como pecamos también por ‘no haber hecho las cosas que debíamos haber hecho’. Esto bien claramente se prueba por aquellas palabras del Maestro que encontramos en el evangelio según San Mateo: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno; porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber’ (Mateo 25:41-42). Profunda y acertada fue la confesión de aquel santo hombre, el arzobispo Usher, antes de morir: ‘Señor, perdona todos mis pecados, y de una manera muy especial, mis pecados de omisión’.
Pero particularmente en los tiempos en que vivimos, creo que es necesario recordar a mis lectores que una persona puede cometer pecado, y aunque sea tan ignorante del mismo que se imagine inocente, no por ello deja de ser culpable. No puedo encontrar la sanción bíblica a la aserción moderna de que ‘el pecado no es pecado, a menos que seamos conscientes del mismo’. La Palabra de Dios nos enseña todo lo contrario; en los capítulos 4 y5 del libro del Levítico (por cierto tan descuidado) y en el 15 de Números, encontramos que de una manera clara se enseña a Israel que había pecados de ignorancia que dejaban al pueblo en una condición impura y un necesidad de sacrificios expiatorios. Y según las palabras tan evidentes del Señor Jesús, al siervo que ‘no entendió e hizo cosas dignas de azotes’, no se le excusó a causa de su ignorancia, sino que fue ‘azotado’ o castigado (Lucas 12:48). Haremos bien en recordar que si hacemos de nuestro conocimiento y conciencia (tan miserablemente imperfectos) la medida de nuestra pecaminosidad, nos colocaremos en terreno muy peligroso. Un buen estudio del libro de Levítico nos puede ayudar mucho en este aspecto.

II – Causa y origen del pecado.

Mucho me temo que sobre este particular la manera de pensar de muchos cristianos es tristemente defectuosa y poco sólida; por eso no dejaré sin tratar este punto. Acordémonos siempre de que la pecaminosidad del hombre no viene de fuera, sino que brota del interior de su corazón. No es el resultado de una formación deficiente en la infancia; no se debe a las malas compañías y a los malos ejemplos, como muchos cristianos débiles con demasiada indulgencia conceden. ¡No! Es una enfermedad familiar que todos hemos heredado de nuestros primeros padres Adán y Eva, con la cual hemos nacido. Nuestros primeros padres fueron creados ‘a imagen de Dios’ y en estado de justicia e inocencia, pero cayeron de esta justicia original y se convirtieron en pecadores. Y desde aquel día, todo hombre y mujer que viene a este mundo nace con la imagen del Adán caído, y en consecuencia hereda un corazón y una naturaleza inclinada al mal. ‘El pecado entró en el mundo por un hombre’. ‘Lo que es nacido de la carne es enemistad contra Dios’. ‘Porque de dentro, del corazón de los hombres (como si fuera una fuente), salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones’ y cosas semejantes (Romanos 5:12; Juan 3:6; Efesios 2:3; Romanos 8:7; Marcos 7:21).
El más hermoso de los bebés que haya nacido este año, y que se ha convertido en el centro de los afectos y atenciones de la familia, no es, como favoritamente lo llama su madre, un ‘pequeño ángel’ o un ‘pequeño inocente’, sino un ‘pequeño pecador’. ¡Ah! Por mucho que sonría y se mueva en la cunita, pensad que en su corazón lleva las semillas de la iniquidad. Vigiladle estrechamente mientras crece en estatura y su mente se desarrolla, y pronto descubriréis en él una tendencia constante hacia aquello que es malo, y un alejamiento de todo aquello que es bueno. Descubriréis en él los brotes y los orígenes del engaño, de un temperamento malo, del egoísmo, de la voluntad propia, de la obstinación, de la avaricia, de la envidia, de los celos y de las pasiones que, de no ser reprimidas y controladas a tiempo, se desarrollarán con dolorosa rapidez. ¿Quién enseñó al niño estas cosas? ¿Dónde las aprendió? Sólo la Biblia puede dar respuesta a estas preguntas. De todas las tonterías que cualquier padre puede decir de sus hijos, la peor es aquella de que ‘en el fondo mi hijo tiene buen corazón’. ‘No es lo que debería ser, pero es que ha caído en malas manos. Las escuelas públicas son lugares malos... Los maestros descuidan a los niños y..... Pero aun con todo, en el fondo, tiene buen corazón’. Pero en realidad, la verdad es lo diametralmente opuesto a las afirmaciones del padre: la causa primera de todo pecado está en la corrupción natural del corazón del muchacho y no en la escuela o las compañías.

III – El alcance del pecado.

No nos equivoquemos en este particular. Veamos cuál es el testimonio de la Escritura con referencia a los límites del pecado. ‘Todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal’. ‘Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso’ (Génesis 6:5; Jeremías 17:9). La enfermedad del pecado corre por todas las partes de nuestra constitución moral y por todas las facultades de nuestro ser. Los afectos, las facultades intelectuales y la voluntad, están todas, más o menos, infectadas por la plaga del pecado. Incluso la conciencia es tan ciega que no constituye un guía seguro del cual podamos depender, y si no es iluminada por el Espíritu Santo, muy posiblemente nos llevará por un sendero equivocado. En resumen: ‘Desde la planta del pie hasta la cabeza, no hay en él cosa ilesa’ (Isaías 1:6). La enfermedad quizá esté encubierta bajo una delgada capa de cortesía, educación y decoro, pero se encuentra arraigada en lo profundo de nuestra naturaleza.
Admito plenamente que el hombre, aun después de la caída, posee grandes y nobles facultades, y que en las ciencias, en las artes y en la literatura da muestras de una capacidad maravillosa. Pero en lo que a las cosas espirituales concierne está totalmente ‘muerto’, y carece de u verdadero conocimiento, amor y temor natural de Dios. Lo mejor del hombre está tan mezclado con la corrupción, que el contraste aún pone más de relieve la verdad y alcance de la caída. Como resultado del pecado, en el hombre se dan grandes contrastes: en algunas cosas puede ascender a grandes alturas y en otras descender a un nivel muy bajo; en la concepción y realización de cosas materiales puede ser sublime, pero en sus afectos ruin y despreciable; puede diseñar y construir edificios como los de Karnak y Luxor en Egipto y el Partenón de Atenas, y sin embargo adorar a grotescas divinidades, a pájaros, animales, reptiles; es capaz de producir tragedias como las de Esquilo y Sófocles e historias como las de Tucídides, y sin embargo ser esclavo de vicios abominables, tales como los que se nos describen en el primer capítulo de la epístola a los Romanos. Este contraste constituye una gran dificultad para aquellos que se burlan de la Palabra de Dios y se ríen de nosotros como pobres ‘biblistas’. Sin embargo, nosotros, con la Biblia en la mano, podemos explicar el porqué de esta contradicción en el hombre. Reconocemos y podemos ver en el hombre las huellas y señales de lo que en un principio fue un templo majestuoso; un templo en el que Dios llegó a morar, pero que ahora, después de la caída, está completamente en ruinas. Una ventana rota aquí, una puerta y un pasillo aquí, todavía nos dan idea de la magnífica estructura original; pero con todo, se trata de un templo que ha perdido su gloria y que ahora permanece en ruinas. Nada puede explicar la presente condición del hombre a no ser la doctrina del pecado original y las consecuencias de la caída.
Recordemos, además, que cualquier parte y rincón del mundo nos ofrece testimonio de que el pecado es una enfermedad universal de la raza humana. Escudriñad el globo de este a oeste y de polo a polo, investigad cuidadosamente todas las clases sociales de nuestro país desde las más altas a las más humildes, y lo que descubriréis será siempre lo mismo. Las islas más remotas del Océano Pacífico (completamente separadas de Europa, Asia, África, y América, y habitadas por gente que ignora completamente o que sean los libros, el dinero, la pólvora, el vapor, y que no ha sido influenciada por los vicios de la civilización moderna), una vez fueron descubiertas, manifestaron que en ellas también reinaban las formas más bajas de la lujuria, la crueldad, la superchería y la superstición. Por ignorantes que hayan sido los moradores de estas islas, ¡siempre han sabido pecar! En todas partes el corazón humano es por naturaleza ‘engañoso más que todas las cosas, y perverso’ (Jeremías 17:9). El poder, alcance y universalidad del pecado, para mí constituyen la prueba más convincente de la inspiración del Génesis y la narración mosaica del origen el hombre. Una vez se acepta el hecho de que el género humano proviene de Adán y Eva, y de que éstos, tal como dice el Génesis, cayeron en el pecado, entonces se entiende y tiene explicación el estado y condición presente de la raza humana. Pero de negarse la narración del Génesis (como hacen tantas personas) se cae en dificultades insuperables. La prevalencia y universalidad de la depravación humana viene a ser para los incrédulos una dificultad que no pueden evadir ni explicar.
Una de las pruebas más evidentes del alcance y poder del pecado la constituye el hecho de que, aún después de la conversión, y cuando la persona ya ha venido a ser el objeto de la obra del Espíritu Santo, el pecado todavía persiste y hace mella en el creyente. Esto se expresa en el Artículo Noveno de nuestra confesión con aquellas palabras de que ‘la infección de la naturaleza por el pecado, permanece incluso en los que han sido regenerados’. Las raíces de la corrupción humana están tan profundamente arraigadas aún después de haber sido el creyente regenerado, lavado, santificado, justificado y hecho miembro vivo de Cristo que, al igual que la lepra en el cuerpo, el creyente no podrá verse completamente libre de estas raíces hasta que el tabernáculo terrestre se haya deshecho.
Cierto es que en el creyente el pecado ‘ya no tiene más dominio’ sino que gracias al principio liberador de la gracia, es reprimido, controlado, mortificado y crucificado. La vida del creyente es una vida de victoria y no de derrota. Sin embargo, las luchas que tienen lugar en su interior, la vigilancia tan estrecha que debe ejercitar en todo momento sobre su íntima personalidad, la contienda entre la carne y el espíritu, los ‘gemidos’ interiores que sólo el creyente conoce, todo, todo esto evidencia la misma gran verdad: el enorme poder y vitalidad del pecado. En verdad debe ser poderoso cuando, aún después de haber sido crucificado, ¡todavía está vivo! Bienaventurado el creyente que ha entendido esto y se goza en el Señor Jesús, pero que no tiene confianza en la carne; y mientras dice, ‘Gracias a Dios que nos da la victoria¡, nunca se olvida de velar y orar para no caer en la tentación.

IV – La culpabilidad y carácter vil y ofensivo del pecado.

Sobre este punto mis palabras serán pocas y breves. No creo que desde un plano natural y como criaturas podamos darnos verdadera cuenta de la tremenda pecaminosidad que a los ojos de Dios, santo y perfecto, tiene el pecado. Por otra parte, Dios es aquel Ser eterno ‘que nota necedad en sus ángeles’, y en cuyos ojos ni aun ‘los cielos son limpios’ (Job 4:18; 15:15). Dios lee los pensamientos, los sentimientos y las acciones, y ‘ama la verdad en lo íntimo’ (Salmo 51:6). Por otra parte, nosotros no somos más que pobres criaturas ciegas nacidas en pecado, que hoy estamos aquí y mañana retornamos al polvo; nuestra morada está entre pecadores y nuestra atmósfera es de maldad, enfermedad e imperfecciones. De ahí que no seamos capaces de formarnos un concepto correcto del carácter vil y terrible del pecado; pues no podemos sondear sus profundidades, ni tenemos vara para medirlo.
El ciego no puede apreciar diferencia alguna entre las obras maestras de Ticiano o Rafael y la cabeza de la reina de Inglaterra pintada en una pancarta del pueblo. El sordo no puede distinguir entre el silbido de un pito de niño y el sonido de un órgano de catedral. La hediondez que nosotros notamos en ciertos animales está bien lejos de ser percibida por éstos. Y el hombre, el hombre caído, no puede hacerse una idea justa de lo abominable que es el pecado a los ojos de Dios, de este Dios tan santo cuya obra es tan perfecta ya sea mirándola a través de un telescopio, a simple vista o por medio de un microscopio; perfecta en la creación de un planeta tan enorme como Júpiter y que guarda un tiempo matemático en sus vueltas alrededor del sol; perfecta en la creación de más pequeño insecto que se arrastra sobre un pedazo de tierra menor que una huella de pie.
No nos olvidemos nunca de que el pecado ‘es aquella cosa tan abominable que Dios aborrece’, que Dios es ‘muy limpio de ojos para ver el mal y que no puede ver el agravio’, que la más insignificante transgresión de la ley de Dios nos ‘hace culpables de todos los mandamientos’, que ‘el alma que pecare morirá’, que Dios ‘juzgará los secretos del hombre’, que ‘la paga del pecado es muerte’, que hay un lugar ‘donde el gusano no muere y el fuego nunca se apaga’, que ‘los malos serán trasladados al infierno’ e ‘irán a la condenación eterna’ y que no entrará en el cielo ‘ninguna cosa sucia’ (Jeremías 44:4; Habacuc 1:13; Santiago 2:10; Ezequiel 18:4; Romanos 2:16; Romanos 6:23; Marcos 9:44; Salmo 9:17; Mateo 25:46; Apocalipsis 21:27). Estas palabras son en verdad terribles, y más aún si pensamos que se hallan escritas en el Libro de un dios de misericordia.
La cruz, pasión y obra redentora de nuestro Señor Jesucristo, constituyen la prueba más abrumadora e irrefutable de la universalidad y profundidad del pecado. ¡Qué terrible y negra debía ser la culpa del pecado, cuando nada, a no ser la sangre de Cristo, podía hacer satisfacción por ella! Pesada había de ser la carga del pecado humano cuando hizo que Jesús derramara sudor de sangre en la agonía de Getsemaní, y clamara en el Gólgota: ‘Dios mío, ¿por qué me has desamparado?’ (Mateo 27:46). Lo que más nos pasmará en el despertar del día de la resurrección, será la clara visión que tendremos del pecado, y de nuestras faltas y defectos. Hasta entonces no llegaremos a tener una visión completa de la ‘pecaminosidad del pecado’. Bien podía Whitefield decir: ‘La antífona del cielo será: ¡Lo que Dios ha obrado!’.

V – El carácter engañoso del pecado.

Este punto es de gran importancia, y mucho me tomo que no se le de la que merece. Podemos ver este carácter engañoso del pecado en la sorprendente inclinación que muestra el hombre a darle una importancia muy inferior a la que en realidad tiene delante de Dios, y a la prontitud con que atenúa, excusa y minimiza la culpabilidad del mismo. ‘Dios es misericordioso’, se nos dice, ‘se trata de un pequeño pecado’. ‘¡Dios no es tan estricto como para culparnos de lo que hacemos por equivocación! Nuestras intenciones, a pesar de todo, ¡son buenas! ¡No se puede ser tan escrupuloso! ¿Dónde está el mal? ¡A fin de cuentas hacemos lo que hace la demás gente!’.
¿A quién no le es familiar esta manera de hablar? Con estas frases el hombre trata de allanar y suavizar lo que Dios ha designado como perverso y ruinoso para el alma. Con aquello de que una persona es ‘pronta’, ‘achispada’, ‘alocada’, ‘inconsciente’, ‘irreflexiva’, ‘sin ataduras’, etcétera, la gente se engaña a sí misma con la creencia de que el pecado no es tan ‘pecante’ como Dios dice, y que no son tan malos como en realidad son. Esto puede apreciarse incluso en la tendencia de padres creyentes a permitir que sus hijos hagan ciertas cosas que son muy cuestionables. ¡Qué poco nos damos cuenta de la astucia del pecado! Somos demasiado propensos a olvidar que la tentación al pecado raramente se presentará a nosotros en sus colores verdaderos, y diciéndonos: ‘Yo soy vuestro enemigo mortal y deseo vuestra ruina eterna en el infierno’ ¡Oh, no! La tentación se acerca a nosotros como Judas, con un beso; y como Joab, con mano amiga y palabras aduladoras. El fruto prohibido tenía una apariencia buena y deseable a los ojos de Eva, pero fue la causa de que nuestros primeros padres fueran arrojados del Edén. Aquel paseo ocioso por la terraza del palacio parecía muy inocente a David, y sin embargo terminó en adulterio y homicidio. En sus principios, el pecado raramente parece pecado. Velemos y oremos, no sea que caigamos en tentación. Podemos dar nombres suaves a la maldad pero no podemos alterar con ello su naturaleza y carácter perverso delante de dios. Acordémonos de las palabras del apóstol Pablo: ‘Exhortaos los unos a los otros cada día, para que ninguno de vosotros se endurezca con engaño de pecado’ (Hebreos 3:13).
Y antes de proseguir adelante en el estudio del tema, deseo brevemente mencionaros dos pensamientos que con irresistible fuerza se abren paso en mi mente, El primero es éste: Lo dicho sobre el pecado es motivo más que sobrado para una profunda humillación por nuestra parte. Parémonos delante de la imagen que del pecado nos presenta la Biblia, y démonos cuenta de cuán viles, depravados y culpables somos delante de Dios. ¡Cuán necesario es que en nosotros tenga lugar aquel cambio total y completo de corazón que se llama regeneración, nuevo nacimiento o conversión! ¡Qué masa de imperfección y enfermedad se pega aún a los mejores de nosotros y en lo mejor de nosotros! ¡Cuán solemne es el pensamiento de que ‘sin santidad nadie verá al Señor’ (Hebreos 12:14). Al pensar en nuestros pecados de comisión y de omisión, ¡qué motivos tenemos para clamar cada noche con el publicano: ‘Señor, sé propicio a mí, pecador’ (Lucas 18:13). Cuán apropiadas son aquellas palabras del Ritual de nuestra Iglesia: ‘El recuerdo de nuestras ofensas nos es doloroso; nos resulta una carga insoportable. Ten misericordia de nosotros, Padre de misericordia; por amor de tu Hijo nuestro Señor Jesucristo, perdónanos todo lo pasado’. El hombre más santo, en su propia estimación es un miserable pecador, y hasta el último momento de su existencia será un deudor de la misericordia y de la gracia.
Con todo mi corazón me identifico con las palabras de Hooker, que cito a continuación: ‘Examinemos aún las cosas mejores y más santas de nuestra vida espiritual; por ejemplo: la oración. Es en la oración cuando nuestros sentimientos hacia Dios más se conmueven; sin embargo, aun mientras oramos, ¡cuán a menudo nuestros afectos se distraen! ¡Qué poca reverencia mostramos hacia la sublime majestad del Dios con quien hablamos! ¡Qué poco remordimiento por nuestras propias miserias! ¡Qué poco gustamos de la dulce influencia de sus tiernas misericordias! ¿No es cierto que muchas veces no tenemos deseos de orar? Parece como si Dios, al decirnos ‘Clama a mí’, nos hubiera impuesto una labor pesada. Lo que digo quizá pueda parecer un poso extremado, pero permitid que vuestro corazón haga recto examen de todo esto, y veréis que es así. Sabéis que Dios dijo a Abraham que si encontraba cincuenta, cuarenta, veinte o aunque sólo fueran diez personas justas, por amor a las tales no destruiría la ciudad de Sodoma. Imaginad que ahora Dios viene a nosotros con una propuesta distinta: la de que escudriñemos a todas las generaciones desde la caída de nuestro padre Adán hasta nuestro día en busca de alguna persona que pueda haber realizado una obra que ante los ojos de Dios sea pura y sin sombra alguna de pecado, y que por amor a esta obra inmaculada Dios estaría dispuesto a librar a los hombres y a los ángeles caídos de la condenación. ¿Creéis que esta obra, este rescate, podría hallarse entre todos los hijos de los hombres? ¡No! Aún en lo más perfecto que pueda haber en nosotros hay mucho que necesita perdón’.
Estoy persuadido de que cuanta más luz se tiene, más se llega a ver la pecaminosidad del corazón; de ahí que cuanto más cerca esté el creyente del cielo más debe revestirse de humildad. Si estudiáramos las biografías de los santos más eminentes, como Bradford, Rutherford y McCheyne, nos daríamos cuenta de que ellos han sido también los hombres más humildes.
En segundo lugar deseo que mis lectores se den cuenta de cuán agradecidos deberíamos estar por el glorioso Evangelio de la gracia de Dios. Existe un remedio para las necesidades del hombre que es tan ancho y profundo, como para cubrir su enfermedad. No debemos, pues, tener miedo de mirar al pecado y estudiar su naturaleza, origen, poder, alcance y carácter engañoso si al mismo tiempo miramos a la medicina todopoderosa que en la persona y obra de Cristo tenemos a nuestro alcance. Aunque el pecado abundó, la gracia ha sobreabundado. En la obra que Él hizo muriendo por nuestros pecados y resucitando para nuestra justificación, en los oficios que Él desempeña como Sacerdote, Sustituto, Médico, Pastor y Abogado, en la preciosa sangre que derramó y que nos puede limpiar de todo pecado, en la justicia eterna que Él adquirió, en la intercesión continua que como representante nuestro ejerce a la diestra de Dios, en su poder para salvar al peor de los pecadores y su buena disposición para recibir y perdonar al más inicuo, en la gracia que el Espíritu Santo implanta en los corazones de los creyentes, renovándolos y santificándolos y haciendo que las cosas viejas pasen y que todas sean hechas nuevas, en todo ese, ¡y qué resumen más breve hemos hecho!, en todo eso, digo, se descubre una medicina completa y perfecta para la horrible enfermedad del pecado. Por terrible y espantosa que resulte la visión correcta del pecado, no hay motivo para desmayar ni desesperar; ¡Miremos a Cristo! No es de extrañar que el gran siervo de Dios, Flavel, termina cada capítulo de su admirable obra ‘La Fuente de la Vida’ con aquellas conmovedoras palabras: ‘Bendito sea Dios por Jesucristo’.
En lo que llevamos dicho, no he hecho más que estudiar la superficie del tema, y es que la amplitud del mismo escapa a los horizontes de este escrito. Quien desee profundizar más sobre el mismo, tendrá que acudir a los estudios completos y exhaustivos de los maestros de la teología experimental, tales como Owen, Burgess, Manton, Charnock y otros gigantes de la escuela puritana. En temas como el que nos ocupa ningún escritos puede compararse con los puritanos. Ahora sólo me resta establecer unas conclusiones prácticas que de la doctrina del pecado podemos inferir.
a. El concepto bíblico de pecado es uno de los mejores antídotos contra la oscura, vaga y nebulosa teología de nuestro tiempo. La base doctrinas del cristianismo mayoritario de nuestro tiempo, si bien no podemos decir que no sea evangélica, tenemos motivos suficientes para sospechar que no da el peso, no llega a los 1000 gramos el kilo. Es un cristianismo en el que, sin duda alguna, ‘hay algo de Cristo, algo de gracia, algo sobre la fe, algo sobre el arrepentimiento y algo sobre la santidad’, pero no es la cosa verdadera tal como se encuentra en la Biblia. Todo se encuentra fuera de lugar y fuera de proporción. En una mezcla doctrinal confusa, que ni puede influenciar la conducta diaria, ni brindar consuelo en la vida, ni dar paz en la hora de la muerte; y los que la profesan se dan cuenta de ello cuando es demasiado tarde. La mejor manera de subsanar un cristianismo endeble, es predicar y llevar a primer plano la vieja doctrina bíblica de la pecaminosidad del pecado. La gente no volverá sus rostros hacia el cielo, hasta que no llegue a experimentar la realidad del pecado y el peligro del infierno. Esforcémonos para predicar en todas partes esta olvidada doctrina del pecado. No olvidemos que ‘la ley es buena, si alguno usa de ella legítimamente’ y que ‘por la ley viene el conocimiento del pecado’ (1ª Timoteo 1:8; Romanos 3:20; 7:17). Confrontemos a la gente con la ley. Expongamos los Diez Mandamientos y golpeemos las conciencias con la amplitud, profundidad y altura de sus requerimientos. Esto fue lo que hizo el Señor Jesús en el Sermón del Monte; y lo mejor que nosotros podemos hacer es imitarle. La gente nunca acudirá verdaderamente a Jesús, permanecerá con Jesús y vivirá con Jesús, a menos que vea su necesidad y sepa por qué ha de acudir. Las almas que verdaderamente acuden a Jesús, son aquellas a las que el Espíritu Santo ha dado convicción de pecado. Sin una convicción genuina de pecado los hombres podrán actual como si en verdad siguieran a Jesús, pero tarde o temprano volverán al mundo.
El concepto bíblico del pecado es uno de los mejores antídotos contra la teología liberal y modernista tan en boga en nuestros días. La tendencia del pensamiento moderno es la de rechazar credos, dogmas y cualquier encasillamiento doctrinal. Se considera como principio sabio y sublime el no condenar ninguna opinión, y considerar a los inteligentes y sinceros maestros de la época como dignos de ser oídos y respetados, pese a la heterogeneidad de su pensamiento y a los efectos destructivos de sus sistemas. En pocas palabras: según el sentir de hoy en día todo el mundo tiene razón y nadie está equivocado. ¡Todo es verdad y nada es mentira! ¡Todo el mundo se salvará, y nadie se perderá! La obra de la Redención y de la Sustitución, la personalidad del diablo, el elemento sobrenatural y milagroso de la Escritura, la realidad y eternidad del castigo futuro, todas estas grandes y enormes piedras fundamentales son serenamente arrojadas por la borda, como si fueran maderas, para aligerar el barco del cristianismo y poder así navegar a compás con el barco de la ciencia. Y si alguien se atreve a alzar su voz en contra de estas innovaciones, enseguida se le tildará de ignorante, atrasado, y de fósil teológico. Si citamos la Biblia se nos dirá que ‘toda la verdad no se contiene en las páginas de este viejo libro judío, y que la investigación actual ha encontrado y descubierto muchas cosas desde que el Libro se terminó’. Para contrarrestar esta plaga moderna no hay mejor método que el de predicar claramente la naturaleza, realidad, engaño, poder y culpa del pecado. Debemos atacar las conciencias de estos hombres de ‘ideas tan amplias’, con nociones claras sobre el pecado. Debemos pedirles que con la mano sobre el corazón, nos digan si sus opiniones favoritas les son de consuelo en los días de enfermedad, en la hora de la muerte, o junto al lecho de muerte de sus padres, o junto a la sepultura de la esposa amada o el hijo querido. Debemos preguntarles si una vaga ‘buena fe’, sin contenido doctrinal definido, puede darles paz en tales circunstancias. Debemos preguntarles si de vez en cuando no sienten como un corroer interior, y si en verdad toda esta investigación, filosofía y ciencia del mundo, les llega a satisfacer. Y hemos de explicarles que este algo que corroe, es un sentimiento de pecado y culpabilidad que ellos tratan de acallar e ignorar. Sobre todas las cosas debemos decirles que sólo una sincera sumisión a las viejas doctrinas de la caída y ruina del hombre y de la rendición a Cristo, pueden proporcionar verdadero descanso.
El concepto bíblico del pecado es uno de los mejores antídotos contra un cristianismo ritualista. Puedo comprender bien que para un alma que no ha sido iluminada por el Espíritu, una liturgia florida y un ritualismo elaborado tengan un gran atractivo. Pero me resisto a creer que una vez la conciencia ha sido despertada y vivificada, un culto ritualista pueda satisfacerle plenamente. Mientras no tenga hambre, con fastuosos juguetes y sonajeros podremos acallar al bebé, pero tan pronto como sienta los imperiosos deseos que reclaman satisfacción, nada lo calmará a no ser la comida. Y así sucede con el hombre en lo que concierne a su alma. La música, las flores, los cirios, el incienso, etc. Podrán complacer el alma bajo ciertas condiciones, pero una vez esta alma ‘se levanta de los muertos’ ya no se contentará con estas cosas; las considerará como bagatelas y pérdida de tiempo. Cuando un pecador ve su pecado lo único que desea ver es al Salvador. Experimenta sobre sí los efectos de una enfermedad terrible, y sólo el gran Médico puede curar sus dolencias. Tiene hambre y sed, y desea el agua de vida y el pan de vida. No tendríamos tanto romanismo en nuestro país si en los últimos veinticinco años la doctrina de la pecaminosidad del pecado hubiera sido predicada.
El concepto bíblico del pecado es uno de los mejores antídotos contra las teorías forzadas que sobre la perfección y santificación cristiana prevalecen en nuestro tiempo. No me extenderé mucho sobre este punto, y confío que lo poco que diga no ofenda a nadie. Estoy de acuerdo con aquellos que buscan la perfección en el uso diligente y constante de los medios de gracia y en el progresivo desarrollo de las gracias del carácter cristiano. Pero si se nos dice que en este mundo el creyente puede conseguir un estado libre del pecado, y que puede vivir años y años en una ininterrumpida comunión con Dios y por largos meses puede no tener no un solo pensamiento malo, con toda honestidad debe decir que tal creencia me parece totalmente desprovista de base bíblica. Y aún diré más: tal creencia es muy peligrosa para el que la tiene, y redundará en perjuicio propio y de aquellos qe sinceramente buscan su salvación.
No encuentro en la Biblia esta noción de que mientras estamos en la carne podamos alcanzar tal perfección. Creo que las palabras del Artículo Quince de nuestra confesión son estrictamente verdaderas: ‘Sólo Cristo fue sin pecado y todos nosotros, aunque bautizados y nacidos de nuevo en Cristo, ofendemos en muchas cosas; y si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros’. Aún en nuestra mejores obras hay imperfección; no amamos a Dios como deberíamos, es decir, con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas; no tememos a Dios como deberíamos; nuestras oraciones están manchadas de imperfección. Damos, perdonamos, creemos, vivimos y esperamos, pero de una manera imperfecta; luchamos contra el diablo, el mundo y la carne de una manera imperfecta. No nos avergoncemos, pues, de confesar nuestro estado de imperfección. Repito de nuevo lo que ya he dicho: el mejor antídoto en contra de esta ilusión vana de perfeccionamiento que nubla algunas mentes, es el que se deriva de una noción clara y profunda de la naturaleza, pecaminosidad y engaño del pecado.
En último lugar, el concepto bíblico del pecado viene a ser un antídoto admirable contra el concepto tan pobre que hoy en día se tiene de la santidad personal. Ya sé que este tema es muy delicado y doloroso, pero no por ello lo pasaré por alto. Ya desde hace tiempo, mi triste convicción es de que la regla de vida diaria ha ido descendiendo y va empobreciéndose cada vez más entre los que profesan ser creyentes. Mucho me temo que aquella caridad a la semejanza de Cristo, aquella amabilidad y buen temperamento, aquel desinterés y mansedumbre, aquel celo y deseo de hacer el bien, aquella consagración y separación del mundo, que eran tan apreciadas por nuestros antepasados, en nuestro tiempo, no tienen la estima que deberían tener.
No pretendo desarrollar exhaustivamente las causas que han ocasionado este estado de cosas, sino que haré algunas conjeturas para la consideración del lector. Quizá se deba a que cierta profesión de fe religiosa se ha puesto tan de moda y fácil, que las corrientes que eran estrechas y profundas ahora se han ensanchado y perdido profundidad; lo que se ha ganado en apariencia externa, se ha perdido en calidad. Quizá se deba a la prosperidad material registrada en los últimos veinte años y que ha introducido en el cristianismo una plaga mundana de indulgencia propia y ‘amor a la buena vida’. Lo que antes eran lujos, ahora son necesidades; la abnegación y el espíritu de sacrificio ahora casi se desconocen. Quizá la gran controversia religiosa de nuestro tiempo haya secado la vida espiritual de muchos. A menudo nos hemos contentado con mostrar celo por la pureza doctrinal del Evangelio y hemos descuidado las sobrias realidades de una vida de piedad. Sean cuales sean las causas, los resultados permanecen: el nivel de santidad personal del creyente ha bajado, y ¡el Espíritu Santo está siendo contristado! Todo esto requiere, por nuestra parte, una sincera y profunda humillación y un examen de corazón.
El remedio para todo este estado de cosas hay que buscarlo en una comprensión clara y bíblica de la pecaminosidad del pecado. No es necesario ir a Egipto o adoptar prácticas semi-romanas para reavivar nuestra vida espiritual. No hay necesidad de que instauremos de nuevo el confesionario o volvamos al monasticismo y al ascetismo. ¡Nada de eso! Debemos, simplemente, arrepentirnos y hacer nuestras primeras obras; debemos acudir de nuevo a las ‘sendas antiguas’. Debemos arrodillarnos humildemente en la presencia de dios, y mirar de frente a lo que el Señor Jesús llama pecado y a lo que el Señor Jesús llama ‘hacer su voluntad’. Démonos entonces cuenta de que es terriblemente posible vivir una vida despreocupada, fácil y medio mundana, y mantener, al mismo tiempo, principios evangélicos y considerarnos evangélicos. Una vez nos hayamos percatado de que el pecado es abominable, que mora en nosotros de una manera muy intensa y que se adhiere a nosotros más de lo que llegamos a suponer, seremos llevados a confiar, creer y permanecer más cerca de Cristo. Una vez cerca de Cristo, beberemos más profundamente de Su plenitud, y aprenderemos de una manera más real a ‘vivir la vida de fe’ tal como hizo San Pablo. Una vez hayamos sido enseñados a vivir la vida de la fe en Cristo, morando en Él, llevaremos más fruto y estaremos más fortalecidos para el desempeño de nuestras obligaciones, seremos más pacientes en la tribulación, ejerceremos más vigilancia sobre nuestros pobres y débiles corazones y nos transformaremos más a la semejanza de nuestro Maestro. En la misma proporción en que apreciemos lo que Cristo ha hecho por nosotros, nos esforzaremos en vivir y trabajar para Él. Siendo mucho lo que sintamos haber sido perdonados, mucho le amaremos. En resumen y como dice el apóstol: ‘mirando a cara descubierta como en u espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor’ (2ª Corintios 3:18).
A simple vista parece experimentarse en nuestro tiempo un creciente deseo de santidad. Las conferencias para promover una vida de santidad son muy comunes y frecuentes. El tema de la ‘vida espiritual’ es el de muchos congresos y el de muchas reuniones y ha despertado interés general en nuestra nación. De ello deberíamos alegrarnos. Todo movimiento que, basado en sanos principios, tenga como meta profundizar las raíces de nuestra vida espiritual y aumentar la santidad personal, vendrá a ser una verdadera bendición para nuestras iglesias, hará mucho para reunir a los cristianos y salvar las tristes divisiones entre los creyentes. Puede traernos un derramamiento fresco de la gracia del Espíritu y venir a ser vida para los muertos. Pero tal como dije al principiar este escrito, si queremos edificar alto, primero debemos cavar hondo; y estoy convencido de que el primer paso para conseguir una santidad de vida más elevada consiste en darse cuenta de la terrible pecaminosidad del pecado.

miércoles, 17 de febrero de 2010

LA DOCTRINA OLVIDADA - POR PAUL WASHER

ADORACION EN FAMILIA - POR ARTHUR PINK


Hay algunas ordenanzas externas y medios de gracia muy importantes que se insinúan
claramente en la Palabra de Dios, pero que para su ejercicio tenemos pocos, si es que
algunos, preceptos sencillos y positivos; más bien se nos deja que los retomemos del
ejemplo de hombres santos y de varias circunstancias incidentales. Un importante fin se
contesta por esta disposición: el estado de nuestros corazones se convierte en una prueba.
Puede servir para hacer evidente que, debido a que un mandamiento expreso no puede
traerse a colación sin requerir su cumplimiento, los Cristianos profesantes se ganarán el
descuido de una responsabilidad claramente implicada. De este modo, se descubre más del
estado real de nuestras mentes, y se hace manifiesto si tenemos o no un amor ardiente por
Dios y Su servicio. Esto se aplica evidentemente tanto a la adoración pública como a la
adoración en familia. Sin embargo, no es del todo difícil comprobar la obligación de la
piedad doméstica.
Considere primero el ejemplo de Abraham, el padre de los fieles y el amigo de Dios. Fue
por su piedad doméstica que recibió una bendición de parte del mismo Jehová, “Porque yo
sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová,
haciendo justicia y juicio” (Gén. 18:19). El patriarca es aquí elogiado por instruir a sus
hijos y a sus siervos en la más importante de todas las obligaciones, “el camino del Señor”,
la verdad acerca de Su gloriosa persona. Sus elevadas afirmaciones respecto a nosotros, Sus
requerimientos para nosotros. Note bien las palabras “él mandará [a ellos]”; es decir, él
usará la autoridad que Dios le había dado como padre y cabeza de su casa, para hacer valer
las responsabilidades de la piedad familiar. Abraham también oraba con su familia, lo
mismo que la instruía: dondequiera que armara su tienda allí “edificaba un altar a Jehová”
(Gén. 12:7; 13:4). Ahora, mis lectores, bien podemos preguntarnos, ¿Somos nosotros “la
simiente de Abraham” (Gál. 3:29) si no “hacemos las obras de Abraham”(Juan 8:39) y
descuidamos la importante responsabilidad de la adoración en familia?
Los ejemplos de otros santos hombres son similares al de Abraham. Considere la piadosa
determinación de Josué quién le declaró a Israel, “pero yo y mi casa serviremos a Jehová”
(24:15). No permitía que ni los elevados puestos que ocupaba, ni las apremiantes
responsabilidades públicas que se acumulaban sobre él, atrajeran su atención hasta el punto
de descuidar el bienestar espiritual de su familia. Una vez más, cuando David trajo de
regreso el arca de Dios a Jerusalén con gozo y acción de gracias, luego de liberarse de sus
responsabilidades públicas, “volvió luego... para bendecir su casa” (2 Sam. 6:20). Además
de estos eminentes ejemplos podemos citar los casos de Job (1:5) y Daniel (6:10).
Limitándonos a solo un ejemplo en el Nuevo Testamento pensamos en la historia de
Timoteo, quien fue criado en un hogar piadoso. Pablo recordó la “fe no fingida” que había
en él, y añadió, “la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice.” ¿Hay
algún asombro entonces que el apóstol pudiera decir “desde la niñez has sabido las
Sagradas Escrituras” (2 Tim. 3:15)!
Por otro lado, podemos observar cuán aterradoras amenazas son pronunciadas contra
aquellos que hacen caso omiso de esta responsabilidad. Nos preguntamos cuántos de
nuestros lectores han considerado seriamente aquellas impresionantes palabras “Derrama
tu enojo sobre los pueblos que no te conocen, y sobre las familias que no invocan tu
nombre” (Jer. 10:25 – VKJ)! Cuán insoportablemente solemne descubrir que las familias
sin oración son aquí asociadas con los paganos que no conocen al Señor. No obstante,
¿necesita eso sorprendernos? ¡Vaya! Hay muchas familias paganas que se reúnen para
adorar a sus falsos dioses. ¿Y no avergüenzan a miles de Cristianos profesantes? Observe
también que Jeremías 10:25 registró una terrible imprecación para ambas clases por igual:
“Derrama tu enojo sobre...” Cuán alto debiesen hablarnos estas palabras.
No es suficiente que oremos como individuos, en privado, en nuestras habitaciones; se nos
requiere que honremos a Dios también en nuestras familias. Al menos dos veces cada día –
por la mañana y por la tarde – toda la familia debiese reunirse para inclinarse ante el Señor,
padres e hijos, patrones y siervos, para confesar sus pecados, para dar gracias por las
misericordias de Dios, para buscar Su ayuda y bendición. No se debe permitir que nada
interfiera con esta obligación: todas las otras disposiciones domésticas han de dirigirse
hacia ella. La cabeza de la familia es quien debe dirigir las devociones, pero si está ausente,
o seriamente enfermo, o es un incrédulo, entonces la esposa debiese tomar su lugar. Bajo
ninguna circunstancia debiese omitirse la adoración en familia. Si vamos a disfrutar de la
bendición de Dios sobre nuestra familia, entonces que sus miembros se reúnan diariamente
para la alabanza y la oración. “Yo honraré a los que me honran” es Su promesa.
Un antiguo escritor bien dijo, “Una familia sin oración es como una casa sin techo, abierta y
expuesta a todas las tormentas del Cielo.” Todas nuestras comodidades domésticas y
bendiciones temporales brotan de la generosidad amorosa del Señor, y lo mejor que
podemos hacer a cambio es reconocer con gratitud, juntos, Su bondad hacia nosotros como
familia. Las excusas por el incumplimiento de esta sagrada obligación son vanas y sin
valor. ¿De qué provecho será cuando rindamos una explicación a Dios por la mayordomía
de nuestras familias decir que no tuvimos tiempo disponible, trabajando duro desde la
mañana hasta la tarde? Mientras más apremiantes sean nuestras obligaciones temporales,
más grande nuestra necesidad de buscar socorro espiritual. Ni puede Cristiano alguno alegar
que no está calificado para tal labor: los dones y los talentos se desarrollan por el uso y no
por la negligencia.
La adoración en familia debiese ser conducida de manera reverente, de corazón y con
simpleza. Entonces los pequeños van a recibir sus primeras impresiones y a formar sus
concepciones iniciales del Señor Dios. Se debe tener gran cuidado, no vaya a ser que se les
dé una falsa idea del Carácter Divino, y para esto, se debe preservar el balance entre el
habitar en Su trascendencia y su inmanencia, Su santidad y Su misericordia, Su poder y Su
ternura, Su justicia y Su gracia. La adoración debe comenzar con unas pocas palabras de
oración invocando la presencia y la bendición de Dios. Debiese seguir un corto pasaje de Su
Palabra, y luego unos breves comentarios. Se pueden cantar dos o tres versos de un Salmo.
Concluya con una oración de compromiso en las manos de Dios. Aunque puede que no
seamos capaces de orar elocuentemente, debemos hacerlo de todo corazón. Las oraciones
que prevalecen son generalmente breves. Tenga cuidado de no cansar a los más jóvenes.
Las ventajas y bendiciones de la adoración en familia son incalculables. Primero, la
adoración en familia prevendrá mucho pecado. Sobrecoge el alma, comunica un sentido de
la majestad y la autoridad de Dios, coloca verdades solemnes en la mente, hace que
desciendan beneficios de Dios sobre el hogar. La piedad personal en el hogar es un medio
de influencia poderoso, bajo Dios, para comunicarles piedad a los pequeños. Los niños son
mayormente criaturas de imitación, que aman copiar lo que ven en otros. “Él estableció
testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la
notificasen a sus hijos; para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y
los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no
se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos” (Sal. 78:5-7).
¿Cuánto de las espantosas condiciones morales y espirituales de las masas de hoy pueden
trazarse hasta el descuido de esta responsabilidad por parte de sus padres? ¿Cómo pueden
aquellos que descuidan la adoración de Dios en sus familias buscar en ellas la paz y el
consuelo? La oración diaria en el hogar es un medio de gracia bendecido para disipar
aquellas pasiones desdichadas a las que nuestra naturaleza común se halla sujeta.
Finalmente, la oración en familia obtiene para nosotros la presencia y la bendición del
Señor. Hay una promesa de Su presencia, la cual es peculiarmente aplicable a esta
responsabilidad: vea Mat. 18:19, 20. Muchos han encontrado en la adoración en familia esa
ayuda y comunión con Dios, la cual buscaban con menos resultado en la oración privada.

LA CONFESION DE FE DE 1689 ES INDEPENDIENTE Y BAUTISTA



La Separación de la Iglesia y del Estado.


Al igual que los presbiterianos, los bautistas creemos en la separación de la Iglesia y del Estado, a diferencia del erastianismo. Este nombre proviene de un teólogo del siglo XVll llamado Tomás Erastus, que afirmaba que la Iglesia debía ser gobernada por el Estado. En ese sentido las iglesias bautistas, lo mismo que las presbiterianas, nos oponemos al anglicanismo y al catolicismo.El hecho de que un estado tenga una religión establecida, como sucede en la República Dominicana, es una violación de ese principio de autonomía entra la Iglesia y el Estado.


Los Principios de la Iglesia Universal.


Los autores de la Confesión de Fe de Londres defendían los principios de la Iglesia universal, tal como se enseña en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, cuando dice la Escritura que Cristo amó a su iglesia, no se está refiriendo a ninguna iglesia local en particular, sino a su Iglesia en sentido general y universal.En esto la Confesión se diferencia de los landmarquistas los cuales niegan que exista una Iglesia universal; según ellos, existe una sola iglesia verdadera es la Iglesia Bautista; más aún, dicen poder rastrear sus iglesias landmarquistas desde el siglo XVlll ó XlX, que fue cuando surgió este movimiento, hasta Juan el Bautista, que fue, supuestamente, el primer bautista.¿Y por qué se llaman landmarquistas? Por un artículo escrito en el siglo XlX basado en Pr. 22:28 que dice: “No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres”. La palabra lindero en inglés es landmark (the old landmark): no traspases el viejo o antiguo landmark, los linderos que delimitan. Y luego que este artículo salió a la luz pública se les comenzó a llamar a este grupo landmarquistas, o sea que es una transliteración del inglés al español.También se diferencia del catolicismo romano. ¿Por qué? Porque si los landmarquistas destruyen la iglesia universal, a la larga los católicos destruyen la iglesia local. Porque ellos tienen una jerarquía que gobierna todas las iglesias del mundo, con una sola cabeza que es el Papa; los bautistas enseñan, en cambio, que cada iglesia local es autónoma.


La Política de la Iglesia local.


Los bautistas se distinguen también por su política para el gobierno de la Iglesia local. Esto incluye, en primer lugar, el hecho de que los miembros de la iglesia deben ser personas regeneradas, a diferencia de los presbiterianos que admiten en la membresía a los hijos de los miembros.Eso no quiere decir que los presbiterianos creen que los hijos de los creyentes son salvos por el hecho de ser hijos de creyentes; lo que ellos creen es que por ser hijos del pacto, los hijos de los creyentes deben ser miembros de la Iglesia. Los bautistas enseñan, en cambio, que los únicos que deben ser miembros de la iglesia son personas que den muestra de haber sido regeneradas y nacidas de nuevo.En segundo lugar, creemos que donde hay un grupo de creyentes debe erigirse una iglesia local, en oposición a los “devocionalistas”, que dicen que lo importante es que cada creyente viva una vida de piedad delante de Dios; la iglesia local no tiene importancia, según ellos.Y por otro lado, nos oponemos al gobierno por medio de sínodos. Cada iglesia local es independiente, autónoma.En tercer lugar, creemos que la iglesia debe ser gobernada por una pluralidad de pastores. En eso la Confesión se diferencia de los episcopales que tienen un obispo que gobierna una región. Nosotros creemos que cada iglesia debe tener sus propios pastores, los cuales gobiernan las iglesias bajo la autoridad de Cristo (1Tim. 5:17; He. 13:17).En cuarto lugar, creemos en la necesidad de ejercer disciplina en la Iglesia Local. Dentro de ese mismo punto de la política de la iglesia local, creemos en la necesidad de disciplina en la iglesia local.


Las ordenanzas de la iglesia.


Finalmente, creemos que el bautismo y en la santa cena son las únicas dos ordenanzas dadas por Cristo a Su iglesia, y que solo los creyentes deben participar de estas ordenanzas.Si desean leer el capítulo completo de la Confesión que trata extensamente el tema de la Iglesia, pueden hacerlo aquí. También pueden leer el capítulo sobre Las Ordenanzas, el Bautismo y la Cena del Señor.Con esto concluimos el resumen del contenido de la Confesión Bautista de Fe de Londres de 1689. Animamos a los que no conocen este documento histórico, leerlo y estudiarlo con Biblia en mano. Nosotros no le atribuimos a este documento autoridad inerrante; solo la Biblia es inspirada por Dios y sólo la Biblia es infalible, como lo declara esta misma Confesión desde su declaración inicial: “Las Santas Escrituras son la única toda suficiente, segura e infalible regla del conocimiento, fe y obediencia salvadoras”.Como dijo el gran predicador Charles Spurgeon sobre esta Confesión: “Este documento antiguo es un excelente resumen de aquellas cosas creídas entre nosotros. Aceptamos el mismo no como una regla autoritativa, o como un código de fe, sino como una ayuda en la controversia, una confirmación en la fe y un medio de edificación en la justicia. En él los miembros de esta Iglesia tendrán un pequeño resumen doctrinal, y por medio de las pruebas bíblicas allí contenidas estarán preparados para dar una respuesta de la fe que hay en ellos”.

QUE ESCANDALO!! IGLESIAS EMERGENTES...

LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS

POR MARTYN LLOYD - JONES.
En nuestro último estudio comenzamos a considerar la doctrina bíblica concerniente a la gracia de Dios, ilustrada en la historia del autor de este Salmo. La proposición en general es que la salvación es enteramente “por gracia. . . por medio de la fe, y esto no de vosotros pues es don de Dios” (Ef. 2:8). La gloria de la salvación de cada alma es enteramente de Dios. Tenemos aquí la gran fórmula de la Reforma Protestante que no debemos olvidar jamás. Luego hemos visto que la doctrina bíblica con respecto a esto puede ser considerada en ciertas categorías. Primero, la gracia salvadora. Esta es la forma original en que nos llega la gracia, trayéndonos el perdón de nuestros pecados. Luego la gracia restringente. Hemos notado que fue Dios quien sostuvo a este hombre. Sus pies casi resbalaron. ¿Por qué no resbaló? Porque, según él, se acordó del daño que podría haber causado al hermano más débil. Pero, ¿quién puso ese pensamiento en su mente? Dios; El nos frena. Dios permite que sus hijos vaguen muy lejos, a tal punto que algunos piensen que no son hijos de Dios. Sin embargo esto significa que como hemos visto, no entendemos la doctrina del hermano caído. Parece que Dios permite que nos apartemos bien lejos, pero nunca del todo. El nos sostiene de la mano derecha, nos frena.
Luego hemos visto la obra de la gracia restauradora. Dios hizo volver a este hombre y lo llevó al santuario. No fue un pensamiento ocioso que vino a su mente, y le obligó a decir, “Y bien, ¿por qué no voy a la casa de Dios?” Alguno que haya vagado lejos del Señor al leer estas palabras, y examinar su propia experiencia, encontrará que el pensamiento que le vino, no fue un impulso repentino sino que Dios se lo puso en su mente. Dios manipula nuestras mentes y pensamientos. Le llevó al santuario y como resultado lo restauró.
A este punto llegamos. Todo eso pertenece al pasado. El salmista está todavía mirando hacia atrás. No puede entender este “con todo”, esto tan sorprendente. “Todavía estoy en la presencia de Dios”, dice. “Dios todavía me mira y se interesa por mí, a pesar de lo que estuve haciendo, a pesar de lo que casi llegué a hacer”. “Con todo yo siempre estuve contigo”. No lo puede olvidar, y dice: “Estoy aquí por Dios y por su gracia”. Y dándose cuenta de esto, mira hacia el futuro. ¿Cómo será? Su respuesta es: “El futuro será siempre igual. Estoy siempre en las manos de Dios”. Y dado que “me tomaste de la mano derecha”: “me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria”.
El primer punto que tenemos que considerar aquí es que este nuevo paso que el salmista toma es casi inevitable en vista de lo que dijo. Para mí todo el caso depende de esa proposición. Mi argumento es que la persona que comprende, como el salmista, lo ocurrido en el pasado, tiene, por necesidad e inevitable lógica, que decir esto acerca del futuro. Por tanto, si no podemos decir lo mismo que él acerca del futuro, significa que no hemos comprendido el pasado. En otras palabras, la vida cristiana es un todo. La doctrina de la gracia es una sola e indivisible; no podemos tomar parte de ella y dejar el resto. Es todo o nada. Afirmo, pues, que este hombre hizo esta declaración porque se vio obligado a hacerlo. Argumenta así: “He sido restringido; cuando casi me perdía, he sido sostenido por la poderosa mano de Dios. Como resultado de su gracia, estoy en la presencia de Dios. ¿Por qué? Por la gracia restauradora de Dios. Pero ahora se suscita esta pregunta: ¿por qué Dios me trató así?, ¿por qué Dios me restringió?, ¿por qué Dios me restauró? Hay una sola respuesta a esta pregunta. Dios ha hecho esto porque le pertenezco, porque Él es mi Padre, porque soy su hijo. En otras palabras, no es algo accidental o fortuito. Dios ha hecho esto conmigo por la relación que existe entre nosotros, y por lo tanto, si esto es verdad, tendrá que seguir haciendo lo mismo en el futuro.
Es decir que estamos considerando, aunque no nos demos cuenta de ello, lo que se conoce como la doctrina “de la perseverancia hasta el fin, de los santos”. ¿Conocemos esto? No ha habido otra doctrina descubierta por la Reforma Protestante, que haya traído más gozo, aliento y consolación al pueblo de Dios, que ésta. Fue esta doctrina la que sostuvo a los santos del período del Nuevo Testamento, y como veremos, desde esa época no ha habido nada que haya sostenido y estimulado tanto al pueblo de Dios. Esta doctrina explica las grandes proezas que hay en los anales de la Iglesia Cristiana. Jamás entenderemos a personas como los Pactantes de Escocia y los Puritanos —hombres que han dado sus vidas con gozo y gloria— si no es a la luz de esta doctrina. Es la explicación de algunas de las maravillosas cosas que sucedieron durante la última guerra; es la única forma que podemos entender cómo algunos cristianos alemanes enfrentaron a Hitler y le desafiaron.
El salmista ahora nos da una excelente exposición de esa doctrina. Se dirige a Dios y esto es lo que dice: “Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria”. Muchos expositores bíblicos no se han puesto de acuerdo en cuanto al significado exacto de esto. A algunos no les gusta la palabra “después”. Dicen que debe leerse así: “Me guiarás hacia la gloria”. Sin embargo, el sentido es el mismo. Va sea que pongamos estas palabras en presente o en futuro, hay un elemento de continuidad en las mismas. Lo que el salmista está diciendo es: “Tú estás haciendo esto ahora, y lo seguirás haciendo, y ‘después’ gloria…”. Este hombre no está expresando una esperanza pía; está absolutamente seguro de ello, como el resto del Salmo lo explica más extensamente y en detalle.
Esta es una doctrina que se encuentra en toda la Biblia, en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo. Los santos del Antiguo Testamento vivieron en el mundo a la luz de esta doctrina. Así se explican los héroes de la fe mencionados en Hebreos 11 de Abel en adelante. Se ve con particular claridad en el caso de Noé. Noé fue un excéntrico, necio y extraño en la sociedad en que vivió. Parecía muy ridículo construir un arca. El no era como los demás, que vivían para este mundo. No; se estaba preparando para una catástrofe. ¿Por qué lo hizo? Porque conocía a Dios, creyó en El (deseaba solamente agradarle a Él. Una magnífica presentación de esta doctrina se encuentra en Hebreos 11:13-16: “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos porque les ha preparado una ciudad”
Esta es una síntesis perfecta de la forma en que los santos del Antiguo Testamento vivieron; explica la fe de ellos y su filosofía de la vida. Es la declaración de la doctrina de la perseverancia de los santos hasta el fin. Se ve más clara, como es de esperar, en el Nuevo Testamento. Y es más clara por esta razón: porque el Hijo de Dios ha venido a este mundo y cumplido con su obra, y por lo tanto tenemos mucha más seguridad que los santos del Antiguo Testamento. Ellos tenían seguridad, pero nosotros deberíamos estar doblemente seguros. El Hijo de Dios vino a este mundo y volvió al cielo. El ha sido oído, tocado y palpado. Tenemos toda esta evidencia y aun más, pues el Espíritu Santo ha sido dado en una forma tal que no había sido experimentado antes de Cristo. El efecto de esto tendría que asegurarnos doblemente esta gloriosa y maravillosa doctrina de la perseverancia de los santos hasta el fin.
Al considerar esta doctrina, estamos mirando a la doctrina del hermano caído en una forma positiva. Anteriormente, la habíamos visto en una forma negativa, considerando el aspecto restringente y el aspecto restaurador de la gracia de Dios. Si ponemos esa doctrina en forma positiva y en el futuro, tenemos la perseverancia de los santos. ¿Por qué Dios no permite que el hermano caído se pierda del todo? ¿Por qué decimos siempre que el hermano caído vuelve y debe volver? Esta doctrina nos da la explicación.
Consideremos, entonces, esta gran doctrina. ¿Qué evidencias tenemos de ella? Este Salmo que estamos considerando es una de las mejores. No obstante, veamos algunas declaraciones del Nuevo Testamento. Leamos las palabras del Señor Jesucristo en Juan 10:28, 29: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”.
Esta declaración en sí es más que suficiente. Esas palabras fueron pronunciadas por nuestro bendito Señor y Salvador sin ninguna salvedad. Son una aseveración dogmática, una certeza absoluta. No podrían ser más fuertes. Sin embargo, consideremos también otros pasajes de las Escrituras. Miremos el final de Hebreos 6 y Hebreos 11. Quizás no conozcamos bien estos pasajes y habrá cosas de las cuales no estamos seguros. Pero permítaseme recordar una declaración que hizo Lord Bacon: “No permitas que las cosas de las cuales no estás seguro, te roben de lo que estás seguro”. ¡Qué declaración profunda es esta en cualquier nivel! Cuando se aplica a doctrinas bíblicas significa esto: Por un lado tenemos una declaración categórica hecha por nuestro Señor que es clara y sencilla. No puede haber equivocación alguna acerca de ella; es absolutamente cierta. Muy bien; entonces cuando nos encontramos con pasajes que son inciertos, ¿qué hacemos con ellos? ¿Abandonamos aquello de lo cual estamos seguros? Lord Bacon dice que si somos sabios, nunca debemos permitir que lo incierto nos robe de lo cierto. Lo que dice el Señor es absolutamente seguro y lo tomamos así. Luego examinemos los otros versículos a la luz de esto.
Si hacemos así encontraremos que no es muy difícil como he dicho anteriormente al pasar, en pasajes como los primeros versículos de Hebreos 6, no hay manifestación alguna de que esas personas habían nacido de nuevo. Nunca olvidemos que hay personas que parecen ser cristianas, que aprueban las debidas declaraciones, y que muestran muchas otras señales, pero esto no significa necesariamente que han nacido de nuevo. Quizá hayan “gustado” del don celestial, o hayan experimentado algo del poder del Espíritu Santo, pero no significa necesariamente que recibieron vida de Dios. La doctrina de la perseverancia de los santos se aplica a aquellos que recibieron vida.
Consideremos ahora aquellas repetidas declaraciones de Romanos 8, y especialmente el versículo 30: “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. El Apóstol Pablo enseña aquí claramente que si Dios justifica a una persona, El ya le glorificó. Todo este pasaje es una tremenda exposición de la doctrina de la perseverancia de los santos hasta el fin, y termina con un último desafío: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” “Estoy seguro (en griego, absolutamente seguro) de que ni la muerte, ni la vida… nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Leamos otro pasaje: “El”, dice Pablo a los Filipenses (1:6), “que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Miremos también en Pedro 1:5. El apóstol dice: “guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. ¡Y así podríamos pasar horas citando Escrituras a tal fin!
Sobre la base de estas declaraciones, ¿cuál es exactamente la doctrina? ¿Cuáles son las verdades que pueden basarse sobre estos argumentos? ¿Cómo probamos, cómo demostramos esta doctrina? Parecería que esta enseñanza puede ser subdividida de la siguiente manera.
Esta verdad está basada sobre el carácter inmutable de Dios. “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”, dice Pablo. El es el “Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. La voluntad de Dios es inmutable, y es inmutable porque Dios es Dios. Lo que Dios desea, lo que Dios se propone, Dios lo ejecuta. La inmutable voluntad de Dios es la roca fundamental de todo. Si yo no creo esto, no tengo fe. La verdad absoluta es que Dios es Dios. “Yo soy el que soy”, eterno, inmutable y siempre el mismo. En otras palabras, Dios no es como el hombre, nunca empieza algo para luego abandonarlo. Esto es tan típico de nosotros ¿no es cierto? Tenemos nuevos intereses y vivimos para ellos; luego los abandonamos. Nosotros tenemos esta tendencia, pero Dios no es así. Cuando Dios comienza una obra, El la completa. Dios es incapaz de dejar algo a medias. Este es el fundamento de toda nuestra posición. Dios no se niega a sí mismo. No es inconsecuente. No hay contradicciones en Dios, todo es sencillo y claro. El ve el fin desde el principio: así es Dios. Si no descansamos en la voluntad inmutable de Dios y su propósito, no tenemos nada en que descansar.
El segundo argumento que deduzco concierne a los propósitos de Dios. Evidentemente no hay nada más claro en las Escrituras, desde el principio hasta el final de ellas, que esto: Dios tiene un gran propósito, y su propósito es salvar a los que creen. No podemos leer la Biblia honestamente y sin perjuicio sin ver esto claramente. Encontramos allí el relato de la creación, la explicación de la caída del hombre y de la humanidad pecaminosa. Pero luego introduce el mensaje de la gracia. ¿Quee es esto? ¿No es que Dios nos muestra su propósito en salvar a aquellos que creen? Lo estoy expresando así deliberadamente. La Biblia establece claramente que hay algunas personas que pasarán la eternidad en gloria, y que hay otras que no la van a pasar allí.
¿No es esto el evangelio? Encontramos en todas partes esta división, este juicio, esta separación entre el pueblo de Dios y aquellos que no son de Dios. Es el propósito de Dios salvar a aquellos que creen, y es un propósito inmutable. Es un propósito que se llevará a cabo. ¿Por qué?
Esto me lleva a mi próximo argumento concerniente al poder de Dios. Este mundo está gobernado por un poder hostil a Dios. Ese poder se describe como “el Dios de este mundo” o “Satanás”, y él ha organizado sus fuerzas con una extraordinaria habilidad y sutileza de tal manera que toda su acción en esta vida y en este mundo está programada en contra del pueblo de Dios. Las tentaciones, las sugerencias, las insinuaciones, toda la actitud, todo el prejuicio —no necesito describirlos— todo está en contra nuestra. Y evidentemente la pregunta que se presenta aquí es la siguiente: tenemos aquí a un hombre que es Hijo de Dios, ¿corno enfrentará todo esto? ¿No es evidente que caerá? Leamos el Antiguo Testamento y encontraremos que estos hombres piadosos cayeron en pecado, entre ellos David y muchos otros. ¿Cómo puedo estar seguro que seguiré adelante? La respuesta es que estoy sostenido por el poder de Dios, sostenido por la gracia de Dios: “Me tomaste de la mano derecha”. Esta es la única base — el poder de Dios. No cabe duda que es un poder invencible, ilimitado e infinito. Es por eso que el Apóstol Pablo, orando por la Iglesia en Éfeso, pide tres cosas para ellos (Ef. 1:18-19). Ora para que sepan “cuál es la esperanza” a que Dios los ha llamado. Ruega para que conozcan “las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”, y también cuál es “la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos”, el poder de Aquel que levantó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo. “Ahora bien”, dice Pablo, en efecto, a estos Efesios, “esto es lo que estoy pidiendo por ustedes. Son cristianos en una sociedad pagana y están pasando por un tiempo muy difícil. Lo más grande que pueden llegar a conocer, es que el poder que está en ustedes es el poder que Dios ejerció cuando levantó a su Hijo de entre los muertos y lo resucitó”. Este es el poder que está trabajando por nosotros y en nosotros. El no se contenta con decirlo una vez, lo repite y lo enfatiza. El poder de Dios es tal, que “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Ef. 3:20).
Sin embargo, tengo un argumento que es mucho más fuerte que todo lo que he dicho. Hay algo que es aun de mucho más valor práctico para ustedes y para mí que las doctrinas de la voluntad de Dios, del propósito de Dios y del poder de Dios. Somos tan sordos para oír, y tan lentos en las cosas espirituales que estas declaraciones nos parecen remotas y abstractas. Por eso les daré algunas evidencias concretas de la historia, una demostración práctica de lo que he estado diciendo. La encontramos en la última parte del versículo 24 de este Salmo. Comencé diciendo que él enfrenta el futuro y lo hace con lo que deduce del pasado. Lo hace con bastante lógica. Dice que el Dios que lo trató con tanta gracia no lo puede abandonar. Lo expresaré en palabras del Nuevo Testamento: “Si (me gusta este sí, me gusta la lógica del Nuevo Testamento) siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Rom. 5:10). ¿Podemos refutar esta lógica? Veamos lo que está diciendo. Si este Dios Todopoderoso envió a su Unigénito Hijo amado para morir en la Cruz del Calvario, cuando todavía éramos enemigos, ¿cuánto más seremos salvos por su vida? El Dios que hizo esto por nosotros, no nos puede dejar ahora. Se tendría que negar a sí mismo para hacerlo. Habiendo hecho lo más importante, no puede rehusar hacer lo menos importante. Lo tiene que hacer.
Sin embargo, el apóstol, conociendo cómo somos, lo repite nuevamente en Romanos 8:32: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con é1 todas las cosas?” El no escatimó su humillación ni sus sufrimientos, no escatimó los esputos ni la cruel corona de espinas, ni la agonía de los clavos en sus santas manos y pies; no escatimó la tremenda carga de la culpa del pecado. “El que no escatimó ni a su propio Hijo… ¿cómo no nos dará también con El todas las cosas?” ¿Queremos algo más? Si esto no es suficiente, entonces me desespero. El Dios que hizo esto por nosotros está obligado a darnos todo lo que es esencial para nuestra salvación final. Es imposible pensar que El no lo haría. Nuestro trabajo nunca es en vano en el Señor si creemos lo que Pablo dice en 1Corintios 15. Y si esto es cierto de nuestro trabajo cuánto más cierto es del suyo.
Quisiera darles un último argumento. La forma en que somos salvos es, para mí, la prueba final de la doctrina de la perseverancia de los santos hasta el fin. ¿Qué es lo que quiero decir? Digo que somos salvos por nuestra unión con Cristo. Esta es la enseñanza de Romanos 5 y 6. Si de veras estamos in Cristo y unidos a Él nunca podemos dejar de serlo. Formamos parte indisoluble de Él, estamos unidos a Cristo. La doctrina de la justificación también prueba esto. Dios dice “… nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades”. Hemos muerto con Cristo; hemos sido crucificados con El y también hemos sido sepultados con El; hemos sido resucitados con Cristo, y estamos sentados con El en lugares celestiales. Todo lo que es verdad de Él es también verdad de nosotros. ¿Puede esto dejar de ser cierto? La doctrina del nuevo nacimiento enseña lo mismo. Somos participantes de la naturaleza divina. Adán no lo fue. A Adán le fue dada una justicia positiva, pero no fue hecho participante de la naturaleza divina. Fue hecho a la imagen y semejanza de Dios y nada más; pero aquel que está en Cristo, el que es cristiano, el que ha nacido de nuevo, es “participante de la naturaleza divina”. Cristo está en él y él en Cristo.
Sigamos la lógica de estas proposiciones. Si creemos estas doctrinas veremos que ciertas cosas se suceden inevitablemente. No puedo entender a aquellos que dicen que hoy uno puede nacer de nuevo y mañana puede dejar de ser renacido. Es imposible, es monstruoso, es casi una blasfemia sugerir esto. Podemos tener experiencias emocionales que van y vienen; podemos tomar decisiones y luego renunciar a ellas. La Biblia enseña acerca de la actividad y la acción de Dios, y cuando Dios obra, lo hace efectivamente; y si estamos en Cristo, sin duda alguna, estamos en Cristo. Si somos participantes de la naturaleza divina v estamos unidos a Cristo en una unión espiritual y formamos parte de Él, no puede haber separación.
Aquí, entonces, están los argumentos que prueban y substancian esta doctrina. Queda la pregunta de cómo lo hace Dios. ¿Cómo es que Dios nos sostiene? El salmista lo expresa así: “Me has guiado según tu consejo”. El dirige; El guía. El hace todas las cosas que hemos considerado en nuestro estudio anterior. Nos frena, trabaja en nosotros: “…ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer…” (Fil. 2:12). Así es como El preserva a su pueblo; así es como nos sostiene por su gracia, y nos libra del pecado. El obra en nosotros, en nuestras mentes y también en nuestras disposiciones y deseos. Pedro, al principio de su segunda epístola, recuerda a quienes está escribiendo que se les ha dado “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad”. “Todas las cosas”: todo lo necesario para vivir una vida santa se encuentran en las Escrituras, en el Espíritu Santo, en la Persona de Cristo. Por medio de estas cosas Dios nos guía, nos sostiene y nos perfecciona. El se ocupa de nosotros, somos hechura suya y su cincel ha sido utilizado en nuestra formación. ¿Hemos estado enfermos? Probablemente haya sido Dios que lo permitió. “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros…”, dice Pablo en 1Corintios 11:30. Porque algunos de los miembros de la iglesia en Corinto no se estaban examinando y juzgando a sí mismos, Dios tuvo que tratar con ellos por medio de enfermedades y dolencias. “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (He. 12:6). Esto es a veces parte de su proceso en sostenernos y traernos a esa glorificación final que nos aguarda.
Terminaré con esto. ¿Adonde nos lleva este proceso? De acuerdo a este hombre, nos lleva a la gloria… “Me recibirás en gloria”. Quiere decir que si estamos en las manos de Dios, y somos sostenidos por El, disfrutamos en parte de esa gloria aun en este mundo. Aun en este mundo comenzamos a gozar algo de los frutos de la salvación, de la vida que es gloria. Los dones del Espíritu, la gracia del Espíritu, los frutos del Espíritu, todo esto es parte de la gloria. Cuando Dios comienza a producir estas cosas en nosotros, nos está glorificando. El nos hace diferentes al mundo y a sus habitantes; nos hace semejantes a Cristo. Algo de la gloria de nuestro bendito Dios nos pertenece.
Gracias a Dios por esta verdad. Sí, pero esto sólo es el comienzo; esto es sólo una anticipación. En verdad, es sólo después de la muerte que llegaremos perfectamente a la gloria que nos espera, a gozar de todo lo que significa el cielo. “… Me está guardada la corona de justicia”, dice el gran apóstol Pablo. Es por eso que él ora repetidamente por las iglesias para que conozcan “la esperanza de su vocación” y “las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”. En otras palabras, Dios nos está preparando para Sí mismo, y el final de nuestra salvación es que iremos a estar con Dios y gozar de su vida con El. ¡Qué criaturas miserables somos, qué criaturas tontas, descontentas, que nos quejamos pero nos atamos a las cosas de este mundo! ¿Sabes que tú y yo, si estamos en Cristo, estamos destinados a gozar de la \ida y de la gloria de Dios mismo? Esta es la gloria que nos aguarda. No es apenas el perdón de los pecados; estamos siendo preparados para esa positiva, eterna gloria. Esta es la enseñanza que el salmista está exponiendo. Este es el fin y el objetivo a donde la gracia sustentadora de Dios nos lleva, y para la cual El nos está preparando.
Sin embargo alguien podría preguntar, ¿no es esto acaso una doctrina peligrosa? Existiría el peligro de que alguien dijera: “Como ya soy salvo, no importa lo que hago”. Mi respuesta es ésta. Si después de escuchar la doctrina que he estado enunciando llegamos a esa conclusión, entonces no tenemos vida espiritual en nosotros mismos, estamos muertos. “Todo aquel que tiene esta esperanza en él”, dice en Ira. Juan 3:3, “se purifica a sí mismo, así como él es puro”. Si se nos hubiera prometido una audiencia con alguna persona importante, nos prepararíamos para ello. Y lo que he estado diciendo es que si somos hijos de Dios, seremos llevados a la presencia eterna y estaremos delante de la gloria de Dios. “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. Cuanto más seguro esté yo de esto, más preocupado estaré de mi santificación y pureza; más y más trataré de purificarme. El tiempo es corto. Sé que el fin se acerca; no tengo ni un momento para perder. Debo prepararme con más y más diligencia para el día de la coronación el cual llegará pronto.
Termino con un fragmento de lógica de John Newton. Él lo pone así:
Su amor en todo el pasado me impide pensar
Que en las pruebas finales me dejará hundir.
Cada dulce experiencia que me hace gustar
Confirma que me quiere a la gloria llevar.
Dios permita que todos, cuando miramos a nuestros “Ebenezeres” pasados (ver 1Sam. 7:12), podamos gozar de esta gloriosa y bendita seguridad: que El no puede ni quiere abandonarnos. De esto estamos seguros ¡bendito sea el nombre Dios!

miércoles, 10 de febrero de 2010

¿ASI QUE YA NO QUIERES IR A LA IGLESIA?



AMOR CON UN GANCHO




CAPITULO 5
Llegué acá para escapar de todo eso, pero resulta que traje todo conmigo. Parece que cada minuto estaba lleno de pensamientos acerca de lo que sucedía en casa. Aun el paisaje virginal no pudo calmar mi frustración y enojo.
La laguna Nellie es uno de mis lugares favoritos. Se encuentra en la altura, al final de una subida de dos horas y media. Casi nunca hay otras personas aquí, incluso ahora en verano. Tuve la laguna entera para mí mismo.
Es una laguna pequeña, pero siempre cojo muchas truchas de buen tamaño aquí. Mi esposa Laura había viajado para visitar a sus parientes por una semana. En un arranque de frustración yo había salido para unos días de retiro personal.
Ya había tipeado mi carta de renuncia, pero la escondí en mi escritorio hasta que tuviera tiempo para pensarlo bien. Yo había tomado a pecho mis últimas conversaciones con Juan, y en los seis meses desde entonces, mi relación con Dios había realmente empezado a crecer.
Yo estaba más consciente de su presencia durante el día. Yo estaba empezando a aprender cómo confiar más en él que en mis propios esfuerzos. Pero justo entonces estalló un conflicto en la iglesia.
De alguna manera perdí a Dios de la vista en todo eso, y comencé nuevamente a buscar la cara conocida de Juan por todas partes donde pasé. Por fin me rendí y decidí escaparme, aunque por unos días no más.
En las dos últimas horas había atrapado casi veinte truchas. Pero aun estos momentos fueron solo una distracción momentánea del gran dolor que sentía en mis intestinos. Yo había visto unos conflictos horribles en mi trabajo de negociante, pero nunca había visto un grupo de personas tratarse con tanta hostilidad y tanto engaño, y a la vez esforzándose tanto por parecer dulces e inocentes.
"¡Idiotas!", exclamé, mientras eché el anzuelo a la laguna.
"Espero que no estés hablando de mí", dijo una voz conocida desde la colina detrás de mí.
Sorprendido, salté sobre mis pies y me volteé. Juan, con una mochila en su espalda, estaba descendiendo hacia la laguna. Casi tropecé sobre mi caña de pescar cuando intenté dejarla en el suelo, para saludar a Juan. "¿Qué estás haciendo aquí arriba?"
"Vengo acá cada año alrededor de este tiempo por unas dos semanas, para caminar en las alturas y disfrutar de un poco de paz y quietud. Casi no encuentro a otras personas aquí, especialmente no a los que conozco."
"Yo igual. Esto es lo que me gusta aquí."
"¿Quieres que me vaya?"
"¿Estás bromeando?" - El era la única persona a quien le daría la bienvenida aun en la situación en que me encontraba. El se quitó su mochila y la apoyó contra un tronco. Estiró su espalda y preguntó: "¿Vienes acá a menudo?"
"No tanto. Una vez al año, a lo máximo." - De repente, mi caña comenzó a vibrar. La agarré y empecé a enrollar el hilo. Una trucha de medio metro se acercó por el agua. De repente el hilo quedó suelto, porque el gancho había salido de la boca de la trucha. Juan y yo nos reímos ambos. Ya no pensaba en pescar.
"Uno más en libertad", dijo Juan. Y sentándose sobre el tronco, preguntó: "¿Entonces quiénes son los idiotas? ¿Los peces?"
Mi cara se puso roja cuando me recordé de mi arranque de hace poco. "No, la pesca es increíble. ¡Pero la gente en la iglesia! No te lo puedes imaginar, Juan. Todo ha reventado en las últimas semanas. Ha traído a la luz lo peor en cada uno de ellos."
Juan me interrumpió: "Comencemos más antes que eso. ¿Cómo has estado tú desde nuestra última conversación?"
Demoré en soltar todo lo que le iba a contar, para enfocarme en nuestro último encuentro. "En realidad, las cosas iban bastante bien. Comencé a disfrutar nuevamente de mi relación con Dios, como cuando le conocí por primera vez.
Dejé de esforzarme tanto para hacer que las cosas sucedan, y él se hizo visible para mi en tantas maneras. Empecé a ver cosas acerca de mí que nunca antes había visto; por ejemplo cuán exigente puedo ser, y cuán poco confío en Jesús para los detalles de mi vida. ¿Pero sabes qué? Esto no le importaba. El simplemente me mostró cuán real él quiere ser en mi vida."
"¡Esto es grandioso! Sé que es difícil creer, pero disfrutar de esta relación sencilla es todo lo que necesitas para que Dios obre en ti."
"Bueno, ahora mismo parece que no funciona. Todo se agolpa sobre mí, y estoy tan enojado todo el tiempo que mi propia esposa me tiene miedo."
"¿Estás enojado con ella también?" - Juan levantó mi caña mientras hablamos.
"No creo, pero seguramente me expreso como si lo estuviera."
"¿Estás enojado con el pastor?"
"Intento no estarlo, pero él lo hace imposible. De hecho me llevaba bastante bien con él, desde que dejé mis intentos de cambiarle, o de obligarle a una amistad que él ya no desea. Pero entonces ese concierto estúpido lo malogró todo."
"¿Le dijiste cuán enojado estás?" dijo Juan, mientras echó el gancho sin cebo al agua.
"¡Todavía no! El me despedirá, y entonces ¿dónde estaría yo? He pensado en dejar el trabajo. Incluso tipeé mi carta de renuncia, pero quiero asegurarme otro trabajo antes de irme. He sacrificado tanto para trabajar con ese tipo, ¡y ahora mira en qué problema estoy!" Suspiré profundamente y pude sentir la sangre pulsando en mis oídos. "Ahora él quiere que yo mienta para él."
"¿Acerca de qué?"
"Nuestro líder de jóvenes había planeado un concierto hace dos semanas, para evangelizar a los alumnos de secundaria. Contrató a un grupo con un verdadero mensaje evangelístico, que habían hecho un evento anti-drogas en una escuela el día anterior. El y los chicos habían repartido volantes en toda la vecindad.
Vino una gran multitud, pero esto creó una crisis aun más grande. Algunos de nuestros miembros más ancianos escucharon la música y dijeron que el estilo era demasiado mundano. Cuando fueron a ver el evento, vieron a unaschicas con vestidos muy escotados, y unos chicos vestidos como pandilleros.
Pienso que se asustaron, pero acusaron al pastor de jóvenes de profanar el santuario. Más tarde encontramos que algunas de las sillas recién retapizadas habían sido cortadas con cuchillos, y unas partes del equipo de sonido faltan, y había grafitis en el baño de varones. El daño era de unos 3500 dólares, y ellos demandan la cabeza de alguien."
"Una evangelización puede traer desorden", dijo Juan, mientras observaba el anzuelo inmovible.
"Lo que sucedió después, fue aun más desordenado. Deberías escuchar los gritos de batalla: 'Tenemos suficiente de esto en la tele, no necesitamos traerlo a la iglesia.' '¿Por qué intentamos salvar a los hijos de todo el mundo, si estamos perdiendo a los nuestros?' 'Todo el auditorio estaba lleno de vagabundos.' "
"Esto sería una verdadera ventaja, si el propósito era evangelizar."
"Supongo que esto lo he entendido. Pero es increíble como la gente de ambos lados del asunto se atacan con tanta ira."
"Si me recuerdo bien, ¿no dice vuestro letrero en la fachada: 'Donde el amor es un estilo de vida'?"
Primero ni entendí de qué estaba hablando. "El letrero está allí desde hace tanto tiempo que nadie se fija en él."
"Obviamente", dijo Juan, riéndose.
"¿Te parece chistoso?"
"Diría más irónico que chistoso, pero este es el problema de las instituciones, ¿o no? Una vez que levantas una institución, tienes que protegerla y sus bienes. Esto confunde todo. Aun el amor se malentiende: ahora se llama 'amor' lo que protege la institución, y 'falta de amor' lo que va en contra de ella. Esto convierte a las personas más amables en maniáticos, y nunca se detendrán para reflexionar que todas estas acusaciones son lo contrario del amor."
Mientras Juan recogía el anzuelo vacío, dijo: "Es amor con un anzuelo. Si haces lo que queremos, te recompensamos. Si no lo haces, te castigamos. En realidad, esto no es amor en absoluto. Damos nuestro afecto solo a aquellos que sirven nuestros intereses, y rechazamos a aquellos que no nos sirven."
"¡Qué problema!"
"¿Ves cuán doloroso es? Por eso, las instituciones reflejan amor solamente mientras están de acuerdo en lo que hacen. Cualquier diferencia de opiniones produce una lucha por el poder."
"Esto es verdad. Y parece que esto se prolonga más de lo que merece el conflicto. Me han dicho insultos que nunca escuché cuando era hombre de negocios. Una familia se ha comprometido a cubrir los gastos de las reparaciones y a remplazar todo lo que falta, pero la gente sigue quejándose de los gastos. No hace sentido."
"Excepto si todo esto expresa otro conflicto más profundo."
Yo no había pensado en esto antes, pero ahora me di cuenta de que los oponentes más fuertes estaban divididos en otros asuntos también. "Podrías tener razón, Juan. Siempre teníamos esta tensión escondida entre personas que piensan que nuestra iglesia es demasiado cerrada, y los otros que piensan que la gente nueva que viene malogra lo que tenemos."
"Esto es algo común. He estado con grupos que se peleaban acerca de las canciones que debían cantar, o quién podía usar su nuevo gimnasio. Algunos piensan en maneras de atraer gente nueva; otros quieren que todo permanezca como es. Estas cosas nunca son fáciles."
"Solo estoy enfermo de todo este problema y tengo miedo de volver allá. Mañana habrá una asamblea especial. Todos están enojados. Algunos de los líderes exigen que el pastor de jóvenes se vaya, y están enojados con el pastor porque permitió que todo esto sucediera."
"¿Cómo piensas que resultará?"
"Si el pastor es bueno en algo, es en salvar su propia piel. Probablemente despedirá al pastor de jóvenes. Ya le dijo que si él se va voluntariamente, le daría una buena recomendación para otra iglesia. Pero es allí donde él quiere que yo mienta para él."
"¿Qué quiere que digas?"
"El quiere distanciarse de todo este asunto, diciendo que él no sabía qué clase de concierto era. Pero él lo sabía. El había escuchado uno de sus CD antes, y le habían advertido que su música era bastante fuerte. El pastor lo escuchó y dijo a Ben y a mí cuán entusiasmado estaba para alcanzar a la juventud herida de nuestra comunidad."
"¡Ah oh!"
"Sí. Ahora él cambió su cuento. Hace unos días, uno de nuestros ancianos le reprochó, y él se defendió diciendo que él no estaba informado. Dijo que yo fui quien lo había aprobado. Ahora el pastor y Ben están contando historias diferentes y se llaman mentirosos uno al otro.
Cuando recordé al pastor de nuestra conversación anterior, él dijo que se sentía atrapado y que en el calor del momento se había olvidado de que había escuchado el CD. Cuando le dije que él necesitaba aclarar el asunto, él me dijo que aunque no era técnicamente verdad, por lo menos representaba la verdad.
Si él hubiera tenido alguna idea de lo que iba a suceder aquella noche, él nunca hubiera estado de acuerdo. El quiere que yo respalde su historia, y le serruche el piso a Ben. Me dijo que después de todo lo que él hizo por mí, yo le debo esto."
"Me parece que si él dice que le debes algo, entonces él en realidad nunca hizo nada para ti."
Intenté descubrir qué quería decir. "¿El no hizo estas cosas para mí? ¿Para quién entonces? ¿Para él mismo?"
"Esto es lo que yo pienso. ¿Ves como nuestra idea del amor se tuerce cuando la institución es lo más importante? El probablemente se preocupa por ti; no quiero negar eso. Pero él mismo sigue en el centro de todo. Ahora él quiere cobrarte una deuda que tú no le debes.
El problema con la iglesia como tú la conoces, Jacob, es que es solo un acuerdo mutuo acerca de las necesidades personales de cada uno. Todos necesitan algo de ella. Algunos necesitan ser líderes. Algunos necesitan estar bajo liderazgo. Algunos quieren enseñar, otros están felices cuando pueden escuchar.
Entonces ya no tenemos ninguna demostración auténtica del amor de Dios. En lugar de ello, tenemos un grupo de personas donde cada uno protege sus propios intereses. Ya no puedes ver la vida de Dios. En lugar de ello, ves las inseguridades de la gente que busca algo para satisfacer sus necesidades."
"¿Y por eso la gente se vuelve tan viciosa cuado se sienten amenazados? Ellos actúan como perros feroces cuando alguien intenta quitarles su hueso." "¡Exactamente! Y mientras lo hacen, piensan que Dios está del lado de ellos.
En tiempos como estos, un grupo a menudo se divide en nuevos acuerdos que servirán mejor las inseguridades de cada uno. Y después que se haya calmado su amargura, el ciclo entero comienza de nuevo."
"Entonces no importa lo que hago, las cosas siempre empeorarán."
"¿Tienes que hacer una decisión?"
"Tengo que respaldar al uno o al otro."
"O simplemente decir la verdad sin importar el resultado. Me parece que no se trata de decidir entre Jim y Ben, sino entre la verdad y una mentira."
Juan hizo que la decisión fuera más clara, pero esto no la hizo más fácil. Había tanto que perder, y no me gustaba estar en esta situación. El silencio se prolongó. Por fin Juan se levantó. "No sé qué harás, Jacob, pero hay una cosa que aprendí con los años. Una amistad que exige que mientas para salvarla, probablemente no es ninguna amistad en absoluto."
No me agradó la idea de que mi amistad con Jim no era real. "Es solo un momento débil, estoy seguro. El tiene problemas con unas personas importantes, e intenta hacer lo que sirve los mejores intereses de la iglesia."
"¿Es esto lo que él te dijo, o te inventaste tú esta justificación?"
Me di cuenta de que esta conversación no me iba a ayudar en mi frustración. Mi ansiedad creció. Apoyé mi cabeza entre mis manos. "Desearía que fuera más fácil. Hemos sido amigos por mucho tiempo."
"Una amistad es algo grandioso, Jacob; pero no cuando se tuerce de esta manera. Según recuerdo, me dijiste que esa amistad ya estaba disminuyendo."
El tenía razón. "Lo olvidé. Sí, él estaba muy distante por un buen tiempo, y raras veces abre su corazón durante nuestros tiempos de intercambio y oración."
"¿De qué piensas que se está escondiendo?"
"¿Cómo puedo saberlo? No estoy seguro si se está escondiendo."
"¿No estás seguro?"
"No sé. Definitivamente él está menos accesible para los líderes y los hermanos."
"En mi experiencia, cuando alguien se distancia de sus amistades de muchos años, normalmente es porque esconde algo. Yo podría equivocarme, ¿pero qué harás tú?"
"No sé. Puedo ganar todo cuando le apoyo, y puedo perder todo si no le apoyo."
"Entonces tú mismo estás en el centro de tu mundo, igual como Jim está en el centro del suyo."
Esto no sonó bien. Juan continuó: "Yo sé cuánto te impresiona esto, Jacob, pero no te dejes engañar. Si quieres vivir este viaje, tienes que poner la honestidad por encima de tus ventajas personales. Es fácil intentar encubrir las cosas para el bien de la institución, pero esto es entrar en un camino donde Dios no vive."
"Pero yo necesito este trabajo, por lo menos hasta que encuentre algo diferente."
"Hay cosas peores que perder un trabajo, Jacob. Y esto no cambiaría la responsabilidad de Dios de proveer por ti."
"¿Qué estás diciendo? ¿Debo irme así no más? No puedo imaginarme sobrevivir sin esta iglesia. ¡Ha sido mi hogar por tantos años, y yo moriría sin ella!"
"Esto es lo que ellos quieren que pienses, pero no es así. Esto explica también por qué todos están peleando con tanta malicia. Ellos también piensan que no pueden dejarlo, entonces tienen que ganar. Esta trampa ha capturado a muchos hijos de Dios.
Cuando tenemos tanto miedo que no podríamos sobrevivir sin la institución, entonces todo lo que sabemos acerca de lo bueno y lo malo sale volando por la ventana. Lo único que nos preocupa es nuestra propia sobrevivencia. Este razonamiento ha causado dolores increíbles a lo largo de la historia de la iglesia."
"No quise decirlo de la manera como tú lo dices, Juan."
"Probablemente no, pero es la realidad. Este es el problema cuando se edifica una iglesia sobre la base de las necesidades. Nos volvemos ciegos hacia la verdadera obra de Dios."
"¿Qué quieres decir con esto?"
"¿Por qué va la gente a tu iglesia, Jacob?"
"Porque se supone que debemos tener comunión. La necesitamos para ser alimentados, para rendirnos cuentas unos a otros, y para crecer juntos en la vida de Dios. ¿Quieres decir que esto no es correcto?"
"Entonces si alguien deja de asistir, ¿qué le sucederá?"
"Debería encontrar otra iglesia local e involucrarse allí. De otra manera se marchitará espiritualmente o caerá en el error."
"Escúchate a ti mismo, Jacob. Usas las palabras 'necesita', 'debe', etc. ¿Es esta la vida del cuerpo de Cristo?"
"Pensé que sí."
"Las Escrituras no usan el lenguaje de la necesidad cuando hablan acerca de la conexión que Dios establece entre creyentes. ¡Nuestra dependencia es solo de Jesús! El es el único que necesitamos. El es el único a quien seguimos.
El es el único en quien debemos confiar para todo. Cuando ponemos al cuerpo de Cristo en este lugar, lo convertimos en un ídolo, y terminarás amarrado en nudos acerca de la situación en la que te encuentras. La religión humana sobrevive diciéndonos que debemos conformarnos, o algún destino horrible nos alcanzará.
Esto distorsiona tanto la obra de Dios. Compartimos la vida del cuerpo, no porque tenemos que hacerlo, sino porque nos nace. Cualquiera que pertenece a Dios, deseará compartir su vida con otros hijos suyos.
Y esta vida no pelea por el control de una institución. Simplemente ayuda unos a otros a vivir profundamente en él. Cuando permitimos que otros factores se interpongan, solo utilizamos el amor para atrapar a la gente con nuestros ganchos. Los recompensamos con afecto, y los castigamos con rechazo."
Una luz se prendió muy dentro de mí. Supe que él tenía razón. "¿Cómo no puedo haberlo visto antes, Juan? El sistema entero tiene un gancho dentro. Usamos incluso cosas como 'unidad doctrinal' para controlar a la gente y para extinguir todo desacuerdo.
La mayoría de la gente se siente bien solamente cuando agradan a los demás. Por eso es natural que quieren conformarse con nuestras enseñanzas y nuestros programas. Juan, esto es horrible."
Juan estaba sentado en silencio y dejó que mi descubrimiento personal continúe. No pude creer cuán ciego había sido frente a todas estas maneras de manipularnos unos a otros. ¡Claro que yo estaba exhausto todo el tiempo! Estoy intentando conformarme con las expectativas de los demás, y al mismo tiempo intento manipularlos para que ellos se conformen a las mías.
Yo había hecho con ellos exactamente lo mismo que el pastor estaba ahora haciendo conmigo. Lo estaba haciendo incluso con Laura, poniendo mi propio matrimonio bajo el mismo estrés. - "Esto describe casi todo lo que yo hago, Juan."
"Lo sé, pero recuerda que no eres solo. ¿Recuerdas como los mismos discípulos de Jesús intrigaron para asegurarse el primer lugar en su reino? Mientras no descubras cómo confiar en Dios para tu vida entera, constantemente intentarás controlar a los demás para conseguir lo que piensas que necesitas."
"¿Qué debo hacer entonces, Juan? ¿Simplemente abandonar mi trabajo?"
"Pienso que esto no lo tienes que decidir ahora, ¿no? Si yo fuera tú, me acercaría un poco más a Jesús y le pediría mostrarme lo que él quiere. El te lo aclarará, si tú no lo complicas con tus intentos de protegerte a ti mismo - de mantener tu trabajo, de ser aceptado por los demás, o de salvar tu reputación."
"El que quiere salvar su vida, la perderá, ¿eh?"
"Estas palabras están en el corazón de la vida en la realidad del reino de Jesús. Y no te olvides como continúa: 'El que pierda su vida por causa de mí, la hallará.' Este camino no es fácil, pero encontrarás la alegría de vivir en su vida. Esto vale más que cualquier dolor en el proceso."
"¿Pero cómo puedo estar seguro de no malograrlo todo?"
"Este no es el asunto, ¿no? Tú solo eres responsable de hacer lo que piensas que es lo mejor. Si te equivocas, te darás cuenta en su tiempo y aprenderás de tu error. Por lo menos aprenderás a depender más de él, que de esa cosa que tú llamas iglesia. Cuando dejarás de aparentar ser perfecto, serás libre para seguirle a él."
Juan puso su brazo sobre mi hombro y me aseguró que iba a orar por mí. "Es tiempo para mí para continuar", dijo, mientras levantó la mochila sobre sus hombros. Miré mi reloj y no pude creer la hora. Mi esposa se pone nerviosa cuando yo voy a caminar a solas, y había prometido llamarle a las 3:30. Con una hora de camino para llegar al próximo teléfono, ya estaba tarde, y temí que ella iba a mandar a la policía para buscarme.
"¡Ya es tarde!" exclamé, recogiendo mis cosas. "¿Estás bajando al lago Huntington?"
"No. Voy al oeste y me quedaré allí unos días más."
"¿Supongo que no tiene sentido pedirte que nos volvamos a encontrar pronto?"
"Ninguno de nosotros puede controlar esto, Jacob, y realmente no lo necesitamos. Mira lo que sucedió hoy. Si Dios es lo suficientemente grande para hacer que nuestros caminos se crucen en este lugar alejado, él se encargará también de nuestro próximo encuentro."
No tuve tiempo para discutir sobre esto, y así nos despedimos y me puse a caminar. Lo último que vi de Juan fue que subió entre las rocas al oeste de la laguna. Si yo hubiera sabido lo que me esperaba, me hubiera quedado en la laguna.