domingo, 29 de noviembre de 2009

viernes, 27 de noviembre de 2009

LAS PIEDRAS DE TOQUE DEL APETITO ESPIRITUAL


Por Martin Lloyd-Jones.



En el capítulo anterior tratamos del versículo 6 en general. Quiero proseguir el estudio del mismo en este capítulo porque creo que lo que hemos dicho hasta ahora no basta. Es imposible agotar el contenido de esta Bienaventuranza; si queremos sacarle todo el provecho posible al estudio de la misma debemos estudiarla desde un punto de vista más práctico que el tenido en cuenta hasta ahora. Así voy a hacerlo porque por muchas razones esta es una de las Bienaventuranzas clave y una de las más vitales.
Vimos que en esta Bienaventuranza comenzamos a apartarnos del examen del "yo" para fijar la atención en Dios. Se trata, desde luego, de un asunto vital, porque lo que hace que muchos tropiecen es precisamente este problema de cómo podemos llegar a Dios. Tenemos derecho, por tanto, a afirmar que este es el único camino de la bendición. A no ser que tengamos 'hambre y sed de justicia,' nunca la conseguiremos, nunca conoceremos la plenitud que se nos promete. Por consiguiente, como se trata de un asunto tan vital, debemos seguirlo estudiando. Indiqué antes que se nos presenta la esencia misma de la salvación cristiana en este versículo. Es una afirmación perfecta de la doctrina de la salvación por gracia.
Además, esta Bienaventuranza tiene un valor excepcional porque nos da una piedra de toque perfecta que nos podemos aplicar a nosotros mismos, una piedra de toque no sólo de la condición en que estamos en cualquier momento, sino también de nuestra posición total. Funciona sobre todo en dos formas. Es una piedra de toque excelente para nuestra doctrina, y también una piedra de toque práctica y cabal de nuestra vida.
Examinémosla primero como piedra de toque de nuestra doctrina. Esta Bienaventuranza se ocupa de las que yo diría son las dos objeciones más comunes contra la doctrina cristiana de la salvación. Resulta interesante observar cómo la gente, cuando se les presenta el evangelio, suelen alegar dos objeciones, y todavía resulta más interesante ver que las dos objeciones suelen presentarlas tan a menudo las mismas personas. Tienden a cambiar de una objeción a la otra. Primero, cuando oyen esta afirmación, 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados,' cuando se les dice que la salvación es exclusivamente por gracia, que es algo que Dios da, que no se puede merecer, que nada se puede hacer respecto a ella más que recibirla, comienzan de inmediato a objetar diciendo, Tero esto es hacerlo todo demasiado fácil. Dice que lo recibimos como don, que recibimos perdón y vida, y que uno no hace nada. No puede ser,' dicen, 'que la salvación sea tan fácil,' Esto es lo primero que dicen.
Luego, cuando se les indica que debe ser así debido a la naturaleza de la justicia de la que habla el texto, comienzan a objetar que esto es hacerlo demasiado difícil, tan difícil que viene a resultar imposible. Cuando se les dice que se ha de recibir la salvación como don gratuito, porque lo necesario es que uno sea digno de estar en la presencia de Dios, quien es luz, y en quien no hay tinieblas, cuando oyen que debemos ser como el Señor Jesucristo mismo y que debemos vivir conforme a estas Bienaventuranzas, dicen, 'Bueno, esto es hacernos lo imposible.' Andan desorientados acerca de todo este asunto de la justicia. Justicia para ellos significa ser decente y moral. Pero vimos en el capítulo anterior que esta definición de justicia es errónea. Justicia en última instancia significa ser como el Señor Jesucristo. Esta es la pauta. Si queremos poder presentarnos delante de Dios y vivir por toda la eternidad en su presencia, debemos ser como El. Nadie puede estar en la presencia de Dios si le queda algún vestigio de pecado; se exige una justicia absolutamente perfecta. Esto hay que alcanzar. Y, desde luego, en cuanto caemos en la cuenta de esto, entonces vemos que no lo podemos conseguir por nosotros mismos, y que por tanto debemos recibirlo como pobres, como quienes, nada tienen, como quienes lo aceptan como don enteramente gratuito.
Esta Bienaventuranza se ocupa de estos dos aspectos. Se ocupa de los que objetan que esta presentación evangélica del evangelio lo hace demasiado fácil, de los que suelen decir, como se lo oí decir una vez a alguien que acababa de escuchar un sermón que insistió en la participación humana en Este asunto de la salvación, 'Gracias a Dios que, después de todo, nos queda algo por hacer.' Demuestra que esa clase de persona acepta precisamente que nunca ha entendido el significado de la justicia, que nunca ha visto la naturaleza verdadera del pecado por dentro, y nunca ha visto el modelo que Dios nos presenta. Los que han entendido verdaderamente qué significa la justicia nunca objetan que el evangelio lo haga todo demasiado fácil. Se dan cuenta de que sin él no les quedaría ninguna esperanza, estarían del todo perdidos. Objetar que el evangelio hace las cosas demasiado fáciles, u objetar que las hace demasiado difíciles, equivale a confesar que no somos cristianos. El cristiano es el que admite que las afirmaciones y exigencias del evangelio son imposibles, pero da gracias a Dios porque el evangelio hace lo imposible por nosotros y nos ofrece la salvación como don gratuito. 'Bienaventurados,' por tanto, 'los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.' Nada pueden hacer, pero como tienen hambre y sed de ella, serán saciados con ella. Aquí está, pues, la piedra de toque de nuestra posición doctrinal. Es una piedra de toque cabal. Pero recordemos siempre, que los dos aspectos de la prueba deben siempre aplicarse juntos.
Examinemos ahora la piedra de toque práctica. Esta afirmación es una de aquellas que nos indica con exactitud en qué punto de la vida cristiana nos encontramos. La afirmación es categórica — los que tienen hambre y sed de justicia 'serán saciados,' y por tanto son felices, merecen que se los felicite, son verdaderamente bienaventurados. Esto significa, como vimos en el capítulo anterior, que recibimos de inmediato la plenitud, en un sentido, a saber, que ya no seguimos buscando el perdón. Sabemos que lo tenemos. El cristiano es el hombre que sabe que ha sido perdonado; sabe que la justicia de Jesucristo lo ha cubierto, y dice, 'Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios.' No, es que esperamos tenerla. La tenemos. El cristiano recibe esto de inmediato; está completamente satisfecho en cuanto al problema de su posición en la presencia de Dios; sabe que la justicia de Cristo se le imputa y que sus pecados han sido perdonados. También sabe que Cristo, por medio del Espíritu Santo, ha venido a morar en él. Su problema esencial de santificación ha sido resuelto. Sabe que Cristo ha sido hecho para él 'sabiduría, justificación, santificación y redención' por Dios. Sabe que ya es completo en Cristo de modo que ya no está sin esperanza, aun en cuanto a su santificación. Hay un sentido inmediato de satisfacción en cuanto a esto también; y sabe que el Espíritu Santo está en él y que seguirá actuando en él 'así el querer como el hacer, por su buena voluntad.' Por tanto mira hacia adelante, como vimos, hacia ese estado final, último, de perfección sin mancha ni arruga ni nada semejante, cuando lo veremos como es y seremos como El, cuando seremos de verdad perfectos, cuando incluso este cuerpo que es 'el cuerpo de la humillación' será glorificado y estaremos en un estado de perfección absoluta.
Bien, pues; si este es el significado de la plenitud, sin duda que debemos hacernos preguntas como éstas: ¿Estamos llenos? ¿Hemos conseguido esta satisfacción? ¿Estamos conscientes de esta relación de Dios con nosotros? ¿Se manifiesta en nuestra vida el fruto del Espíritu? ¿Nos preocupa esto? ¿Tenemos amor a Dios y al prójimo, gozo y paz? ¿Manifestamos paciencia, bondad, amabilidad, mansedumbre, fe y templanza? Los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados. Son saciados; lo están y lo son sin cesar. ¿Disfrutamos, por tanto, pregunto, de estas cosas? ¿Sabemos que hemos recibido la vida de Dios? ¿Disfrutamos de la vida de Dios en el alma? ¿Estamos conscientes del Espíritu Santo y de toda su acción poderosa dentro de nosotros, para formar a Cristo en nosotros cada vez más? Si decimos ser cristianos, entonces deberíamos poder contestar afirmativamente a todas estas preguntas. Los que son verdaderamente cristianos son saciados en este sentido. ¿Hemos sido saciados así? ¿Disfrutamos de nuestra vida y experiencia cristianas? ¿Sabemos que nuestros pecados han sido perdonados? ¿Nos alegramos de ello, o seguimos tratando de hacernos cristianos, tratando de hacernos justos? ¿Es todo ello un esfuerzo vano? ¿Disfrutamos de paz con Dios? ¿Nos alegramos siempre en el Señor? Estas son las pruebas a las que debemos someternos. Si no disfrutamos de estas cosas, la única explicación de ese hecho es que no tenemos verdaderamente hambre y sed de justicia. Porque si tenemos hambre y sed seremos saciados. No hay limitación ninguna, es una afirmación absoluta, es una promesa absoluta — 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.'
Queda un problema obvio, que es el siguiente: ¿Cómo podemos saber si tenemos o no hambre y sed de justicia? Es un problema vital; es lo único por lo que hay que preocuparse. Creo que la forma de hallar la respuesta es el estudio de las Escrituras, como, por ejemplo, Hebreos 11, porque ahí tenemos algunos ejemplos maravillosos de personas que sí tuvieron hambre y sed de justicia y fueron saciados. Si se recorre la Biblia se descubre el significado de esto, sobre todo en el Nuevo Testamento. Luego se pueden completar las biografías bíblicas con la lectura de la vida de algunos de los grandes santos que han enriquecido a la Iglesia de Cristo. Abundan los libros acerca de esto. Lean las Confesiones de San Agustín, o las vidas de Lutero, de Calvino, y de Juan Knox. Lean las vidas de algunos de los puritanos más famosos y del gran Pascal. Lean las vidas de esos hombres de Dios de hace 200 años durante el Avivamiento evangélico, por ejemplo el primer volumen del Diario de Juan Wesley, o la espléndida biografía de Jorge Whitefield. Lean la vida de Juan Fletcher de Madeley. No puedo mencionarlos a todos; hay hombres que disfrutaron de esta plenitud, y cuyas vidas santas fueron la manifestación de ello. Pero el problema es, ¿cómo llegaron a ello? Si queremos saber qué significa el tener hambre y sed de justicia, tenemos que estudiar las Escrituras y luego tratar de entenderlo más a nuestro nivel con la lectura de vidas de personas así; si lo hacemos así, llegamos a la conclusión de que hay ciertas pruebas que nos podemos aplicar para descubrir si tenemos o no hambre y sed de justicia.
La primera prueba es esta: ¿Nos damos cuenta de nuestra justicia falsa? Esta sería la primera indicación de que uno tiene hambre y sed de justicia. Hasta que uno no ve que la justicia propia no es nada, o que es, como dice la Escritura, 'trapos sucios,' o, para emplear un término más vigoroso, el que el apóstol Pablo empleó y que algunas personas opinan no debería usarse desde un pulpito cristiano, el término empleado en Filipenses 3, donde Pablo habla de todas las cosas maravillosas que ha hecho y luego nos dice que las considera como 'excremento, basura, desecho, desecho en putrefacción. Esta es la primera prueba. No tenemos hambre y sed de justicia mientras haya en nosotros el más mínimo sentir de autosatisfacción con algo que haya en nosotros, o con algo que hayamos hecho. El que tiene hambre y sed de justicia sabe decir con Pablo, 'en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien.' Si queremos seguir dándonos palmadas en el hombro, y sentirnos satisfechos por lo que hemos hecho, ello indica con toda claridad que todavía confiamos en nuestra justicia. Y mientras esto siga sucediendo no seremos nunca bienaventurados. Vemos que tener hambre y sed en este sentido es, como dice John Darby, estar muriendo de hambre, darse cuenta de que estamos muriendo por no tener nada. Este es el primer paso, ver toda la justicia falsa de uno como 'trapos sucios' y como 'basura.'
Pero también significa que estamos profundamente conscientes de nuestra necesidad de liberación, de un Salvador; que vemos en qué estado tan desesperado estamos, y caemos en la cuenta de que a no ser que un Salvador y la salvación nos sean dados, no hay esperanza para nosotros. Debemos reconocer nuestra situación de desesperanza completa, y ver que, si no viene alguien a sostenernos o a hacer algo por nosotros, estamos completamente perdidos. O permítanme decirlo de otro modo. Significa que tiene que haber en nosotros el deseo de ser como los santos mencionados antes. Es una manera muy buena de someternos a prueba. ¿Anhelamos ser como Moisés o Abraham o Daniel o cualquiera de esos hombres que vivieron en la historia de la Iglesia y que hemos mencionado antes? Debo, sin embargo, advertir algo porque es posible querer ser como estas personas en una forma errónea. Se puede desear disfrutar de las bendiciones que ellos disfrutaron sin desear realmente ser como ellos. Hay un ejemplo clásico de esto en el relato del falso profeta llamado Balaam. Recuerdan que dijo, 'Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya.' Balaam quería morir como los justos pero, como un sabio puritano observó, no quería vivir la vida de los justos. Esto nos ocurre a muchos de nosotros. Deseamos las bendiciones de los justos; queremos morir como ellos. Claro que no queremos sentirnos desdichados en nuestro lecho de muerte. Deseamos gozar de las bendiciones de esta salvación. Sí; pero si queremos morir como los justos debemos también querer vivir como ellos. Ambas cosas van juntas. 'Muera yo la muerte de los rectos.' ¡Si pudiera ver los cielos abiertos y seguir viviendo como ahora, sería feliz! Pero no es así. Debo anhelar vivir como ellos si quiero morir como ellos.
Estas, pues, son algunas pruebas preliminares. Pero si no añadimos nada más podríamos concluir que lo único que podemos hacer es permanecer pasivos, y esperar que algo suceda. Me parece, sin embargo, que esto es violentar demasiado estas palabras, 'tener hambre y sed.' En ellas hay un elemento activo. Quienes realmente desean algo siempre lo demuestran. Los que desean algo con todo su ser no se sientan a esperar que les llegue. Y este principio se aplica a nuestro caso. Por ello voy a utilizar algunas pruebas más específicas para descubrir si tenemos o no verdadera hambre y sed de justicia. Una de ellas es ésta. El que tiene verdadera hambre y sed de justicia evita obviamente todo lo que se opone a tal justicia. No la puedo conseguir por mí mismo, pero puedo abstenerme de hacer lo que se le opone. Nunca puedo hacerme como Jesucristo, pero puedo dejar de andar por los basurales de la vida. Esto forma parte del tener hambre y sed de justicia.
Hagamos ciertas distinciones en cuanto a esto. En esta vida hay ciertas cosas que se oponen con claridad a Dios y a su justicia. No cabe la menor duda de ello. Sabemos que son malas; sabemos que son dañinas; sabemos que son pecaminosas. Creo que el tener hambre y sed de justicia significa evitar tales cosas como evitaríamos una plaga. Si sabemos que hay epidemia en una casa, no vamos a ella. Evitamos el contacto con el paciente que tiene fiebre, porque es infeccioso. Lo mismo ocurre en el campo espiritual.
Pero no basta esto. Me parece que si tenemos verdadera hambre y sed de justicia no sólo evitaremos lo que sabemos que es malo y dañino, sino que también evitaremos lo que tiende a embotar nuestros apetitos espirituales. Hay muchas cosas así, cosas que son inocuas de por sí y perfectamente legítimas. Con todo, si uno descubre que les dedica mucho tiempo, y que uno desea menos las cosas de Dios, se deben evitar. Esta cuestión del apetito es muy delicada. Todos sabemos cómo, en el sentido físico, fácilmente podemos perder el apetito, embotarlo, por así decirlo, si comemos entre las comidas principales. Así sucede en el terreno espiritual.
Hay muchas cosas que no son condenables por sí mismas. Pero si veo que les dedico mucho tiempo, y que en cierto modo deseo las cosas de Dios cada vez menos, entonces, si tengo hambre y sed de justicia, las evitaré. Me parece que es un argumento de sentido común.
He aquí otra prueba positiva. Tener hambre y sed de justicia quiere decir recordar esta justicia en una forma activa. Debemos someter nuestra vida a tal disciplina que la tengamos constantemente presente. Este tema de la disciplina es de importancia vital. Quiero decir que a no ser que a diario y en forma voluntaria y consciente recordemos esta justicia que necesitamos, no es probable que tengamos hambre y sed de ella. El que de verdad tiene hambre y sed de ella se obliga a contemplarla a diario. Tero,' dirán, 'estoy tan ocupado. Mire mi horario. ¿Qué tiempo me queda?' Respondo que si tiene hambre y sed de justicia hallará el tiempo. Ordenará su vida diciendo, 'Primero es lo primero; hay prioridades; aunque tengo que hacer esto, eso y aquello, no puedo permitirme el lujo de descuidar esto porque tengo el alma esclavizada.' 'Querer es poder.' Es sorprendente cómo encontramos tiempo para hacer lo que deseamos hacer. Si ustedes y yo tenemos hambre y sed de justicia, pasaremos bastante tiempo todos los días en pensar en ello.
Pero vayamos más allá. La siguiente prueba que voy a aplicar es esta. El que tiene hambre y sed de justicia siempre se sitúa en la senda para adquirirla. No la puede crear ni producir. Pero de todos modos sabemos que hay ciertas sendas por las que les ha llegado a esas personas acerca de las que hemos leído, de modo que uno empieza a imitarlos. Recuerden al ciego Bartimeo. No se podía curar a sí mismo. Era ciego; hiciera lo que hiciere, hicieran los demás lo que hicieren, no podía recuperar la vista. Pero fue a ponerse en la senda de conseguirlo. Oyó decir que Jesús de Nazareth iba a pasar por allá, de modo que se situó en dicho camino. Se acercó lo más que pudo. No podía darse la vista, pero se situó en la senda dónde conseguirlo. Y el que tiene hambre y sed de justicia nunca desaprovecha la oportunidad de estar en aquellos lugares donde parece que la gente consigue la justicia. Tomemos, por ejemplo, la casa de Dios, donde nos reunimos para pensar en estas cosas. Me veo con personas que me hablan de asuntos espirituales. Tienen dificultades; desean ser cristianos, dicen. Pero, sea lo que fuere, algo falta. Muy a menudo encuentro que no van a la casa de Dios, o que asisten a la misma con mucha irregularidad. El que quiere de verdad, dice, 'No puedo perder ni desaprovechar ninguna oportunidad; quiero estar donde se hable de esto.' Es de sentido común. Y luego, desde luego, busca la compañía de los que poseen esa justicia. Dice, 'Cuanto más esté con personas santas y religiosas tanto mejor. Veo que esa persona es así; bueno, pues, quiero hablar con ella, quiero pasar tiempo con ella. No quiero pasar mucho tiempo con personas que no hacen ningún bien. Pero con estas personas que tienen esta justicia voy a permanecer en contacto.'
Luego, lean la Biblia. Este es el gran libro de texto respecto a esto. Vuelvo a hacer una pregunta sencilla. Me pregunto si pasamos tanto tiempo con este Libro como con periódicos o con novelas o con películas y otras diversiones — radio, televisión y todas estas cosas. No condeno estas cosas como tales. Quiero dejar bien sentado que mi argumento no es éste. Lo que arguyo es que el que tiene hambre y sed de justicia y tiene tiempo para esas cosas debería tener más tiempo para esto — esto es lo que digo. Estudien y lean la Biblia. Traten de entenderla; lean libros acerca de ella.
Y luego, oren. Sólo Dios puede otorgarnos este don. ¿Se lo pedimos? ¿Cuánto tiempo paso en su presencia? He aludido a las biografías de estos hombres de Dios. Si las leen, y si son como yo, se sentirán avergonzados. Verán que estos santos pasaban cuatro y cinco horas diarias en oración; no se limitaban a decir sus oraciones de la noche cuando hubieran estado demasiado fatigados para hacerlo. Dedicaban el mejor tiempo del día a Dios; y los que tienen hambre y sed de justicia saben qué es pasar tiempo en oración y meditación para recordar lo que son en esta vida y lo que les espera.
Y luego, como ya he dicho, hay que leer biografías de santos y todos los libros que puedan acerca de estos temas. Así actúa el que desea de verdad la justicia, como lo he demostrado con los ejemplos dados. Tener hambre y sed de justicia es hacer todo esto y, una vez hecho, darse cuenta de que no basta, de que no producirá esa justicia. Los que tienen hambre y sed de justicia viven desesperadamente. Hace todo esto; buscan la justicia por todas partes; y con todo saben que esos esfuerzos no la producirán. Son como Bartimeo o como la viuda inoportuna de la que habló el Señor. Vuelven una y otra vez a la misma persona hasta conseguir lo que quieren. Son como Jacob en lucha con el ángel. Son como Lutero, que ayunaba, juraba, y oraba, pero no hallaba; pero quien prosiguió en la senda de su inutilidad hasta que Dios se la dio. Lo mismo ha ocurrido con los santos de todas las épocas y países. No importa a quien miremos. Lo que sucede es esto: sólo cuando se busca esta justicia con todo el ser se llega a encontrar. No por uno mismo. Pero los que se sientan a esperar y nada hacen nunca la consiguen. Este es el método de Dios. Dios, por así decirlo, marca el paso. Hemos hecho todo lo posible, y con todo seguimos siendo pecadores miserables; y luego vemos que, como niños pequeños, hemos de recibir la justicia como don gratuito de Dios.
Muy bien; estas son las formas de demostrar si tenemos hambre y sed de justicia o no. ¿Es el deseo mayor de la vida? ¿Es el anhelo más profundo del ser? ¿Puedo decir con sinceridad y honestidad que lo que más deseo en este mundo es conocer a Dios y ser como el Señor Jesucristo, liberarme del "yo" en todas sus manifestaciones, y vivir sólo, siempre y totalmente para su honor y gloria?
Concluyo este capítulo con una palabra más a-cerca de este aspecto práctico. ¿Por qué debería ser éste el deseo mayor de todos nosotros? Respondo así. Los que carecen de esta justicia de Dios siguen bajo su ira y van a la perdición. El que muere sin haber sido revestido de la justicia de Jesucristo va a parar a la destrucción total. Esto enseña la Biblia. 'La ira de Dios mora en él.' Sólo esta justicia nos hace justos delante de Dios y nos lleva al cielo para estar con El por toda la eternidad. Sin esta justicia estamos perdidos y condenados. ¡Cuan sorprendente que no sea éste el deseo supremo de la vida de todos! Es la única forma de ser bienaventurados en esta vida y en la venidera. Permítanme presentarles el argumento de la odiosidad total del pecado, eso que es tan deshonroso para Dios, eso que es tan deshonroso en sí mismo, y deshonroso incluso para nosotros. Si viéramos todo aquello de lo que somos constantemente culpables delante de Dios, delante de su santidad absoluta, lo odiaríamos como Dios lo odia. Esta es la razón básica para tener hambre y sed de justicia — la odiosidad del pecado.
Lo digo finalmente de una manera positiva. Si conociéramos algo de la gloria y maravilla de esta vida nueva de justicia, no desearíamos nada más. Miremos, por tanto, al Señor Jesucristo. Así habría que vivir la vida, así deberíamos ser. Si pudiéramos comprenderlo. Miremos las vidas de sus seguidores. ¿No les gustaría vivir como ellos, no les gustaría morir como ellos? No hay ninguna otra clase de vida que se le pueda comparar — santa, pura, limpia, con el fruto del Espíritu manifestándose como 'amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.' ¡Qué vida! Ese hombre merece el nombre de hombre; así debería ser la vida. Si comprendemos todo esto de verdad, no desearemos nada más; seremos como el apóstol Pablo y diremos, 'a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.' ¿Desea esto? Muy bien, 'Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.' 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados' — con 'toda la plenitud de Dios.'



jueves, 26 de noviembre de 2009

JUSTICIA Y BIENAVENTURANZA


Por Martin Lloyd-Jones.


El cristiano se preocupa en este mundo por ver la vida a la luz del evangelio; y, según el evangelio, el problema del género humano no es ninguna manifestación concreta del pecado, sino más bien el pecado mismo. Si les preocupa el estado del mundo y la amenaza de posibles guerras, entonces les aseguro que la forma más directa de evitar tales calamidades es observar lo que dicen palabras como las que vamos a considerar, 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.' Si todos los habitantes de este mundo supieran qué es tener 'hambre y sed de justicia’, no habría peligros de guerras. Ahí tenemos el único camino para la verdadera paz. Todas las demás consideraciones, a fin de cuentas, no van a la raíz del problema, y todas las acusaciones que se hacen sin cesar a países, pueblos o personas no tendrán ni el más mínimo efecto en la situación internacional. Así pues, a menudo perdemos el tiempo y se lo hacemos perder a Dios con hablar de nuestros pensamientos y sentimientos en lugar de estudiar su Palabra. Si los seres humanos todos supieran qué es tener 'hambre y sed de justicia,' el problema se resolvería. Lo que el mundo más necesita ahora es un mayor número de cristianos. Si todas las naciones estuvieran compuestas de cristianos no habría por qué temer guerras atómicas ni ninguna otra a-menaza. El evangelio, que parece tan lejano e indirecto en enfoque, es en realidad el camino más directo de resolver el problema. Una de las tragedias mayores de la vida de la Iglesia de hoy es la forma en que muchos se contentan con esas afirmaciones vagas, generales, inútiles acerca de la guerra y la paz en vez de predicar el evangelio en toda su sencillez y pureza. Lo que exalta a una nación es la justicia, y lo más importante de todo para todos nosotros es descubrir qué significa la justicia.
En esta afirmación concreta del Sermón del Monte encontramos otra de las características del cristiano, una descripción más del cristiano. Ahora bien, tal como hemos visto, es muy importante que lo estudiemos en el lugar lógico que ocupa en la serie de afirmaciones que nuestro Señor hizo. Esta Bienaventuranza se sigue lógicamente de las precedentes; es una afirmación a la que conducen todas las otras. Es la conclusión lógica a la que llegan, y es algo por lo que todos deberíamos estar profundamente agradecidos a Dios. No conozco una prueba mejor que se pueda aplicar a uno mismo en todo este asunto de la profesión cristiana que un versículo como este. Si este versículo les resulta una de las afirmaciones más benditas de toda la Escritura, pueden tener la seguridad de que son cristianos; si no, mejor examinen de nuevo los fundamentos.
Tenemos aquí una respuesta para lo que hemos venido considerando. Se nos ha dicho que debemos ser 'pobres en espíritu,' que debemos 'llorar,' y que debemos ser 'mansos.' Ahora tenemos la respuesta para todo esto. Porque, si bien es cierto que esta Bienaventuranza sigue lógicamente a todas las anteriores, no es menos cierto que ofrece un pequeño cambio en el enfoque global. Es un poco menos negativa y más positiva. Hay un elemento negativo, como veremos, pero hay otro más positivo. Las otras, por así decirlo, nos han hecho mirarnos a nosotros mismos y examinarnos; ahora comenzamos a buscar una solución, y por ello hay un cierto cambio de enfoque. Hemos venido considerando nuestra impotencia y debilidad totales, nuestra total pobreza de espíritu, nuestra bancarrota en estos aspectos espirituales. Al contemplarnos, hemos visto el pecado que hay en nosotros y que desfigura la creación perfecta del hombre por parte de Dios. Luego vimos la descripción de la mansedumbre y todo lo que representa. Hemos estado todo el tiempo preocupados por este terrible problema del "yo" - esa preocupación por sí mismo, el interés, ese confiar en sí mismo que lleva a todas nuestras miserias y que es la causa final de las guerras, tanto entre individuos como entre naciones, ese egoísmo que gira alrededor de sí y deifica el "yo", esa cosa horrible que es la causa final de la infelicidad. Y hemos visto que el cristiano lamenta y odia todo esto. Ahora pasamos a buscar la solución, la liberación del yo que anhelamos.
En este versículo tenemos una de las descripciones más notables del evangelio cristiano y de todo lo que nos da. Permítanme describirlo como la carta magna del alma que busca, la declaración maravillosa del evangelio cristiano para todos los que se sienten infelices por el estado espiritual en el que se ven, y que anhelan un orden y nivel de vida que todavía no han podido nunca disfrutar. También podemos describirlo como una de las afirmaciones más típicas del evangelio. Es muy doctrinal; pone de relieve una de las doctrinas más fundamentales del evangelio, a saber, que nuestra salvación es enteramente por gracia, que es totalmente el don gratuito de Dios. Esto es lo que pone sobre todo de relieve.
Quizá la forma más sencilla de enfocar el texto es limitarse a considerar los términos que lo constituyen. Es uno de esos textos que contiene una división natural, y todo lo que tenemos que hacer es considerar el significado de los distintos términos que se emplean. Es obvio, pues, comenzar con el término 'justicia.' 'Bienaventurados —o felices— los que tienen hambre y sed de justicia.' Son las únicas personas felices. Pero todo el mundo busca la felicidad; nadie lo duda. Todo el mundo quiere ser feliz. Este es el gran motivo que está en la raíz de todo acto y ambición, en la raíz de todas las obras, esfuerzos y empeños. Todo está destinado a la felicidad. Pero la gran tragedia del mundo, aunque busca la felicidad, es que nunca parece capaz de hallarla. El estado actual del mundo nos lo recuerda con toda viveza. ¿Qué ocurre? Creo que la respuesta está en que nunca hemos entendido este texto como hubiéramos debido hacerlo. 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.' ¿Qué significa? Lo voy a decir en una forma negativa. No debemos tener hambre ni sed de bienaventuranza; no debemos tener hambre ni sed de felicidad. Pero esto es lo que casi todo el mundo hace. Consideramos la felicidad y bienaventuranza como lo único que hay que desear, y por ello siempre fracasamos en conseguirla; siempre se nos escapa. Según la Biblia la felicidad nunca es algo que habría que buscarse directamente; es siempre algo que resulta como consecuencia de buscar otra cosa.
Así sucede en el caso de los que no son de la Iglesia y de muchos que están dentro de ella. Es sin duda la tragedia de los que están fuera de la Iglesia. El mundo busca la felicidad. Este es el significado de su obsesión con los placeres, este es el significado de todo lo que los hombres hacen, no sólo en el trabajo sino sobre todo en las diversiones. Tratan de encontrar la felicidad, la colocan como su meta y objetivo únicos pero no la hallan porque siempre que se pone a la felicidad delante de la justicia, se condena uno a la desgracia. Este es el gran mensaje de la Biblia desde el principio hasta el fin. Sólo son verdaderamente felices los que buscan ser justos. Pongan la felicidad en lugar de la justicia y nunca la alcanzarán.
El mundo obviamente ha caído en este error tan fundamental, error que se podría ilustrar de muchas maneras. Pensemos en alguien que sufre una enfermedad dolorosa. En general el deseo de un enfermo tal es aliviarse del dolor, y se entiende muy bien que así sea. A nadie le gusta el dolor. La única idea de este enfermo, por tanto, es hacer lo que pueda para aliviarse. Sí; pero si el doctor que lo atiende también está preocupado solamente por aliviarle el dolor es muy mal doctor. Su principal deber es descubrir la causa del dolor y tratarla. El dolor es un síntoma maravilloso que la naturaleza provee para llamar la atención acerca de la enfermedad, y el tratamiento definitivo para el dolor es tratar la enfermedad, no el dolor. Así pues, si un doctor trata solamente el dolor sin descubrir la causa del mismo, no sólo actúa contra la naturaleza, hace algo que es sumamente peligroso para la vida del paciente. El paciente quizá no sienta dolor, quizá parezca estar bien; pero la causa del problema sigue presente. Pues bien, esta es la necedad de la que el mundo es culpable. Dice, 'Quiero verme libre del dolor, por tanto voy a ir al cine, o beber, o hacer lo que sea para olvidar el dolor.' Pero el problema es, ¿Cuál es la causa del dolor, de la infelicidad, de la desgracia? No son felices los que tienen hambre y sed de felicidad y bienaventuranza. No, 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.'
Esto es igualmente verdad, sin embargo, de muchos dentro de la Iglesia. Hay mucha gente en la Iglesia cristiana que parece pasar la vida buscando algo que nunca encuentran, buscando cierta clase de felicidad y bienaventuranza. Van de reunión en reunión, de convención en convención, siempre con la esperanza de alcanzar esta cosa maravillosa, esta experiencia que los va a llenar de gozo y a colmar de éxtasis. Ven que otros lo han conseguido, pero ellos no parecen alcanzarlo. Lo buscan y anhelan, siempre hambrientos y sedientos; pero nunca lo consiguen.
No es sorprendente que así suceda. No estamos hechos para tener hambre y sed de experiencias; no estamos hechos para tener hambre y sed de bienaventuranza. Si queremos ser verdaderamente felices y bienaventurados, debemos tener hambre y sed de justicia. No debemos colocar la bienaventuranza y felicidad en primer lugar. No, esto lo da Dios a los que buscan la justicia. Oh, la tragedia es que no seguimos la enseñanza e instrucción sencillas de la Palabra de Dios, sino que siempre ansiamos y buscamos esta experiencia que esperamos tener. Las experiencias son el don de Dios; lo que ustedes y yo debemos ansiar y buscar es la justicia; de esto debemos tener hambre y sed. Muy bien, este es un aspecto negativo muy importante. Pero hay otros.
¿Qué significa esta justicia? No significa, desde luego, eso de lo que tanto se habla en estos tiempos, una especie de justicia o moralidad general entre naciones. Se habla mucho de la santidad de los contratos internacionales, del cumplir los tratados, del cumplir la palabra, de la honestidad en el trato y de todo lo demás. Bien, no me corresponde a mí censurar todo esto. Está muy bien por lo que vale; es la clase de moralidad que enseñaron los filósofos griegos y es muy buena. Pero el evangelio cristiano no se detiene ahí; su justicia no es esa. Hay quienes hablan con elocuencia de esa clase de justicia y quienes, sin embargo, me parece que saben muy poco acerca de la justicia personal. Los hombres se pueden poner elocuentes cuando hablan de cómo los países amenazan la paz mundial y violan los pactos, y al mismo tiempo son infieles a sus esposas y a sus propias obligaciones matrimoniales y a las promesas solemnes que hicieron Al evangelio no le interesa esa clase de palabrería; su concepto de justicia es mucho más profundo. La justicia tampoco significa solamente una respetabilidad general o una moralidad general. No me puedo detener en estos puntos; sólo los menciono de pasada.
Desde el punto de vista genuinamente cristiano es mucho más importante y serio el hecho que, en este contexto, no se puede definir la justicia ni siquiera como justificación. Hay quienes abren la Concordancia para buscar esta palabra 'justicia' (la cual aparece en muchos pasajes) y afirman que equivale a justificación. El apóstol Pablo la emplea en este sentido en la Carta a los Romanos, donde escribe acerca de 'la justicia de Dios por medio de la fe.' En este pasaje habla acerca de la justificación, y en esos casos el contexto suele decírnoslo con claridad. Con mucha frecuencia sí quiere decir justificación; en nuestro versículo, me parece, significa más. El contexto mismo en el cual lo hallamos (y en especial su relación con las tres Bienaventuranzas anteriores) indica, me parece, que la justicia en este caso incluye no sólo la justificación sino tam¬bién la santificación. En otras palabras, el deseo de justicia, el hecho de tener hambre y sed de ella, significa en último término el deseo de liberarse del pecado en todas sus formas y manifestaciones.
Permítanme detallar un poco más esto. Quiere decir deseo de liberarse del pecado, porque el pecado nos separa de Dios. Por tanto, en un sentido positivo, quiere decir deseo de ser justo ante Dios; y esto, después de todo, es lo fundamental. Todos los problemas del mundo de hoy se deben al hecho de que el hombre no es justo delante de Dios por qué por no ser justo delante de Dios todo lo demás ha ido también a la deriva. Esta es la enseñanza de la Biblia. Por esto el deseo de justicia es un deseo de ser justo delante de Dios, un deseo de liberarse del pecado, porque el pecado es lo que se interpone entre Dios y nosotros, nos impide el conocimiento de Dios, y todo lo que nos es posible con Dios. Esto es, pues, lo primero. El que tiene hambre y sed de justicia es el que ve que el pecado y la rebelión lo han apartado de Dios, y anhela restaurar esa antigua relación, la relación original de justicia en la presencia de Dios. Nuestros primeros padres fueron hechos justos en la presencia de Dios. Moraban en El y andaban con El. Esta es la relación que ese hombre anhela.
Pero también significa un deseo de verse libre del poder del pecado. Habiendo caído en la cuenta de qué significa ser pobre en espíritu y llorar a causa del pecado, espontáneamente se llega a la fase de anhelar verse libre del poder del pecado. El hombre que hemos venido contemplando en función de estas Bienaventuranzas es un hombre que ha llegado a comprender que el mundo en el que vive está bajo el dominio del pecado y de Satanás; comprende que está bajo el dominio de una influencia maligna, ha andado 'conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.' Ve que 'el dios de este mundo' lo ha venido cegando, y ahora anhela verse libre de él. Desea alejarse de este poder que lo arrastra a pesar suyo, esa 'ley en sus miembros' de la que Pablo habla en Romanos 7. Desea verse libre del poder y tiranía y esclavitud del pecado. Ven, pues, cuánto más lejos y hondo va que esa palabrería vaga y general de una relación entre naciones, y otras cosas parecidas. Pero todavía va más allá. Quiere decir un deseo de verse libre del deseo mismo de pecado, porque descubrimos que el hombre que se examina verdaderamente a la luz de las Escrituras no sólo descubre que está bajo la esclavitud del pecado; es todavía más horrible el hecho de que le gusta, de que lo desea. Incluso después de haber visto que es malo, sigue deseándolo. Pero el hombre que tiene hambre y sed de justicia es un hombre que desea verse libre de ese deseo de pecado, no sólo en lo externo, sino también en lo interno. En otras palabras, anhela la liberación de lo que se puede llamar la contaminación del pecado. El pecado es algo que contamina la esencia misma de nuestro ser y de nuestra naturaleza. El cristiano es alguien que desea verse libre de todo eso.
Quizá se puede resumir así. Tener hambre y sed de justicia es desear verse libre del "yo" en todas sus horribles manifestaciones, en todas sus formas. Cuando contemplamos al hombre manso, vimos que lo que realmente significa es verse libre del 'yo" en todas sus formas —preocupación por sí mismo, orgullo, vanidad, autoprotección, sensibilidad, siempre imaginando que la gente va contra uno, deseo de protegerse y glorificarse. Esto es lo que conduce a conflictos entre individuos y entre naciones. Ahora bien, el que tiene hambre y sed de justicia es el que anhela verse libre de todo eso; desea emanciparse de la preocupación por sí mismo en todas sus formas.
Hasta ahora he venido presentando más bien los aspectos negativos; ahora voy a expresarlo en una forma más positiva. Tener hambre y sed de justicia no es sino desear ser positivamente santo. No se me ocurre una mejor definición que ésta. El que tiene hambre y sed de justicia es el que desea vivir las Bienaventuranzas en su vida diaria. Es el que desea mostrar los frutos del Espíritu en todas sus acciones, en toda su vida y actividades. Tener hambre y sed de justicia es ansiar ser como el hombre del Nuevo Testamento, el hombre nuevo en Cristo Jesús. Esto significa que todo mi ser y toda mi vida serán así. Más aún. Significa que el deseo supremo que uno tiene en la vida es conocer al Padre y vivir en intimidad con El, andar con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. 'Nuestra comunión,' dice Juan, 'verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.' También dice, 'Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.' Estar en comunión con Dios quiere decir andar con Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo en la luz, en esa pureza y santidad benditas. El que tiene hambre y sed de justicia es el que anhela esto por encima de todo. Y a fin de cuentas no es nada más que un anhelo y deseo de ser como el Señor Jesucristo. Mirémoslo; contemplemos lo que los Evangelios dicen de él; contemplémoslo en la tierra encarnado; veámoslo en su obediencia a la ley santa de Dios; veámoslo cómo reacciona frente a otros, en su amabilidad, compasión y sensibilidad; veámoslo en sus reacciones ante sus enemigos y ante todo lo que le hicieron. Ahí está la imagen, y ustedes y yo, según la doctrina del Nuevo Testamento, hemos nacido de nuevo y hemos sido hechos otra vez según esa imagen y semejanza. El que, por tanto, tiene hambre y sed de justicia es el que desea ser así. Su deseo supremo es ser como Cristo.
Muy bien, si esto es la justicia, consideremos el otro término, 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.' Esto tiene gran importancia porque nos sitúa frente al aspecto práctico de este asunto. ¿Qué quiere decir 'tener hambre y sed'? Desde luego que no quiere decir que podemos alcanzar esa justicia con nuestros propios esfuerzos.
Esta es la idea mundana de justicia, que se centra en el hombre mismo y lleva al orgullo del fariseo, o al orgullo de una nación frente a otras por considerarse mejor y superior. Conduce a esas cosas que el apóstol Pablo enumera en Filipenses 3 y a las que considera como 'pérdida,' la confianza en uno mismo, el creer en sí mismo. 'Tener hambre y sed' no puede significar esto, porque la primera Bienaventuranza nos dice que debemos ser 'pobres en espíritu' lo cual es la negación de cualquier forma de confianza en sí mismo.
Bien, pues, ¿qué significa? Quiere decir sin duda algunas cosas sencillas como éstas. Quiere decir conciencia de nuestra necesidad, de nuestra profunda necesidad. Más aún, quiere decir conciencia de nuestra necesidad apremiante; quiere decir conciencia profunda, incluso hasta el dolor, de nuestra gran necesidad. Quiere decir algo que sigue hasta que se satisface. No quiere decir un sentimiento o deseo pasajero. Recordarán cómo Oseas dice a la nación de Israel que siempre, por así decirlo, viene a arrepentirse para volver luego al pecado. Su justicia, dice, es 'como nube de la mañana' —en un minuto desaparece. El camino adecuado lo indica en las palabras'— y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová.' 'Hambre' y 'sed'; no son sentimientos pasajeros. El hambre es algo profundo, hondo, que se sigue sintiendo hasta que se satisface. Duele, causa sufrimiento; es como hambre y sed verdaderas, físicas. Es algo que sigue en aumento y lo desespera a uno. Es algo que hace sufrir y agonizar.
Permítanme emplear otra comparación. Tener hambre y sed es como alguien que desea una posición. Está inquieto, no puede estar tranquilo; trabaja y se ajetrea; piensa en ello y sueña con ello; su ambición es la pasión dominante de su vida. Tener 'hambre y sed' es así; el hombre 'tiene hambre y sed' de esa posición. O es como desear una persona. En el amor siempre hay un hambre y sed muy grandes. El anhelo principal del que ama es estar con el objeto de su amor. Si están separados no está tranquilo hasta que vuelven a estar juntos. 'Hambre y sed.' No necesito emplear estas ilustraciones. El salmista ha sintetizado esto a la perfección en una frase clásica: 'Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.' Tiene hambre y sed de El —esto es todo. Permítanme citar unas palabras del gran J. N. Dar-by que creo expresan muy bien esto, 'Tener hambre no basta; debo realmente morir de hambre por saber qué sentimientos hay en su corazón respecto a mí.' Luego viene la frase perfecta. Dice, 'Cuando el hijo pródigo tuvo hambre fue a alimentarse de bellotas, pero cuando se sintió morir de hambre, fue a su padre.' Esta es la situación. Tener hambre y sed quiere decir estar desesperado, morir de hambre, sentir que la vida se acaba, caer en la cuenta de la necesidad apremiante de ayuda que tengo. 'Tener hambre y sed de justicia' —'como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama— así tiene sed — por ti, oh Dios, el alma mía.'
Finalmente, veamos brevemente lo que se promete a los que son así. Es una de las afirmaciones más maravillosas de toda la Biblia. 'Felices, felices,' 'bienaventurados/ merecen ser felicitados los que tienen hambre y sed de justicia. ¿Por qué? Bien, porque 'ellos serán saciados,' recibirán lo que desean. Todo el evangelio se encierra en esto. Ahí entra el evangelio de gracia; es todo el don de Dios. Nunca se hallará la justicia ni la bienaventuranza aparte de El. Para conseguirla, sólo se necesita reconocer la necesidad que se tiene de El, nada más.
Cuando reconocemos esta necesidad, esta hambre profunda, esta muerte que hay en nosotros, entonces Dios nos llena, nos concede este don bendito. 'El que a mí viene nunca tendrá hambre.' Esta es una promesa absoluta, de modo que si tenemos verdaderamente hambre y sed de justicia seremos saciados. No cabe duda ninguna. Asegurémonos de no tener hambre y sed de bienaventuranza. Hambre y sed de justicia, anhelar ser como Cristo, y entonces conseguiremos eso y la bienaventuranza.
¿Cómo sucede? Sucede —y esto es lo glorioso del evangelio— de inmediato, gracias a Dios. 'Ellos serán saciados' de inmediato, de esta forma —que en cuanto lo deseamos de verdad, Cristo y su justicia nos justifican y la barrera del pecado y de la culpa entre Dios y nosotros desaparece. Confío en que nadie se sienta inseguro de esto. Si realmente creen en el Señor Jesucristo, si creen que en esa cruz murió por nosotros y por nuestros pecados, hemos sido perdonados; no tienen por qué pedir perdón, han sido perdonados. Han de dar gracias a Dios por ello, de que se les dé de inmediato la justicia, de que la justicia de Dios se les impute. Dios los ve en la justicia de Cristo y ya no ve más el pecado. Lo ve como pecador al que El ha perdonado. Ya no están bajo la ley, sino bajo la gracia; han sido llenados con la justicia de Cristo en todo este asunto de su situación frente a Dios y de su justificación —verdad maravillosa y sorprendente. El cristiano, por tanto, debería ser siempre alguien que sabe que sus pecados son perdonados. No debería buscar esto, debería saber que lo posee, que ha sido justificado en Cristo libremente por la gracia de Dios, y que el Padre lo ve como justo. Gracias a Dios porque sucede de inmediato.
Pero también es un proceso que continúa. Con esto quiero decir que el Espíritu Santo, como ya se ha dicho, comienza dentro de nosotros la obra de liberarnos del poder del pecado y de la contaminación de pecado. Tenemos que tener hambre y sed de esta liberación del poder y de la contaminación. Si la tenemos lo obtendremos. El Espíritu Santo vendrá a nosotros y producirá 'así el querer como el hacer, por su buena voluntad.' Cristo vendrá a nosotros, vivirá en nosotros; y al vivir en nosotros, seremos liberados cada vez más del poder del pecado y de su contaminación. Podremos más que vencer sobre estas cosas que nos asaltan, de modo que no sólo conseguimos esta respuesta y bendición de inmediato; sigue actuando mientras andamos con Dios, con Cristo y con el Espíritu Santo que vive en nosotros. Podremos resistir a Satanás, el cual huirá de nosotros; podremos enfrentarle y resistir sus ataques, y durante todo el tiempo la obra de verse libres de la contaminación proseguirá dentro de nosotros.
Pero desde luego que esta promesa se cumple en toda su perfección y absolutamente en la eternidad. Llegará un día en que todos los que están en Cristo y le pertenecen se presentarán ante Dios sin falta, sin reproche, sin arruga. Todas las manchas habrán desaparecido. Un hombre nuevo y perfecto en un cuerpo perfecto. Incluso este cuerpo de humillación será transformado y glorificado y será como el cuerpo glorificado de Cristo. Estaremos en la presencia de Dios, absolutamente perfectos de cuerpo, alma y espíritu, el hombre todo lleno de una justicia perfecta, completa y total que habremos recibido del Señor Jesucristo. En otras palabras estamos de nuevo frente a una paradoja. ¿Se han dado cuenta de la contradicción evidente que hay en Filipenses 3? Pablo dice, 'no que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto,' y luego unos versículos más adelante dice, 'así que, todos los que somos perfectos.' ¿Contradice lo que ha dicho antes? En absoluto; el cristiano es perfecto, y sin embargo ha de llegar a ser perfecto. 'Por él,' dice escribiendo a los Corintios, 'estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención.' En este momento soy perfecto en Cristo, y con todo me perfecciono. 'No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo... prosigo a la meta.' Sí, se dirige a cristianos, a quienes ya son perfectos en este asunto de entender en cuanto al camino de la justicia y justificación. Con todo, su exhortación a los mismos en un sentido es, 'sigamos pues hacia la perfección.'
No sé qué piensan en cuanto a esto, pero para mí es fascinador. Vemos al cristiano como a alguien que tiene hambre y sed y al mismo tiempo es saciado. Y cuanto más saciado es, tanta más hambre y sed tiene. Esta es la bendición de la vida cristiana. Sigue adelante. Se alcanza un cierto nivel en la santificación, pero uno no se detiene a descansar ahí por el resto de la vida. Se sigue cambiando de gloria en gloria hasta llegar al puesto que nos corresponde en el cielo. 'De su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia,' gracia y más gracia. Sigue siempre adelante; perfecto, pero todavía no perfecto; con hambre y sed, pero saciado y satisfecho, pero deseando más, sin tener nunca bastante porque es tan glorioso y maravilloso; plenamente satisfechos por El y con todo con un deseo supremo de 'conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.'
¿Han sido saciados? ¿Son bienaventurados en este sentido? ¿Tienen hambre y sed? Estas son las preguntas. Esta es la promesa gratuita y gloriosa de Dios a todos estos: 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.'

lunes, 23 de noviembre de 2009

¿COMO ME ARREPIENTO

RC. SPROUL ¿SABES LO QUE ES EL EVANGELIO?


"No hay mensaje más grande a ser oído que el que nosotros llamamos el Evangelio. Pero tan importante como que es, a menudo es distorsionado masivamente o muy simplificado. Las personas piensan que están predicando el Evangelio cuando dicen, "puede tener un propósito para su vida", o que "tu vida puede tener sentido', o que" puede tener una relación personal con Jesús. “Todas estas cosas son verdad y todas son importantes, pero estas no llegan al corazón del Evangelio. El Evangelio es llamado 'buenas nuevas', por que aborda el problema más grave que usted y yo tenemos como seres humanos, y ese problema es simplemente que: Dios es santo y Él es justo, y yo no lo soy. Y al final de mi vida, voy a estar ante un Dios justo y santo. Y voy a ser juzgado, ya sea sobre la base de mi propia rectitud - o falta de ella - o la justicia de otro. Las buenas nuevas del Evangelio es que Jesús vivió una vida de perfecta justicia, de perfecta obediencia a Dios, no para su propio bienestar sino por el bienestar de Su pueblo. Él ha hecho para mí lo que yo no podía hacer por mí mismo. Pero no solamente El vivió la vida de perfecta obediencia, sino que Se ofreció a sí mismo como un sacrificio perfecto para satisfacer a la justicia y la rectitud de Dios. El malentendido de nuestros días es: que Dios no se preocupa de proteger Su propia integridad. El es un tipo de deidad aguado, que sólo con una varita mágica otorga perdón sobre todo el mundo. Pero No es así. Es un asunto muy costoso para que Dios perdone. Es el costo del sacrificio de Su propio Hijo. Fue tan costoso el sacrificio que Dios lo declaró valioso al resucitarlo de los muertos - a fin de que Cristo muera por nosotros, Él resucitó para nuestra justificación. Porque el Evangelio es algo objetivo. Es el mensaje de, ¿Quién es Jesús? y lo que Él hizo. Y también tiene una dimensión subjetiva. ¿Cómo son los beneficios de apropiación subjetiva de Jesús para nosotros? ¿Cómo lo puedo conseguir? La Biblia deja en claro que no somos justificados por nuestras obras, no por nuestros esfuerzos, no por nuestras acciones, sino por fe - y por la fe solamente. La única manera en que usted puede recibir el beneficio de la vida de Cristo y la muerte es, en poner su fe en él - y en él solamente. Usted lo hace, usted es declarado justo por Dios, es adoptado en Su familia, y está perdonado de todos sus pecados, y comienza su peregrinación por toda la eternidad. "

NO SEAS LIVIANO!! ... POR TIM CONWAY

BIENAVENTURADOS LOS MANSOS


Por Martin Lloyd-Jones.


Al considerar las Bienaventuranzas en conjunto, vimos que hay ciertas características generales que se aplican a todas ellas. Cuando pasamos a estudiar cada uno de las Bienaventuranzas por separado vemos que así es. Por ello, una vez más debemos señalar que esta Bienaventuranza, esta descripción específica del cristiano, causa verdadera sorpresa porque se opone de una manera tan completa y radical a todo lo que el hombre natural piensa. 'Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.' ¡La conquista del mundo —la posesión del universo todo— se da nada menos que a los mansos! El mundo piensa en función de fortaleza y poder, de capacidad, de seguridad en sí mismo, de agresividad. Así es como entiende el mundo el conquistar y poseer. Cuanto más afirma uno su personalidad y manifiesta lo que es, tanto más pone uno en evidencia el poder y capacidad que posee, y tanto más probable es que uno triunfe y progrese. Pero ahí tenemos esta afirmación sorprendente, 'Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad' —y sólo ellos. Una vez más, pues, se nos recuerda que el cristiano es completamente diferente del mundo. Es diferente en calidad, diferencia esencial. Es un hombre nuevo, una nueva creación; pertenece a un reino del todo diferente. Y no sólo es el mundo distinto de él; ni siquiera lo puede entender. Es un enigma para el mundo. Y si usted y yo no somos, en este sentido primario, problemas y enigmas para los no cristianos que nos rodean, entonces esto nos dice mucho en cuanto a nuestra profesión de la fe cristiana.
Esta afirmación tuvo que sorprender muchísimo a los judíos de tiempos de nuestro Señor; y no cabe duda, como dijimos al principio, que Mateo escribió sobre todo para los judíos. Coloca a las Bienaventuranzas al comienzo mismo del Evangelio por esta misma razón. Tenían ciertas ideas acerca del reino; eran, según recordarán, no sólo materialistas sino también militaristas; para ellos el Mesías era alguien que los iba a conducir a la victoria. Pensaban, pues, en función de conquista y lucha en un sentido material, y por ello nuestro Señor descarta esto de inmediato. Es como si dijera, 'No, no, no es este el camino. Yo no soy así, y mi reino no es así.' —'Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.' Es una forma de pensar del todo opuesta a la de los judíos.
Pero además, esta Bienaventuranza presenta, por desgracia, una forma de pensar que contrasta mucho con la forma de pensar que se encuentra en la Iglesia Cristiana de estos tiempos. Porque ¿acaso no existe una tendencia trágica a pensar en función de combatir el mundo, y el pecado, y todo lo que va en contra de Cristo, por medio de grandes organizaciones? ¿Me equivoco cuando digo que el pensamiento prevalente y dominante de la Iglesia Cristiana en el mundo parece estar en contraste absoluto con lo que se indica en este texto? 'Ahí está,' dicen, 'el poderoso enemigo que se nos opone, y frente a él tenemos a una Iglesia dividida. Debemos unirnos, debemos formar un solo cuerpo para enfrentarnos a ese enemigo organizado. Entonces conseguiremos producir impacto, y entonces triunfaremos.' Pero 'Bienaventurados los mansos,' no los que confían en sus organizaciones, no los que confían en sus propias fuerzas y capacidad y en sus propias instituciones. Más bien es lo contrario. Y esto es cierto, no sólo en este pasaje, sino en toda la Biblia. Lo vemos en la historia de Gedeón en la que Dios fue reduciendo el número, no incrementándolo. Este es el método espiritual, y una vez más lo vemos puesto de relieve en esta afirmación sorprendente del Sermón del Monte.
Al enfrentarnos con esta afirmación procuremos antes verla en su relación con las demás Bienaventuranzas. Es evidente que se sigue de lo dicho antes. Hay una conexión lógica obvia entre estas Bienaventuranzas. Cada una sugiere la siguiente y lleva a ella. No fueron pronunciadas al azar. Primero tenemos el postulado fundamental acerca del ser 'pobres en espíritu.' Este es el espíritu fundamental primario que conduce a su vez a una condición de pesar al caer en la cuenta de nuestros pecados; y esto a su vez conduce a este espíritu de mansedumbre. Pero —y quiero subrayar esto— no sólo descubrimos esta conexión lógica entre ellas. Quiero señalar también que estas Bienaventuranzas se van haciendo cada vez más difíciles. En otras palabras, lo que estamos estudiando ahora es más penetrante, más difícil, más humillante que lo que hemos estudiado hasta ahora en este Sermón del Monte. La primera Bienaventuranza nos pide que nos demos cuenta de nuestra debilidad e incapacidad. Nos pone frente al hecho de que hemos de presentarnos delante de Dios, no sólo en los Diez Mandamientos y la ley moral, sino también en el Sermón del Monte, y en la vida del mismo Cristo. El que cree que, con sus propias fuerzas, puede llegar a esto, no ha comenzado a ser cristiano. No, nos hace sentir que no tenemos nada; nos volvemos 'pobres en espíritu;' nada podemos. El que cree que puede vivir la vida cristiana por sí mismo está diciendo que no es cristiano. Cuando nos damos cuenta de verdad de lo que tenemos que ser, y de lo que tenemos que hacer, nos volvemos inevitablemente 'pobres en espíritu.' Esto a su vez conduce a ese segundo estado en el que, al darnos cuenta de nuestro estado de pecado y de nuestro verdadero carácter, al darnos cuenta de que nuestra condición irremediable se debe al pecado que mora en nosotros, y al ver que el pecado está presente incluso en nuestras mejores acciones, pensamientos y deseos, lloramos y exclamamos con el gran apóstol, '¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?' Pero en este caso, digo, es algo todavía más penetrante — 'Bienaventurados los mansos.'
¿Por qué es así? Porque en este caso llegamos a un punto en que comenzamos a preocuparnos por otros. Lo diría así. Puedo ver claramente mi nada y mi condición desesperada frente a las exigencias del evangelio y de la ley de Dios. Estoy consciente, cuando soy sincero conmigo mismo, del pecado y del mal que hay en mí, y esto me hunde. Y estoy dispuesto a enfrentarme con estas dos cosas. Pero ¡cuánto más difícil es permitir a otros que digan cosas así acerca de mí! Por instinto me ofende tal cosa. Todos preferimos condenarnos a nosotros mismos y no que otros nos condenen. Afirmo que soy pecador, pero no me gusta que otro lo diga. Este es el principio que este versículo ofrece. Hasta ahora, me he venido contemplando a mí mismo. Ahora otros me contemplan, tengo cierta relación con ellos, y me hacen algo. ¿Cómo reacciono frente a ello? Este es el problema que se plantea. No dudo que estarán de acuerdo en que esto es más humillante que todo lo anterior. Es permitir a otros que me pongan bajo su foco en vez de hacerlo yo mismo.
Quizá el modo mejor de enfocar esto es considerarlo a la luz de ciertos ejemplos. ¿Quién es el manso? ¿Cómo es? Bien, hay muchas ilustraciones que se pueden dar. He escogido algunas que me parecen las más importantes y sorprendentes. Tomemos, por ejemplo, ciertos personajes del Antiguo Testamento. Consideremos la descripción que se da de ese gran señor —por muchas razones, me parece, el mayor de los personajes del Antiguo Testamento— Abraham, y al contemplarlo nos hallamos frente a un cuadro grandioso y maravilloso de mansedumbre. Es la gran característica de su vida. Recordarán su conducta con Lot, y cómo le permite que elija primero sin murmurar ni quejarse - esto es mansedumbre. Se ve también en Moisés, al que se describe como al hombre más manso de la tierra. Examinen su conducta moral y verán lo mismo, Este concepto bajo de sí mismo, esta tendencia a rebajarse y humillarse - mansedumbre. Estuvieron a su alcance magníficas posibilidades, la corte de Egipto y su posición como hijo de la hija del Faraón. Pero lo consideró en su verdadero valor, lo tuvo por lo que valía, y se humilló por completo ante Dios y su voluntad.
Lo mismo ocurrió en el caso de David, sobre todo en su relación con Saúl. David sabía que iba a ser rey. Se le había comunicado, había sido ungido; y sin embargo ¡cómo soportó a Saúl y el trato injusto y antipático que Saúl le dio! Vuelvan a leer la historia de David y verán la mansedumbre personificada en una forma extraordinaria. Tomen tam¬bién a Jeremías y el mensaje tan poco popular que le fue comunicado. Fue llamado para que comunicara la verdad al pueblo —no lo que quería hacer— en tanto que otros profetas decían cosas fáciles y agradables. Estaba aislado. Era individualista —hoy lo llamarían no cooperador— porque no decía lo que todos los demás decían. Todo le dolió amargamente. Pero lean su historia. Vean cómo lo soportó todo y permitió que se dijeran cosas hirientes a sus espaldas, y cómo siguió comunicando el mensaje. Es un ejemplo maravilloso de mansedumbre.
Si pasamos al Nuevo Testamento, volvemos a encontrar lo mismo. Contemplemos la descripción de Esteban y veremos la ilustración de este texto. Veámoslo en el caso de Pablo, ese poderoso hombre de Dios. Consideremos lo que sufrió de manos de diferentes iglesias y de manos de sus compatriotas y de otra gente. Al leer sus cartas veremos cómo destaca esta cualidad de la mansedumbre, sobre todo cuando escribe a los miembros de la iglesia de Corinto quienes habían dicho cosas tan desfavorables y desagradables acerca de él. Es un ejemplo maravilloso de mansedumbre. Pero desde luego que debemos llegar al ejemplo supremo» al Señor mismo. 'Venid a mí,' dijo, 'todos los que estáis trabajados... y yo os haré descansar... soy manso y humilde de corazón.' Lo mismo se ve en toda su vida. Lo vemos en su reacción frente a los demás, lo vemos sobre todo en la forma en que sufrió persecución y mofa, sarcasmo y burla. Con razón se dijo de él, 'la caña cascada no quebrará, y el pabilo que humea no apagará.' Su actitud frente a los enemigos, y quizá todavía más la sumisión total a su Padre, muestran su mansedumbre. Dijo, 'la palabra que habéis oído no es mía', y 'yo he venido en nombre de mi Padre'. Mirémoslo en el Huerto de Getsemaní. Contemplemos la descripción que de él nos hace Pablo en Filipenses donde nos dice que no consideró que el ser igual al Padre fuera una prerrogativa a la que aforrarse o algo que hubiera que conservar a toda costa. No, decidió vivir como hombre, y así lo hizo. Se humilló a sí mismo, se hizo siervo y aceptó morir en la cruz. Esto es mansedumbre; esto es humildad verdadera; esta es la cualidad que nos enseña en este pasaje.
Bien, pues, ¿qué es mansedumbre? Hemos visto los ejemplos. ¿Qué vemos en ellos? Primero, advirtamos de nuevo que no se trata de una cualidad natural. No estamos frente a una disposición natural, porque todos los cristianos tienen que poseerla. No es sólo algunos cristianos. Cada uno de ellos» sea cual fuera el temperamento o carácter que tenga, tiene que ser manso. Esto se puede demostrar muy fácilmente. Tomemos esos personajes que hemos mencionado, sin contar al Señor mismo, y me parece que en todos los casos veremos que no eran así por naturaleza. Pensemos en el carácter fuerte y extraordinario de un hombre como David, y sin embargo vemos lo manso que fue. También Jeremías nos hace descubrir el secreto. Nos dice que era como una caldera en ebullición, y con todo fue manso. Un hombre como Pablo, de mente poderosa, de personalidad extraordinaria, de carácter fuerte» fue, sin embargo, humilde y manso. No, no se trata de una disposición natural; es algo que lo produce el Espíritu de Dios.
Permítanme insistir en esto. Mansedumbre no significa indolencia. Hay personas que parecen mansas por naturaleza; pero no son mansas sino indolentes. La Biblia no habla de esto. Tampoco quiere decir flojera — y empleo este término con toda intención. Hay personas calmadas, serenas, y se tiene la tendencia a tenerlas por mansas. No es mansedumbre, sino flojera. Tampoco quiere decir amabilidad. Hay personas que parecen amables de nacimiento. Esto no es lo que nuestro Señor quiere decir cuando afirma, 'Bienaventurados los mansos.' Esto es algo puramente biológico, lo que uno encuentra en los animales. Hay perros más amables que otros, y gatos más amables que otros. Esto no es mansedumbre. No significa, pues, ser amable por naturaleza ni ser de trato fácil. Ni tampoco significa personalidad o carácter débil. Todavía menos significa espíritu de compromiso o 'paz a cualquier precio.' Estas cosas se confunden muy a menudo. Con frecuencia se tiene por manso al que dice, 'Lo que sea, con tal de no estar en desacuerdo. Pongámonos de acuerdo, acabemos con estas diferencias y divisiones; olvidemos lo que nos divide; vivamos en paz y alegría.'
No, no, no es eso. La mansedumbre es compatible con una gran fortaleza. La mansedumbre es compatible con una gran autoridad y poder. Esas personas que hemos puesto como ejemplos fueron grandes defensores de la verdad. El manso es alguien que quizá crea tanto en defender la verdad que esté dispuesto a morir por ello. Los mártires fueron mansos, pero no débiles; fueron hombres fuertes, aunque mansos. Dios no permita que confundamos esta cualidad tan noble, una de las más nobles, con algo puramente animal, o físico o natural.
La última consideración negativa sería que la mansedumbre no es algo puramente externo, sino también, y sobre todo, algo de espíritu interno. Sí queremos ser verdaderamente mansos, no sólo hemos de soportar las ofensas, sino que hemos de llegar a ese estado en el que lo soportemos de buen grado. Debemos dominar los labios y la boca, y no decir lo que tendríamos ganas de decir. No se puede meditar en un versículo como este sin sentirse humillado. Es cristianismo auténtico; a esto se nos llama, y así debemos ser.
¿Qué es, pues, la mansedumbre? Creo que se podría resumir así. La mansedumbre es básicamente tener una idea adecuada de uno mismo, la cual se manifiesta en la actitud y conducta que tenemos respecto a otros. Es, por tanto, dos cosas. Es actitud para conmigo mismo y manifestación de esto en mi relación con otros. Se ve, pues, como se sigue por necesidad el de ser 'pobres en espíritu' y del 'llorar.' Nadie puede ser manso si no es pobre en espíritu. Nadie puede ser manso si no se ve a sí mismo como vil pecador. Esto viene primero. Pero cuando he llegado a esa idea adecuada de mí mismo en función de pobreza de espíritu y lágrimas por mi condición de pecador, paso a comprender que también tiene que haber ausencia de orgullo. El manso no es orgulloso de sí mismo, no se gloría nunca en sí mismo. Siente que no tiene nada de qué enorgullecerse. Tam¬bién significa que no trata de imponerse. Es, pues, una negación de la psicología popular de hoy día que dice 'imponte,' 'expresa tu personalidad.' El manso no actúa así; se avergüenza más bien de ello. El manso tampoco exige nada para sí. No exige todos sus derechos. No exige que se tengan en cuenta su posición, privilegios, bienes y nivel social. No, es como el hombre que Pablo describe en Filipenses 2. 'Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo tam¬bién en Cristo Jesús.' Cristo no exigió el derecho a la igualdad con Dios; no quiso exigirlo. Y a esto hemos de llegar.
Permítanme ir más allá; el manso ni siquiera es susceptible en cuanto a sí mismo. No está siempre velando por sí mismo y por sus intereses. No está siempre a la defensiva. Todos sabemos de qué estoy hablando, ¿verdad? ¿No es acaso una de las grandes maldiciones de la vida como consecuencia de la caída — esta susceptibilidad en cuanto a si? Pasamos la vida atentos a nosotros mismos. Pero cuando uno llega a ser manso no es así; ya no se preocupa por sí mismo ni por lo que los demás digan. Ser verdaderamente manso significa que uno ya no se protege, porque ve que no hay nada que valga la pena proteger. Por esto ya no se está a la defensiva; esto se acabó. El verdaderamente manso nunca se compadece de sí mismo. Nunca habla de sí mismo para decir, 'Te está yendo mal, qué poco amables son en no entenderte.' Nunca piensa, 'Con lo mucho que valgo, sólo me faltaría que se me brindara la oportunidad.' ¡Autocompasión! ¡Cuántas horas y años malgastamos en ello! Pero el que ha llegado a ser manso no es así. Ser manso, en otras palabras, quiere decir que ya no se preocupa uno nada de sí mismo, y que comprende uno que no tiene derechos. Se llega a comprender que nadie le puede hacer daño. John Bunyan lo dice muy bien. 'El que está en el suelo no debe temer caer.' Cuando uno se ve a sí mismo por lo que es, sabe que nadie puede decir nada de él que sea demasiado malo. No hay por qué preocuparse de lo que los demás digan o hagan; se sabe que uno merece esto y mucho más. Definiría, pues, otra vez la mansedumbre así. El verdaderamente manso es el que vive sorprendido de que Dios y los hombres puedan pensar tan bien de él y lo traten tan bien como lo tratan. Esto, creo, es su cualidad básica.
Debe, pues, manifestarse en todo nuestro proceder y conducta con los demás. Procede así. El que es como el tipo que he descrito debe ser necesariamente benigno. Pensemos de nuevo en los ejemplos. Pensemos otra vez en nuestro Señor Jesucristo. Benigno, gentil, humilde —estos son los términos. Manso, de espíritu manso —ya he citado antes los términos empleados— 'manso y humilde.' En un sentido, la persona más asequible que el mundo ha conocido fue el Señor Jesucristo. Pero también significa que habrá una ausencia total del espíritu de venganza, del tomarse revancha, del procurar que el otro pague por lo hecho. También significa, por tanto, que debemos ser pacientes, sobre todo cuando sufrimos injustamente. Recordarán cómo Pedro en el capítulo segundo de su primera Carta, que 'para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente.' Significa paciencia incluso cuando se sufre injustamente. De nada vale, dice Pedro en ese capítulo, que aceptemos con paciencia las reprensiones por nuestras faltas; pero si obramos bien y sufrimos como consecuencia de ello y lo soportamos con paciencia, entonces esto es lo que merece alabanza a los ojos de Dios. Esto es mansedumbre. Pero también significa que estamos dispuestos a escuchar y aprender; que tengamos una idea tan pobre de nosotros mismos y de nuestras capacidades que estemos dispuestos a escuchar a otro. Sobre todo debemos estar dispuestos a que el Espíritu nos enseñe, a que el Señor Jesucristo mismo nos guíe. La mansedumbre siempre implica espíritu dócil. Esto vemos en el caso de nuestro Señor mismo. Aunque era la Segunda Persona de la Trinidad, se hizo hombre, se humilló voluntariamente hasta el extremo de depender por completo de lo que Dios le diera, de lo que Dios le enseñara y de lo que Dios le dijera que hiciese. Se humilló a sí mismo hasta eso, y esto significa ser manso. Debemos estar dispuestos a aprender y escuchar y sobre todo debemos entregarnos al Espíritu.
Por fin, lo expresaría así. Debemos dejarlo todo —nosotros mismos, nuestros derechos, nuestros motivos, todo nuestro futuro— en las manos de Dios, sobre todo si sentimos que sufrimos injustamente. Aprendemos a decir con el apóstol Pablo que nuestra actitud debe ser esta, 'Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.' No necesitamos pagar, sino que nos ponemos en las manos de Dios. Lo dejamos todo a Dios, nosotros mismos, nuestros motivos, nuestros derechos, todo, con tranquilidad de espíritu, de mente y de corazón. Ahora bien, todo esto, lo veremos luego, es algo que se ilustra en abundancia en las distintas enseñanzas de este Sermón del Monte.
Advirtamos ahora lo que le sucede al que es así. 'Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.' ¿Qué significa esto? Lo podemos resumir muy brevemente. Los mansos ya heredan la tierra en esta vida, en esta forma. El verdaderamente manso está siempre satisfecho, está contento. Goldsmith, poeta inglés, lo expresa bien cuando dice, 'no teniendo nada lo tiene todo.' El apóstol Pablo todavía lo ha expresado mejor cuando dice, 'teniendo nada, mas poseyéndolo todo.' Y a los filipenses les dice, 'Gracias por enviarme el obsequio. Me gusta, no porque deseara nada, sino por el espíritu con que me lo enviaron. En cuanto a mí, lo tengo todo, sobreabundo.' Les había dicho ya, 'Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia' y 'todo lo puedo en Cristo que me fortalece.' Adviertan, también, la forma sorprendente en que expresa el mismo pensamiento en 1 Corintios 3. Después de decirles que no deben sentirse celosos o preocupados por estas cosas, afirma, 'todo es vuestro,' todo en absoluto; 'sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.' Todo es de ellos si son mansos y cristianos verdaderos; ya han heredado la tierra.
Pero sin duda que también se refiere al futuro. '¿O no sabéis,' dice Pablo a estos corintios, en 1 Corintios 6, 'que los santos han de juzgar al mundo?' Van a juzgar al mundo y a los ángeles, heredarán la tierra. En Romanos 8 lo expresa Somos hijos, 'y si hijos, también herederos; de Dios y coherederos con Cristo.' Así es; vamos a heredar la tierra. 'Si sufrimos,' dice a Timoteo, 'también reinaremos con él.' En otras palabras, 'No te preocupes por el sufrimiento, Timoteo. Sé manso y paciente y reinarás con El. Vas a heredar la tierra con El.' Creo que todo esto se encuentra en las palabras de nuestro Señor en Lucas 14:11: 'Cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido.'
Vemos, pues, el significado del ser manso. ¿Debo volver a insistir en que esto es algo del todo imposible para el hombre natural? Nunca conseguiremos ser mansos por nosotros mismos. Esos pobres que se refugiaron en los monasterios trataban de hacerse mansos. Nosotros nunca lo haremos. No se puede hacer. Sólo el Espíritu Santo nos puede humillar, sólo el Espíritu Santo nos puede hacer pobres en espíritu y hacernos llorar por nuestra condición de pecadores y producir en nosotros esta idea verdadera y recta de nosotros mismos y darnos la mente de Cristo mismo. Esto es algo muy grave. Los que decimos ser cristianos afirmamos necesariamente que ya hemos recibido al Espíritu Santo. Por tanto no tenemos excusa si no somos mansos. El que no es cristiano tiene excusa, porque le es imposible conseguirlo. Pero si afirmamos de verdad que hemos recibido al Espíritu Santo, y así lo hacen todos los cristianos, no tenemos excusa por no ser mansos. No es algo que ustedes hagan ni yo haga. Es un don que produce en nosotros el Espíritu Santo. Es un fruto directo del Espíritu. Se nos ofrece y es posible. ¿Qué tenemos que hacer? Debemos situarnos frente a este Sermón del Monte; debemos meditar acerca de esta afirmación en cuanto a ser mansos; debemos considerar los ejemplos; sobre todo hemos de contemplar al Señor mismo. Luego debemos humillarnos y confesar con vergüenza, no sólo lo pequeños que somos, sino nuestra imperfección absoluta. Luego debemos acabar con ese yo que es la causa de todos nuestros problemas, a fin de que El que nos ha comprado a tal precio venga a poseernos totalmente.

viernes, 20 de noviembre de 2009

BIENVAENTURADOS LOS QUE LLORAN


Por Martin Lloyd-Jones.


Pasamos ahora a estudiar la segunda Bienaventuranza —'Bienaventurados (o felices) los que lloran, porque ellos recibirán consolación.' Esta, al igual que la primera, llama de inmediato la atención, y presenta al cristiano como del todo diferente del que no lo es y del que es del mundo. En realidad el mundo consideraría y considera una afirmación como ésta como ridícula en grado sumo — ¡Felices son los que lloran! Si hay una cosa que el mundo trata de evitar es el dolor; todo él está organizado basado en la idea de que hay que evitar el dolor. La filosofía del mundo es, olvídense de los problemas, vuélvanles la espalda, hagan lo posible para evitarlos. Las cosas ya son de por sí lo bastante malas para que uno vaya en busca de problemas, dice el mundo; por tanto, traten de ser lo más felices que puedan. La organización de toda la vida, la manía por los placeres y el dinero, la energía y entusiasmo que se gastan en entretener a la gente, todo ello no es más que expresión del objetivo del mundo, de huir de la idea del dolor y de este espíritu del dolor. Pero el evangelio dice, 'Bienaventurados los que lloran.' ¡En realidad son los únicos felices! Si examinamos el pasaje paralelo en Lucas 6 veremos que se expresa en una forma más llamativa, 'Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.' Promete bendición y felicidad a los que lloran. Estas afirmaciones preliminares referentes al cristiano son, pues, de una importancia básica muy obvia.
No cabe duda de que estamos una vez más frente a algo que tiene un significado enteramente espiritual. Nuestro Señor no dijo que los que lloran en un sentido natural son felices, como en el caso de las lágrimas que produce el dolor por la muerte de alguien. No, - es un llorar espiritual. Al igual que la pobreza de espíritu no era algo material, económico, sino esencialmente espiritual, también en este caso estamos frente a algo completamente espiritual que no tiene ninguna relación con nuestra vida natural en este mundo. Todas estas Bienaventuranzas se refieren a una condición espiritual y a una actitud espiritual. Se alaba a los que lloran en espíritu; ellos, dice nuestro Señor, son los felices.
Esto, como hemos visto, nunca se encuentra en el mundo, antes bien está en marcado contraste con lo que se ve en el mundo. Y una vez más tengo que decir que es algo no tan evidente en la Iglesia de hoy como lo fue en otro tiempo y como lo es en el Nuevo Testamento. En un sentido, como dije antes, esta es la principal razón por la que estudiamos el Sermón del Monte. Nos preocupa el estado y la vida de la Iglesia en los tiempos actuales. No vacilo en volver a afirmar que el fracaso de la Iglesia en influir más, en la vida de los hombres de hoy, se debe sobre todo a que su propia vida no es como debe ser. Para mí nada hay más trágico o miope o falto de visión que el suponer, como muchos hacen, que la Iglesia está en orden y que lo único que tiene que hacer es evangelizar al mundo. Los avivamientos demuestran con claridad que los que no son de la Iglesia siempre se sienten atraídos cuando la Iglesia misma comienza a actuar de verdad como Iglesia cristiana, y cuando los cristianos se aproximan a la descripción que las Bienaventuranzas ofrecen. Debemos, pues, comenzar por nosotros mismos, y averiguar por qué, por desgracia, esta descripción del cristiano como alguien que 'llora' nos hace sentir que por alguna razón no se ve tanto en la Iglesia de hoy como en la de otro tiempo.
La explicación es bastante obvia. Es en parte una reacción contra la clase de puritanismo falso (digo puritanismo falso, no puritanismo) que, seamos francos, abundó tanto a fines del siglo pasado y a comienzos de este. Solía manifestarse como presunta piedad. No era natural; no nacía de dentro; pero la gente asumía un aspecto piadoso. Casi daba la impresión de que ser religioso equivalía a ser desdichado; volvía la espalda a muchas cosas que son perfectamente naturales y legítimas. Con ello se daba una impresión muy poco atractiva del cristiano, y, según creo, ha dado pie a una reacción violenta contraria, reacción tan violenta que se ha llegado al otro extremo.
Pero también creo que otra explicación se halla en la idea que se ha ido haciendo tan común de que si como cristianos queremos atraer a los que no lo son, debemos tratar voluntariamente de asumir un aspecto jovial y vivo. Muchos, pues, tratan de manifestar una especie de gozo y felicidad que no nacen de adentro, sino que son artificiales. Es probable que esta sea la explicación principal de por qué no se ve en la Iglesia de hoy esta característica de dolor. Esta superficialidad, esta facundia o jovialidad resultan casi incomprensibles. Lo que gobierna y dirige toda nuestra apariencia y conducta es este esfuerzo por aparentar ser algo, por ofrecer una cierta imagen, en vez de manifestar una vida que nazca de adentro.
A veces pienso, sin embargo, que la explicación definitiva de todo esto es algo todavía más hondo y grave. No puedo evitar creer que la explicación final del estado de la Iglesia de hoy se halla en un sentido defectuoso de pecado y en una doctrina defectuosa del pecado. Junto con esto, desde luego, se halla el no entender la verdadera naturaleza del gozo cristiano. Estamos, pues, ante una deficiencia doble. No hay convencimiento verdadero y profundo de pecado como lo había en otro tiempo; y por otra parte hay una idea superficial del gozo y felicidad que en nada se parece a lo que encontramos en el Nuevo Testamento. Así pues, la doctrina defectuosa de pecado y la idea superficial de gozo, juntas, producen necesariamente un tipo superficial de persona y una clase muy inadecuada de vida cristiana.
Estamos frente a algo sumamente importante, sobre todo en materia de evangelismo. No sorprende que la Iglesia fracase en su misión si este concepto de pecado y de gozo es tan defectuoso e inadecuado. Y, por consiguiente, sucede que mucho evangelismo, organizado ya a gran escala, ya en tono menor (a pesar de todas las cifras y resultados que se publican), no afecta obviamente la vida de la Iglesia en un sentido profundo. En realidad, las estadísticas mismas demuestran el fracaso en este sentido. Por ello es un tema muy básico que vale la pena que consideremos. Por esto es tan importante que lo enfoquemos desde el punto de vista de este Sermón del Monte, que comienza con negaciones. Tenemos que ser pobres en espíritu antes de que podamos ser llenados con el Espíritu Santo. Lo negativo antes de lo positivo. Y una vez más estamos frente a otro ejemplo de precisamente lo mismo - el convencimiento debe necesariamente preceder a la conversión, un sentido verdadero del pecado debe preceder al gozo genuino de salvación. Ahí tenemos la esencia misma del evangelio. Tantas personas pasan la vida tratando de encontrar este gozo cristiano. Dicen que lo darían todo por encontrarlo o por ser como alguien que lo posee. Bien, sugiero que en noventa y nueve casos de cada cien, ésta es la explicación. No han acertado a ver que deben llegar a la convicción de pecado antes de poder experimentar el gozo. No les gusta la doctrina del pecado. Sienten profundo desagrado por ella y no quieren que se predique. Quieren el gozo sin el convencimiento de pecado. Pero esto es imposible; nunca se puede conseguir. Los que van a convertirse y desean ser verdaderamente felices y bienaventurados son los que primero lloran. La convicción de pecado es requisito esencial para la verdadera conversión.
Es muy importante, pues, que sepamos qué quiere decir nuestro Señor cuando afirma, 'Bienaventurados los que lloran.' Encontraremos la respuesta en la enseñanza del Nuevo Testamento en general con respecto a este tema. Comencemos, por ejemplo, con nuestro Señor mismo. Como cristianos, hemos sido hechos, nos dice la Biblia, a imagen y semejanza del Señor mismo. El cristiano es alguien que es como el Señor Jesucristo. Jesucristo es el 'primogénito entre muchos hermanos;' él es el modelo de cómo ustedes y yo debemos ser. Muy bien; mirémoslo. ¿Qué descubrimos?
Una cosa que observamos es que no se menciona en ninguna parte que riera. Se nos dice que se airó, que sufrió hambre y sed; pero no hay mención ninguna de que riera. Sé que un argumento de esta clase, llamado 'ex silentio,' puede ser peligroso, pero no podemos dejar de prestar atención a este hecho. Recordamos la profecía de Isaías, en la que se nos dice que sería 'varón de dolores, experimentado en quebranto', y que le iba a quedar el rostro tan desfigurado que nadie lo desearía. Esta es la profecía referente a El, y al leer estos relatos de los Evangelios respecto a El vemos que la profecía se cumplió a la letra. En Juan 8:57 hay una indicación de que nuestro Señor parecía más viejo de lo que era. Recuerdan que había dicho, 'Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó'; los oyentes lo miraron y le dijeron, 'Aun no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?' Se lo dijeron a alguien que apenas tenía treinta años, y estoy de acuerdo con los intérpretes que dicen, basados en ese pasaje, que nuestro Señor parecía mucho mayor de lo que era. Nada se dice, pues, de risas en su vida. Pero, sí se nos dice que lloró en el sepulcro de Lázaro (Jn. 11:35). Y no porque su amigo había muerto, porque había ido precisamente a resucitarlo. Sabía que Lázaro iba a volver a la vida en unos momentos. No, es algo muy diferente, algo que vamos a considerar juntos. Se nos dice también que lloró sobre Jerusalén al contemplar la ciudad poco antes de morir (vea Le. 19:41-44). Este es el cuadro que se descubre cuando se contempla a nuestro Señor en los Evangelios, y debemos ser como El. Comparemos esto, no sólo con el mundo, sino también con esa presunta viveza y jovialidad que tantos cristianos parecen creer que es el retrato adecuado del cristiano. Creo que verán de inmediato el contraste sorprendente y chocarte. No hay nada de esto en nuestro Señor.
Veamos también la enseñanza del apóstol Pablo como aparece, por ejemplo, en Romanos 7. Hemos de ser como este apóstol, y como los otros apóstoles y santos de todos los siglos, si hemos de ser verdaderamente cristianos. Recordemos que el cristiano es un hombre que sabe qué es exclamar, '¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?' Esto nos dice algo de qué significa llorar. He ahí un hombre que se sentía tan abrumado de dolor que prorrumpe en esa exclamación. Todos los cristianos han de ser así. El cristiano conoce esa experiencia de sentirse completamente sin remedio, y dice acerca de sí mismo, como Pablo, 'En mí, esto es, en mi carne, no mora el bien.' Conoce la experiencia de poder decir, 'no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.' Está plenamente consciente de este conflicto entre la ley de la mente y la ley de los miembros, y todo este luchar y procurar. Pero oigamos otra vez a Pablo en Romanos 8. Hay quienes opinan que lo que se describe en Romanos 7 no fue sino una fase de la vida de Pablo, y que salió de ella, pasó la página, y pasó al capítulo 8 de Romanos donde ya no supo qué era llorar. Pero en el versículo 23 de ese capítulo se lee lo siguiente, 'No sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros tam¬bién gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.' O, también, lo que dice en 2 Corintios 5, 'Los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia': se describe a sí mismo como 'deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial.' Dice todo esto en una forma todavía más explícita en las Cartas Pastorales, donde escribe a Timoteo y a Tito cómo deben enseñar a los demás. Dice que el 'anciano' ha de ser 'sobrio, prudente, decoroso.' De hecho incluso 'los jóvenes' han de ser 'prudentes.' Nada se dice de aquella jovialidad y viveza. Incluso los jóvenes cristianos no deberían aparentar tal gozo maravilloso de modo que siempre luzcan en el rostro una sonrisa radiante que demuestre al mundo lo felices que son.
He escogido esos pasajes al azar. Los podría complementar con citas de otros escritores del Nuevo Testamento. ¿Qué significa todo esto? Me parece que la mejor manera de expresarlo es así. 'Llorar' es algo que sigue por necesidad de ser 'pobres en espíritu.' Es completamente inevitable. Cuando me hallo frente a Dios y a su santidad, y contemplo la vida que he de vivir, me veo a mí mismo, mi incapacidad y desesperanza totales Descubro lo que soy espiritualmente y esto me hace llorar. Pero no basta esto. El que se ve tal como es, después de haberse examinado a sí mismo y a su vida, debe tam¬bién necesariamente llorar por sus pecados, por lo que hace. Ahora bien, los expertos en la vida espiritual siempre han recomendado el auto examen. Todos lo recomiendan y practican. Dicen que es bueno dedicar unos momentos al final del día a meditar acerca de sí mismo, pasar breve revista a la vida, y preguntar, '¿Qué he hecho, qué he dicho, qué he pensado, cómo me he comportado con los otros?' Si se hace esto todas las noches, se descubrirá que uno ha hecho cosas que no debiera haber hecho, que uno ha fomentado pensamientos, ideas y sentimientos indignos. Y, al caer en la cuenta de esto, el cristiano se siente lleno de un sentido de pesar y dolor, por haber sido capaz de pensar y hacer semejantes cosas, y esto lo hace llorar. Pero, no se contenta con lo que ha hecho, sino que medita en sus acciones, estado y condición de pecado, y al hacerlo debe experimentar lo que dice Romanos 7. Debe llegar a estar consciente de los principios malos que hay dentro de él. Debe preguntarse, '¿Qué hay en mí que hace que me conduzca como lo hago? ¿Por qué me irrito tanto? ¿Por qué tengo tan mal carácter? ¿Por qué no puedo dominarme? ¿Por qué tengo esos pensamientos hostiles, de celos y envidia? ¿Qué hay dentro de mí?' Y descubre esa lucha en sus miembros, y le desagrada y llora por ello. Es completamente inevitable. Estas no son imaginaciones; es la realidad, lo que la experiencia enseña. Es una prueba a fondo. Si no quiero aceptar esta enseñanza, quiere decir que no lloro y que por tanto no soy uno de los que, dice nuestro Señor, son bienaventurados. Si considero que esto no es más que morbosidad, algo que nadie debería hacer, entonces digo bien a las claras que no soy espiritual, que no soy como el apóstol Pablo y todos los santos, y que contradigo la enseñanza del Señor Jesucristo mismo. Pero si lamento estas cosas en mí mismo, lloro de verdad.
Pero el cristiano no se detiene ni siquiera en esto. El verdadero cristiano es el que llora también por los pecados de otros. No se detiene en sí mismo. Ve lo mismo en otros. Le preocupa el estado de la sociedad, y el estado del mundo, y al leer los periódicos no se detiene en lo que ve ni simplemente expresa desagrado por ello. Llora por ello, porque los hombres viven de esta manera. Llora por los pecados de los demás. En realidad, va todavía más allá para llorar por el estado del mundo entero cuando ve la confusión moral, infelicidad y sufrimiento del género humano, y cuando ve tantas guerras y rumores de guerra. Ve que todo el mundo vive en una condición insana e infeliz. Sabe que todo esto se debe al pecado; y llora por ello.
Por esto lloró nuestro Señor, por esto fue 'varón de dolores, experimentado en quebranto;' por esto lloró en la sepultura de Lázaro. Vio esa cosa tan horrible, fea y necia llamada pecado, que había hecho acto de presencia en la vida e introducido la muerte en la vida, que había trastornado la vida y la había vuelto infeliz. Lloró por esto; gimió en espíritu. Y al ver la ciudad de Jerusalén que lo rechazaba y con ello se atraía la destrucción, también lloró. Lloró por todo esto, y el que lo sigue, todo aquel que ha recibido su naturaleza, también llora. En otras palabras, debe llorar por la naturaleza del pecado, porque ha entrado en el mundo y ha conducido a tan terribles resultados. En realidad llora porque entiende algo de lo que significa el pecado para Dios, y el aborrecimiento y odio tan totales que Dios siente por él, esta cosa terrible que clavaría, por así decirlo, en el corazón de Dios, si pudiera, esta rebelión y arrogancia del hombre, el resultado de escuchar a Satanás. Lo entristece y llora por ello. Aquí tenemos, pues, la enseñanza del Nuevo Testamento respecto a este punto. Esto significa llorar en el sentido espiritual en el Nuevo Testamento. Quizá la mejor manera de expresarlo es así. Es la antítesis misma del espíritu, mente y perspectiva del mundo, el cual, como dijo nuestro Señor, 'ríe ahora.' Miremos al mundo, incluso en tiempo de guerra. Todavía trata de no considerar la situación verdadera, de no hacer caso de ella para ser feliz. 'Comamos, bebamos y regocijémonos,' es su consigna. Ríe y dice, 'No pienses en estas cosas.' Llorar es exactamente lo contrario. La actitud del hombre cristiano es esencialmente diferente.
No nos vamos a detener aquí, sin embargo, por qué de lo contrario nuestra descripción del cristiano sería incompleta. Nuestro Señor en estas Bienaventuranzas hace una afirmación completa y debe tomarse como tal. 'Bienaventurados los que lloran,' dice, 'porque ellos recibirán consolación.' El que llora es verdaderamente feliz, dice Cristo; esta es la paradoja. ¿En qué sentido es feliz? Bien, llega a ser feliz en un sentido personal. El que verdaderamente llora por su estado y condición de pecado es el que se va a arrepentir; en realidad, ya se está arrepintiendo. Y el que se arrepiente de verdad como resultado de la acción del Espíritu Santo en él, va a ser sin duda conducido hasta el Señor Jesucristo. Una vez vista su condición irremediable y pecaminosa, busca un Salvador, y lo encuentra en Cristo. Nadie puede verdaderamente conocerlo como Salvador y Redentor personal a no ser que antes sepa qué es llorar. Sólo el que exclama, '¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?' puede luego añadir, 'Gracias doy a Dios, por Jesucristo nuestro Señor.' Esto es algo que sigue como el día sigue a la noche. Si lloramos de verdad, nos regocijaremos, seremos hechos felices, recibiremos consolación. Porque cuando uno se ve a sí mismo en esa condición de desesperanza absoluta, el Espíritu Santo le revela al Señor Jesucristo como su satisfacción perfecta. Por medio del Espíritu ve que Cristo ha muerto por sus pecados y se ha constituido en abogado suyo en la presencia de Dios. Ve en él la solución perfecta que Dios le ofrece y de inmediato se siente consolado. Esto es lo sorprendente en la vida cristiana. El pesar más hondo conduce al gozo, y sin pesar no hay gozo.
Esto es así no sólo en la conversión; es algo que sigue siendo verdad en el caso del cristiano. Se ve culpable de pecado, y al principio esto lo abate y lo hace llorar. Pero esto a su vez lo hace volver a Cristo; y en cuanto vuelve a Cristo, la paz y felicidad vuelven también y se siente consolado. Estamos frente a algo que se cumple de inmediato. El que llora de verdad es consolado y feliz; y así pasa la vida cristiana, lágrimas y gozo, pesar y felicidad, y la una conduce de inmediato a la otra.
Pero no se ofrece al cristiano sólo este consuelo inmediato. Hay otro consuelo, que podríamos llamar 'la esperanza bendita,' que Pablo menciona en Romanos 8 y a la que ya hemos aludido. Dice que en la actualidad incluso los que 'tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.' 'Porque en esperanza fuimos salvos,' prosigue, y confiados en que 'las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.' En otras palabras, cuando el cristiano contempla al mundo, o incluso cuando se contempla a sí mismo, se siente infeliz. Se queja en espíritu; conoce algo de la carga del pecado que se ve en el mundo y que los apóstoles y el Señor mismo experimentaron. Pero se consuela de inmediato. Sabe que la gloria ya llega; sabe que llegará el día en que Cristo regresará, y el pecado quedará excluido de la tierra. Habrá 'nuevos cielos y nueva tierra' donde la justicia morará. ¡Oh bendita esperanza! 'Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.'
Pero ¿qué esperanza tiene el que no cree en estas cosas? ¿Qué esperanza tiene el no cristiano? Miremos el mundo; leamos los periódicos. ¿Con qué pueden contar? Hace cincuenta años contaban con el hecho de que el hombre mejoraba rápidamente. Ahora ya no se puede contar con esto. No se puede contar con la educación; no se puede contar con las Naciones Unidas lo mismo que no se pudo contar con la Liga de Naciones. Todo se ha intentado y todo ha fracasado ¿Qué esperanza le queda al mundo? Ninguna. El mundo de hoy no ofrece consuelo. Pedro para el cristiano que llora por el pecado y por el estado del mundo, hay este consuelo — el consuelo de la bendita esperanza, la gloria que llegará. De modo que incluso aquí, aunque se lamenta, es tam¬bién feliz debido a la esperanza que posee. Hay esa esperanza final en la eternidad. En ese estado eterno seremos completamente bienaventurados, nada perturbará la vida, nada nos apartará de ella, nada la echará a perder. Ya no existirán el pesar y las lamentaciones; las lágrimas desaparecerán; y viviremos sumergidos en el esplendor eterno, y experimentaremos gozo y felicidad puros e inmarcesibles. 'Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.' Cuan cierto es esto. Si no conocemos esto, no somos cristianos. Si somos cristianos, lo conocemos, conocemos este gozo de los pecados perdonados y del estar conscientes de ello; el gozo de la reconciliación; el gozo de saber que Dios nos acepta de nuevo cuando nos hemos apartado de El; el gozo y contemplación de la gloria que nos espera; el gozo que procede de la expectación del estado eterno.
Tratemos, pues de definir al que llora. ¿Qué clase de hombre es? Es un hombre apesadumbrado, pero no malhumorado. Es un hombre triste, pero no infeliz. Es un hombre grave, pero no formal. Es un hombre sobrio, pero no hosco. Es un hombre serio, pero nunca frío ni alejado. Su gravedad va acompañada de cordialidad y atractivo. Este hombre, en otras palabras, siempre está serio; pero no de aparentar esa seriedad. El cristiano verdadero no es nunca un hombre que ha de aparentar tristeza o jovialidad. No, nunca; es un hombre que mira a la vida con seriedad; la ve bajo el punto de vista espiritual, y ve en ella el pecado y sus efectos. Es un hombre serio y sobrio. Su punto de vista es siempre serio, pero debido a estas ideas que tiene y a su comprensión de la verdad, posee también un gozo inenarrable. Es, pues, como el apóstol Pablo, quien 'gemía dentro de sí mismo,' y con todo era feliz debido a su experiencia de Cristo y de la gloria venidera. El cristiano no es superficial en modo alguno, sino que es fundamentalmente serio y feliz. El gozo del cristiano es un gozo santo, la felicidad del cristiano es una felicidad seria. ¡Nunca es un semblante superficial de felicidad y gozo! No, nunca; es un gozo solemne, un gozo santo, una felicidad seria; de modo que, si bien es serio y sobrio, nunca es frío ni alejado. En realidad, es como nuestro Señor mismo, quien gemía, lloraba, y sin embargo 'por el gozo puesto delante de él' soportó la cruz y se sobrepuso a la vergüenza.
Ese es el hombre que llora; ese es el cristiano. Ese es el tipo de cristiano que se vio en la Iglesia del pasado, cuando la doctrina del pecado se predicaba y subrayaba, y no se apremiaba a los hombres para que decidieran algo de inmediato. Una doctrina profunda acerca del pecado, del gozo, producen como consecuencia ese hombre bienaventurado y feliz que llora y al mismo tiempo es consolado. La forma de experimentar esto, obviamente, es leer las Escrituras, estudiarlas y meditarlas, orar a Dios para que su Espíritu nos revele el pecado que hay en nosotros, y luego que nos revele al Señor Jesucristo en toda su plenitud. 'Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.'