domingo, 11 de abril de 2010

¿ACASO NO NOS REGOCIJAREMOS?


“Bendito sea el nombre del Salvador, porque no somos una excepción: en la misma medida en que nos reconvengamos arrepentidamente por la muerte de Jesús, en esa misma medida podemos exultarnos con fe en el hecho de que Su sacrificio ha quitado para siempre nuestros pecados, y por tanto siendo justificados por fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Debido a que Dios ha condenado el pecado en la carne de Jesucristo, no nos condenará más a nosotros; de ahora en adelante somos libres, para que la justicia de la ley sea cumplida en nosotros que no andamos conforme a la carne sino conforme al Espíritu. Lamentamos nuestro pecado de corazón, pero no lamentamos que Cristo lo haya quitado ni lamentamos la muerte por medio de la cual, Él lo quitó; más bien nuestros corazones se regocijan en todas Sus agonías expiatorias, y se glorían cada vez que se menciona esa muerte por la cual nos ha reconciliado con Dios. Es algo muy triste que hayamos cometido el pecado que cargó sobre nuestro Señor, pero es un gozo pensar que Él ha puesto sobre Sí nuestro pecado personal y lo quitó de inmediato.
El siguiente punto de gozo es que Jesucristo ha sufrido ahora todo lo que era requerido que sufriera. Que haya sufrido fue causa de dolor, pero que ahora ha sufrido todo, es igualmente causa de gozo. Cuando un campeón regresa de las guerras mostrando las cicatrices del conflicto por el cual ganó sus honores, ¿acaso alguien se lamenta por sus campañas? Cuando abandonó el castillo, su esposa se colgó de su cuello y lamentó que su señor debía ir a las guerras, para desangrarse y tal vez morir; pero cuando regresa con resonante trompeta y el estandarte levantado en alto, trayendo sus trofeos con él, honrado y exaltado en razón de sus victorias en muchas tierras, ¿acaso sus más íntimos amigos lamentan sus arduas labores y sus sufrimientos? ¿Realizan ayunos correspondientes a los días en los que estuvo cubierto del sudor y del polvo de la batalla? ¿Tañen la campana en el aniversario de su conflicto? ¿Acaso lloran por las cicatrices que muestra todavía? ¿No se glorían en ellas como honorables recuerdos de su valor? Ellos estiman que las marcas que el héroe lleva en su carne son las insignias más nobles de su gloria, y las mejores muestras de su proeza. Por tanto no nos entristezcamos hoy porque las manos de Jesús hayan sido traspasadas; he aquí que ahora son “como anillos de oro engastados de jacinto.” No lamentemos que Sus pies hayan sido clavados al madero, pues Sus piernas son ahora “como columnas de mármol fundadas sobre basas de oro fino.” El rostro más desfigurado que el de los hijos de los hombres, es ahora más amable por desfigurado, y Él mismo, a pesar de Sus agonías, está ahora dotado de tal belleza que incluso la extasiada esposa del cantar únicamente puede describirlo como “todo él codiciable.”
El poderoso amor que le permitió soportar Su dolorosa pasión ha impreso en Él encantos completamente inconcebibles en su dulzura. No lamentemos, entonces, pues la agonía ya terminó, y Él no se encuentra en una peor condición por haberla soportado. Ahora no hay cruz para Él, excepto en el sentido que la cruz le honra y le glorifica; ya no queda para Él una lanza cruel ni una corona de espinas, excepto que de ellas Él deriva un rédito de honor y títulos siempre renovados, que le exaltan cada vez más alto y más alto en el amor de Sus santos.
Gloria sea dada a Dios, pues Cristo no dejó de sufrir ni un solo dolor de todos Sus dolores sustitutivos; Él ha pagado hasta el último centavo de nuestro terrible precio de rescate. Los dolores expiatorios han sido todos soportados, la copa de ira fue bebida hasta quedar seca, y debido a esto, nosotros, conjuntamente con todas las huestes de arriba, nos regocijaremos por siempre y para siempre.
Nos alegramos no sólo porque ya ha pasado la hora de dar a luz, sino también porque nuestro Señor ha sobrevivido Sus dolores. Él murió una muerte real, y ahora vive una vida real. Él permaneció en la tumba, y no fue una ficción que el aliento le abandonó: tampoco es una ficción que nuestro Redentor vive. El Señor ciertamente ha resucitado. Él ha sobrevivido la lucha mortal y la agonía, y vive incólume: ha salido del horno y ni siquiera huele a humo. No está lesionado en ninguna facultad, ya sea humana o divina. No ha perdido nada de Su gloria, sino que más bien Su nombre está rodeado ahora de un lustre más resplandeciente que nunca. No ha perdido ningún dominio, y tiene derechos y títulos superiores en un nuevo imperio. Por sus pérdidas resultó ganador y por el abatimiento ha sido exaltado. Él es absolutamente victorioso en todo sentido. Nunca hasta ahora ha habido una victoria ganada que no haya sido en algunos sentidos tanto una pérdida como una ganancia, pero el triunfo de nuestro Señor es gloria sin mezcla. Es una ganancia tanto para Él mismo como para nosotros que participamos de ella.
¿Acaso no nos regocijaremos entonces? Cómo, ¿vas a sentarte a llorar junto a una madre que se alegra al mostrar a su hijo recién nacido? ¿Vas a juntar a un grupo de plañideras que lamenten y lloren cuando nace el heredero de la casa? Esto equivaldría a burlarse de la alegría de la madre. Y así, hoy, ¿recurriremos a música fúnebre y cantaremos himnos de dolor cuando el Señor ha resucitado, y no sólo está incólume, ileso e invencible, sino que es mucho más glorificado y exaltado que antes de Su muerte? Él se ha ido a la gloria porque toda Su obra está terminada. ¿No debería convertirse en gozo tu tristeza en el más enfático sentido?” – Charles Spurgeon

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