jueves, 22 de octubre de 2009

ORIENTACIONES PARA ODIAR EL PECADO

ORIENTACION N° 5
Por Richard Baxter.

Piense en el propósito de la existencia del alma humana. ¿ Para qué fue
creada? Para amar, obedecer y glorificar a nuestro Creador; y verá usted lo que
es el pecado, pues éste pervierte y anula ese propósito.¡Cuán excelentemente
grande y santa es la obra para la que fuimos creados y a la que hemos sido
llamados! ¿ Deberíamos deshonrar en templo de Dios, y servir al diablo en su
inmundicia y absurdo, en lugar de recibir, servir y glorificar a nuestro Creador?

miércoles, 21 de octubre de 2009

LA CRUZ DE CRISTO


NUESTRO MOTIVO DE GLORIA: LA CRUZ DE CRISTO por R.M. McCheyne "Lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de Cristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí y yo al mundo» (Gálatas 6:14).

I. EL 0BJETO DE QUE HABLA AQUÍ PABLO: LA CRUZ DE CRISTO.
La palabra de la Cruz se usa en tres sentidos diferentes en la Biblia, que conviene distinguir. 1. Se usa al referirse a la cruz de madera, aquella sobre la cual Jesús fue crucificado. El castigo de la cruz era de invención romana. Se usaba solamente al ajusticiarse a esclavos o malhechores notables. La cruz estaba formada con dos maderos que se cruzaban formando ángulos rectos. Se dejaba en el suelo y al criminal ajusticiado se le ponía extendido sobre ella. Con clavos se le horadaban las manos y quedaba clavado a la madera, lo mismo que hacían con un solo clavo para ambos pies. Entonces se ponía la cruz en pie y se la introducía en un hoyo dispuesto al efecto. El crucificado era dejado pendiente de la cruz hasta que moría. Ésta fue la muerte a que se sometió Cristo: "Sufrió la cruz despreciando la vergüenza". "Fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Mateo 27:40, 42; Marcos 15:30, 32; Lucas 23:26; Juan 19:17, 19, 25 y 31 y Efesios 2:16).
2. También se utiliza la misma palabra para significar el camino de salvación por Jesucristo crucificado. Por ejemplo, en ¡Cor. 1:18: "La palabra de la cruz es locura a los que se pierden, mas a los que se salvan, es saber, a nosotros, es potencia de Dios"; compárese con el v. 23: "Predicamos a Cristo crucificado". Resulta evidente aquí que la predicación de la cruz y la predicación de Cristo crucificado es lo mismo. Éste es el significado de nuestro pasaje de hoy. "Lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz". Es el nombre que se da a todo el plan de la salvación por el Redentor crucificado. Tan pequeña expresión implica y encierra la obra completa y gloriosa de Cristo en favor nuestro. Implica el amor de Dios al darnos su Hijo (Juan 3:16) y el amor de Cristo al darse a sí mismo (Efesios 5:2) ; la Encarnación del Hijo de Dios; su obra de sustitución, obra vicaria, uno por muchos; sus sufrimientos y muerte expiatoria. Toda la obra de Cristo queda incluida en esa pequeña palabra, la cruz de Cristo. Y la razón es sencilla; su muerte en la cruz fue el punto más bajo, de la humillación de Cristo. Fue allí que clamó: "Consumado es". "La obra de mí obediencia ha sido consumada, mis sufrimientos han concluido, la obra de la redención ha quedado completada, la ira que pesaba sobre mi pueblo ha cesado." E inclinó su cabeza y dio el Espíritu. De aquí que su obra totalmente consumada sea llamada la cruz de Cristo.
3. Se emplea también la palabra cruz para significar los sufrimientos que sobrevienen al creyente por seguir a Cristo. "Si alguno viene en pos de mí, niéguese a al mismo, tome su cruz y sígame" (Mateo, 16:24). Cuando un hombre determina seguir a Cristo, debe renunciar a sus planes pecaminosos y a sus compañías pecaminosas y tropezará con la burla, el ridículo, el odio, la persecución de que le harán objeto sus antiguas amistades mundanas. Su nombre será despreciado como malo. "Todo el que quisiere vivir píamente en Cristo Jesús, sufrirá persecución". Ahora se dará cuenta de que todo esto es "tomar la cruz" "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí".
En el texto escogido hoy la palabra se usa en el segundo sentido -significando el plan de la salvación por un Salvador crucificado.
Queridos amigos, es esto lo que se os presenta cuando partimos el pan y bebemos el vino; la obra completa de Cristo en favor de los pecadores. El amor y la gracia del Señor Jesús quedan concentrados allí. El amor del Padre, el pacto con su Hijo, el amor de Jesús, su encarnación, obediencia, muerte; todo ello se os presenta en aquel pan roto y en aquel vino derramado. Es un dulce y silencioso sermón. Muchos sermones no contienen a Cristo desde el principio hasta el fin. Muchos le presentan de forma confusa e imperfecta. Pero aquí, en la cena, no existe nada más sino Cristo y éste crucificado. ¡Rica y elocuente ordenanza! Pedid que la visión de aquel pan quebrado, de aquel pan partido, pueda también quebrantar vuestros corazones y haga brotar de ellos un vivo amor hacia el Cordero de Dios. Pedid que haya conversiones ante la visión del pan partido y del vino repartido. Mirad atentamente, queridas almas y pequeños hijos, cuando el pan es roto y el vino repartido. Es una visión que constriñe el corazón. Que el Espíritu Santo la bendiga.
Amados creyentes, mirad atentamente para obtener una más profunda y plena visión del camino del perdón y de la santidad. Una mirada del ojo de Cristo a Pedro quebrantó y conmovió su corazón orgulloso y salió y lloró amargamente. ¡Oh, que una simple mirada de aquel pan roto pueda hacer lo mismo en vosotros! Cuando el centurión romano, que vigilaba bajo la cruz de Jesús le vio morir y vio cómo se hendían las rocas, clamó: "Verdaderamente, Hijo de Dios era éste". Contempla aquel pan roto y verás la misma cosa, Y ojalá que tu corazón quebrantado sea guiado a invocar el nombre del Señor. Cuando el ladrón de la cruz -vio la pálida cara del Emmanuel y contempló su majestad santa, clamó: «¡Señor, acuérdate de mí cuando vinieres a tu reino!" El pan roto revela la misma verdad. La misma gracia puede concedérsete e impulsarte a clamar: "Señor, acuérdate de mi".
¡Oh, queridos creyentes, obtened nuevas visiones de Cristo! Hay ocasiones en que el grano de trigo, ya cercana la hora de la siega, adelanta más en un día que en varias semanas anteriores. Del mismo modo también hay creyentes que ganan más gracia en un día que antes en muchos meses. Pedid a Dios que hoy pueda ser un día de buena cosecha en vuestras almas.
II. LOS SENTIMIENTOS DE PABLO EN RELACIÓN CON LA CRUZ DE CRISTO. "LEJOS ESTÉ DE MI GLORIARME..."
1. Esto quiere decir que Pablo hacía ya mucho tiempo que había dejado el camino de la justicia por las obras de la ley. El hombre natural busca la salvación haciéndose a al mismo mejor ante los ojos de Dios. Intenta enmendar su vida, pone freno a su boca, procura dominar sus sentimientos y pensamientos, todo para hacerse mejor a los ojos de Dios. Incluso va más adelante: quiere cubrir. sus pecados pasados mediante la observancia de preceptos religiosos; se hace un buen religioso, ora, llora, lee, participa de los sacramentos u ordenanzas religiosas, se ocupa e interesa profundamente por la religión, e intenta que ella entre en su corazón todo ello para poder aparecer a al mismo bueno en ojos ¡de Dios, para que pueda poner a Dios en la obligación de perdonarle.
Durante mucho tiempo Pablo gastó este camino. Fue un fariseo guardando irreprensiblemente las justicias de la ley; exteriormente vivió sin reprensión, y se le tuvo por un hombre religiosísimo. "Pero las coma que me eran ganancia helas reputado pérdida para ganar a Cristo". Cuando plugo a Dios abrir sus ojos, apartó de sí de una vez para siempre este camino de la propia justificación; nunca alcanzó la paz observándolo -"no teniendo confianza en la carne" diría más adelante Pablo-, y por esto al conocer a Cristo se despidió para siempre de aquella forma de buscar la paz. No sólo eso, además la holló con sus pies. "Lo reputó pérdida (todo lo que antes consideraba ganancia) para ganar a Cristo". ¡Oh qué glorioso es que el hombre sea nevado a hollar su propia justicia! Es la cosa más difícil del mundo.
2. Recurría a Jesús, se escondía en el Señor Jesucristo. - Pablo obtuvo tal visión de la gloria, perfección y excelencia del camino de la salvación por Cristo Jesús, que llenaba por completo su corazón. Todas las demás cosas quedaban empequeñecidas. Todo collado y monte había sido &bajado, todo lo encorvado había sido enderezado, los lugares escabrosos suavizados y la gloria del Señor manifestada. Del mismo modo que con la aparición del sol todas las estrellas desaparecen, así también con la manifestación de Cristo al alma todas las demás cosas desaparecen. Jesús, sufriendo por nosotros, llenaba su visión y colmaba su corazón. Él contemplaba a Cristo, creía en Él y era feliz. Cristo por nosotros cubría toda su necesidad. De la cruz de Cristo un rayo de luz celestial encendió su alma, llenándola con luz y gozo inefables. Sentía que Dios era glorificado y 01 era salvado. Se unía a Cristo con toda la fuerza de su corazón. Como Jonathan Eduards "estaba inexplicablemente gozoso".
3. Se gloriaba en la cruz. Confesaba a Cristo delante del mundo; no se avergonzaba de Cristo en medio de su generación adulterina y pecadora; se gloriaba de aquel camino que le significaba su perdón, paz y santidad. Y ¡qué cambio! Había habido un tiempo en que blasfemó del nombre de Jesús y persiguió hasta la muerte a aquellos que eran llamados de su nombre, a los cristianos; ahora, sin embargo, era toda su gloria. "Y luego en las sinagogas predicaba a Cristo que éste era el Hijo de Dios". Antes de conocerle se jactaba de su vida irreprensible cuando era fariseo; ahora, por el contrario, se gloriaba en esto: él era el primero de los pecadores, pero Cristo murió por él. Antes se gloriaba en su ciencia adquirida a los pies de Gamaliel; ahora se gloriaba de ser tildado de loco por causa de Cristo, y se consideraba como un pequeñuelo que era guiado de la mano por Jesús. En la cena del Señor, entre sus amigos, en las ciudades gentiles, en Atenas, en Roma, entre sabios y no sabios, delante de reyes y príncipes, se gloriaba en ello considerándolo la única cosa digna de ser conocida, el camino de salvación por Jesucristo y éste crucificado.
Queridos amigos, ¿habéis sido llevados en vuestra manera de pensar y sentir, a gloriaros solamente en la Cruz de Cristo?
¿Habéis abandonado vosotros el antiguo camino de la salvación por las obras de la ley? Vuestro corazón natural se apoya firmemente en él. Tú, de natural, estás siempre intentando mejorarte más y más hasta que lleves a Dios a la obligación de perdonarte. Tú andas buscando ¡siempre el justificarte. Siempre estas mirando tus convicciones y contrición por los pecados pasados, tus lágrimas y oraciones intensas; o también te fijas mucho en tus enmiendas y reformas, en tus renuncias de la conducta impía y tu batalla para lograr una nueva vida; estás dando mucho valor a tus propios ejercicios religiosos, a tu fervorosa o continuada vida de oración, o de relación con la iglesia, o estás incluso mirando a la obra que el Espíritu realiza en ti, a las gracias que en ti hay por el Espíritu Santo. ¡Ay, ay! que la cama es más corta que tú y te es imposible descansar en ella; ¡ay! que la cubierta es demasiado estrecha y con ella te es imposible quedar cubierto. Desespera de alcanzar el perdón en ese camino. Deséchalo para siempre. Tu corazón es desesperadamente perverso. Toda justicia que tu corazón pueda cumplir es mala y corrompida y no puede aparecer ante los ojos de Dios. Considéralo todo pérdida, trapos de inmundicia, estiércol, para alcanzar a Cristo.
Refúgiate, por tanto, en el Señor Jesucristo. Cree en el amor del Señor Jesucristo. Él se complace en la misericordia, está presto para perdonar; en Él la compasión sobreabunda, Él justifica al impío, ¿Has visto la gloria de la Cruz de Cristo? ¿Ha ejercido su atractivo sobre tu corazón? ¿Sientes un gozo inefable con. ese ~o de salvación? ¿Sabes ver que Dios es glorificado cuando el hombre es salvado? ¿Comprendes y ves perfectamente que Dios es un Dios de majestad, de verdad, de santidad -inmarcesible y Justicia inflexible, y ello, aún cuando tú seas salvado? ¿Llena tu corazón la cruz de Cristo? ¿Te inunda la cruz de preciosa paz y de descanso celestial? ¿Amas esa frase "la justicia de Dios" la justicia que es por la fe, la justicia sin obras? .¿Te sientes complacido y absorto ante la visión de la cruz? ¿Descansa tu alma en la cruz?
Gloria sea solamente a la cruz de Cristo. Nota que no puede existir un cristiano verdaderamente vivificado que no lo manifieste. La gracia es como un perfume escondido en el puño; se delata a el misma. Un cristiano vivificado no puede guardar silencio delante de los hombres, si verdaderamente siente la dulzura. "Es como el buen vino que se introduce dulcemente, pero luego desata la lengua y se vuelve hablador". ¿Confiesas a Cristo en tu familia? ¿Le has hecho conocer que eres de Cristo? No olvides que debes ser decidido en tu mismo hogar. Es señal de hipocresía ser un cristiano en todas partes menos en casa. Entre tus compañeros, ¿publicas que has hallado en Él un gran amigo? En la tienda y en el mercado, ¿deseas que te conozcan como una persona que has sido lavada en la sangre del Cordero? ¿Deseas intensamente que todos tus negocios, asuntos y conducta sean regidos por los dulces preceptos del Evangelio? Ven, pues, a la mesa del Señor y confiésale, que ha salvado tu alma ¡Oh 1 haz que tu confesión sea verdadera, sincera, de buena voluntad, plena. Esto es mi dulce alimento, mi Cordero, mi justicia, mi Señor y mi Dios, mi todo en todo. "Lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de Cristo". Antes te gloriabas en las riquezas, en los amigos, en la fama, en tus pecados incluso; ahora gloríate en Jesús crucificado.
III. LOS EFECTOS 0 RESULTADOS.
"El mundo me es crucificado a mí y yo al mundo". "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es". Cuando el ciego que mendigaba en el camino de Jericó se vio curado de su ceguera por el Señor, este mundo experimentó un gran cambio para él y él para el mundo. Esto le sucedió también a Pablo. Apenas se levantó de sus rodillas en el camino de Damasco, con la paz de Cristo en su corazón el mundo quedó encubierto a sus ojos, murió para él. Mientras se apresuraba a través de las pulidas piedras de las calles de Damasco, o miraba desde el terrado de -su casa los hermosos jardines de los márgenes del Abana, el mundo y todo su esplendor se le aparecía como pobre, debilitado, como algo ya crucificado. Hubo un tiempo en que le era el todo. Hubo un tiempo en que su dulce y superficial adulación le agradaban como la música agrada al oído. La riqueza, la belleza. el placer, todo lo que el ojo natural admira; hubo un tiempo en que su corazón se deleitaba en todo ello; pero desde el momento en que creyó en Jesús, todo ello empezó a morir. Ciertamente, no estaba muerto, pero sí que quedó clavado a la cruz. Nunca más ejercieron aquella viva atracción que antes tenían, y ahora cada día más iban perdiendo su poder. Del mismo modo canso un moribundo crucificado se va debilitan do por momentos, mientras la sangre: de su corazón se va perdiendo por las profundas heridas de sus manos y pies, así el mundo, que durante un tiempo fue su todo, iba perdiendo progresiva e incesantemente ¡su atractivo y poder. Gustó tanto de la dulzura que hay en Cristo, en su perdón, en su Ubre acceso a Dios, en la sonrisa, complacencia y favor de Dios, en la manifestación íntima y vital del Espíritu en su corazón, que el mundo le resultaba cada día más un mundo soso e insípido.
Otro efecto era "Y yo al mundo" Cuando Pablo se examinó a al mismo, puso su mano sobre su corazón, notó que también él había cambiado. Hubo un tiempo en que había sido como un fogoso caballo que andaba por los prados y que no podía ser dominado; que había sido como los perros cazadores de zorras, impacientes por seguir el rastro, a los cuales estorba el estar sujetos. Su corazón así buscaba la fama, el honor, la alabanza del mundo; pero ahora su corazón estaba clavado en la cruz y era un corazón quebrantado y contrito. Ciertamente no estaba muerto. Muchos sustos le daba su caprichosa y mala vieja naturaleza, que le llevaba a caer de hinojos y le impulsaba a clamar pidiendo gracia y ayuda; y tan pronto como miraba a la cruz de Cristo, al instante su corazón malo se debilitaba. Cada día sentía ser menos el deseo de pecar y mayor el deseo de acercarse a Cristo y a Dios y a la santidad perfecta.
Algunos pueden descubrir por esta predicación que ellos nunca han acudido a Cristo. ¿Ha sido crucificado el mundo a ti? También para vosotros ha sido vuestro todo, su alabanza, su riqueza, sus canciones y sus diversiones ¿Os parece todo ello como -crucificado en la cruz de Cristo? ¡Oh, poned la mano en vuestro corazón. ¿Ha perdido vuestro corazón su ardiente deseo de las cosas terrenales? Los que están en Cristo Jesús han crucificado la carne con sus afectos Y concupiscencias. ¿Sentía que Cristo ha crucificado vuestras concupiscencias? ¿Deseáis que estuviesen muertas? ¿Qué respuesta dais, hijos e hijas de los placeres a quienes el baile, y las canciones del mundo, y la bebida y los chistes inmorales, constituyen para vosotros la suma de la felicidad? Vosotros no sois de Cristo.
¿Qué podéis replicar vosotros, avaros, sórdidos negociantes que os preocupáis sólo de llenar vuestra caja de tesoros materiales más bien que de obtener la gracia de Dios en vuestro corazón? ¿Qué contestáis vosotros, los lujuriosos, amigos dé los club nocturnos y de los cabaret, amigos de las tinieblas? No sois de Cristo, nunca habéis acudido a Cristo. El mundo está bien vivo para vosotros y vosotros para el mundo.

ROBERT MURRAY MACCHEYNE


Biografia



Fechas: (1813-1843) Datos Biográphicos: N. el 21 de mayo de 1813 en Edimburgo (Escocia), Desde muy joven demostró una inteligencia extraordinaria. Con sólo cuatro años aprendió por sí solo el alfabeto griego. En noviembre de 1827 entró en la Universidad y en el Divinity Hall de Edimburgo, donde tuvo por profesores a David Welsh y el célebre Dr. Thomas Chalmers (1780-1847). La muerte de su hermano mayor David, en julio de 1831, le hizo pensar seriamente sobre la eternidad. Intranquilo por su condición pecadora llegó a la conversión en 1832. “Buscaré un hermano que no muera jamás”, se dijo a sí mismo. Brillante en sus estudios, destacó, sin embargo, por una verdadera pasión por salvar almas. Varias horas a la semana el joven estudiante se dedicaba a predicar el Evangelio en los barrios más bajos y pobres de Edimburgo. Ordenado al ministerio de la Iglesia de Escocia el 24 de noviembre de 1836, sirvió en la Iglesia de St. Peter en Dundee, ciudad industrial, mayormente compuesta por obreros y con muy poco interés religioso. Aún así llegó a ser tan amado de todos que el día de su entierro miles de personas abarrotaron las calles por donde pasaba el cortejo fúnebre, hasta el punto que su padre llegó a decir que “Dios ha cortado la vida de mi hijo tan tempranamente para evitar que su pueblo amado hiciera de él un ídolo”. Metódico y ferviente en la lectura de la Biblia, la oración, las visitas pastores y el evangelismo por las casas, era considerado como uno de los pastores más piadosos y concienzudos de la época. Elegido en 1839 para viajar a Palestina, con el objeto de estudiar la posibilidad de iniciar obra misionera entre los judíos del lugar, así como para recuperar su salud, por entonces muy quebrantada, motivado en parte por sus expectativas escatológicas (creía en el premilenarismo histórico), y sobre todo por su manera de entender Romanos 9-11. Mientras estaba en Palestina un avivamiento espiritual recorría Dundee y sus alrededores, en el cual Dios estaba usando poderosamente a William C. Burns (1815-69), quien había ido a la Iglesia de M'Cheyne para sustituirle, en principio por causa de su enfermedad, y después, por su ausencia del país en el mencionado viaje de exploración misionera. De regreso a Dundee tuvo el privilegio de ver numerosas conversiones y de ser ayudado en su labor espiritual por Burns, quien después marcharía como misionero a China. El tifus, prevaleciente entre los miembros de su iglesia, a quienes visitaba con regularidad, le atacó y minó su constitución física débil y enfermiza. Murió antes de cumplir los 30 años. Pese a su breve ministerio ejerció una influencia notable tanto en su época como en generaciones futuras. Sus escritos llegaron a ser, después de la Biblia, los más leídos de la segunda mitad del siglo XIX en Escocia. En su vida se cumplió su propia profecía de que un ministerio santo es un arma terrible en las manos de Dios. Alguien describió su vida como “una de las obras más bellas del Espíritu Santo”. Obras Disponibles: Mensajes bíblicos (EV); Las siete iglesias de Asia (CLIE). Biog.: The Life of Robert Murray M'Cheyne, A.A. Bonar, BT, Edimburgo 1960. McCheyne & Burns, J.A. Stewart, Revival Literature, EE.UU., 1963.

LLAMADOS A LA OBEDIENCIA


Por Martin Lloyd-Jones.


Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los saderdotes obedecían a la fe. (Hechos 6:7)


Hemos estado considerando juntos la decisión crucial que tomaron los Apóstoles en esta coyuntura inicial en la vida de la Iglesia, la de hacer de su tarea principal el dedicarse a la predicación de la Palabra y también el persistir en la oración, porque sabían que a través de la oración recibirían el poder de Dios. Los oradores inteligentes pueden convencer a las personas de que hagan muchas cosas, pero ningún ser humano puede cambiar un alma ni cambiar la naturaleza humana y eso es lo que se necesita. La Humanidad está muerta en delitos y pecados (cf. Efesios 2:1). Y este Evangelio ofrece regeneración.
Ese es el punto al que hemos llegado, pero Hechos capítulo 6 también nos muestra la manera como convertirnos en cristianos y lo que eso significa. Ahora bien, esto sigue directamente de nuestro último estudio y, por tanto, la primera proposición que desea­ría exponer es que los cristianos son personas que han experimen­tado un cambio profundo. Esta única afirmación, aquí en el versí­culo 7, es suficiente para demostrar eso y por eso la he escogido. Fíjate en especial en las palabras: “también muchos de los sacer­dotes obedecían a la fe”. Esa es una afirmación impactante.
Leemos mucho acerca de los sacerdotes en la Biblia, en el Antiguo Testamento y también en los Evangelios. Eran los hombres cuya función era la de mantener los servicios en el Templo, recibir las ofrendas del pueblo y dirigir los sacrificios. Ese sistema de adoración lo había ordenado Dios mismo. Se lo había enseña­do a Moisés, el gran líder de los hijos de Israel. No había sido idea de Moisés, y él jamás afirmó que lo hubiese sido. Dios se lo había revelado y le había hecho descender del monte, diciéndole: “Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte” (Hebreos 8:5). Y Moisés lo había hecho. Los israelitas habían construido un Tabernáculo primero y después un gran Templo.
Pero en el tiempo de nuestro Señor, los sacerdotes se habían apartado mucho del modelo original. Puedes leer en el Antiguo Testamento cómo habían tenido siempre una tendencia rebelde. La Humanidad siempre ha tenido esta tendencia: lo vemos en la Iglesia cristiana, que siempre está intentando convertirse en algo de carácter diferente a la Iglesia que era al principio. Es casi impo­sible reconciliar ciertos aspectos de lo que en nuestros días se denomina la Iglesia cristiana con los relatos de la Iglesia en los pri­meros capítulos de Hechos. No estoy aquí para defender ninguna institución y digo que el cristianismo organizado es, a menudo, una negación de la Iglesia del Nuevo Testamento.
Ahora bien, en los tiempos del Nuevo Testamento, los sacerdo­tes judíos a menudo eran muy mundanos, hombres mercenarios y que desacreditaban el sacerdocio original. Eran algunos de los oponentes más encarnizados y astutos de nuestro Señor. Se opo­nían a este hombre que de repente había salido de ninguna parte. Estaban perplejos ante este tipo. No había tenido preparación, sin embargo, enseñaba con autoridad. Le odiaban y conspiraban con los otros dirigentes religiosos, incluyendo los fariseos, para oca­sionar su muerte. Pero aquí se nos cuenta este hecho asombroso: “Muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”. No podemos ima­ginar un cambio más grande que ese. Fue una revolución.
En otras palabras, estoy afirmando el principio de que con­vertirse en cristiano no es superficial, es el cambio más profundo y radical que jamás pueda tener lugar en el universo. Permíteme recordarte de nuevo la terminología que se utiliza en el Nuevo Testamento. Convertirse en cristiano se denomina “nacer de nuevo”, “nacer de lo alto”, “nacer del Espíritu”. “De modo —dice Pablo— que si alguno está en Cristo —¿cuál es la verdad acerca de él?—, nueva criatura es —una nueva creación—; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (1 Corintios 5:17). Quiero recalcar esto y lo podría ejemplificar infinitamente haciendo comparaciones.
Puedes cambiar de opinión acerca de muchas cosas en este mundo. Habiendo sido educado en una familia que pertenece al partido liberal, puedes convertirte en conservador, o quizá haya empezado como socialista y te conviertas en liberal. Es un cambio de partido político, un cambio de opinión. De la misma manera, puedes cambiar de una clase social a otra y puedes cambiar de trabajo o de casa. Todos estos cambios tienen su significado o importancia, sin embargo, cuando los comparas con convertirse en cristiano, no son nada. Son como cambiarte de ropa, pero con­vertirse en cristiano afecta a todo el ser, afecta a tu mente y a tu pensamiento. Considera lo que significaba para estos sacerdotes. Puesto que habían llegado a darse cuenta de que “el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Romanos 10:4), tenían que abandonar todo el ceremonial y el ritual del Templo. Aquello se había terminado. Estaba completo. El Cordero de Dios había venido, las representaciones, pues, no se necesitaban. ¡Qué revolución de pensamiento! Y sucedía exactamente lo mismo con la adoración, con la conducta y con cualquier otro aspecto. Convertirse en cristiano no es un cambio fácil ni superficial por que es, como hemos visto, el resultado de la operación del Espíritu de Dios.
El apóstol Pablo expresa el cambio que tiene lugar con lo que es, quizá, la afirmación más gloriosa que jamás se haya hecho: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz —esa es una referencia a la creación original cuando el Espíritu se movía de un lado a otro del caos, el abismo, y Dios el Creador dijo: “Sea la luz”—, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6). No hay nada más grande ni más profundo que eso. Algo que no estaba ahí antes ha apare­cido.
Vemos los ejemplos de la nueva creación en muchas partes del Nuevo Testamento. Piensa en Saulo de Tarso. ¡Qué cambio! Un giro radical: nueva dirección, nueva forma de pensar, nueva ense­ñanza, nuevo servicio. No es sorprendente que Pablo diga que cuando un hombre está en Cristo es verdaderamente una nueva criatura, una nueva creación. Es así de diferente.
Pero, en segundo lugar, ¿cómo se manifiesta esta novedad del ser? Ese es el punto importante que tenemos que comprender y entender. La respuesta se da en este versículo: “Muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” y la palabra clave es “obedecían”. Esto es importante porque, si fuéramos a dejarlo en lo que acabo de decir, habría una confusión considerable. Sabemos que hay muchos medios y enseñanzas en este mundo que pueden tener un efecto sobre las personas, que pueden darles experiencias y cambiarlas. Las sectas jamás tendrían éxito de no ser porque pue­den hacer algo.
Numerosas personas atestiguan que la Ciencia Cristiana ha supuesto una total diferencia para ellos. Mientras que solían sen­tirse desgraciados y estar preocupados, siempre vencidos y sufriendo de insomnio, ahora, como resultado de esta enseñanza, todo eso se ha desvanecido. Dicen que aun sus enfermedades físi­cas han desaparecido y que ahora están bien y sanos. Y otras sec­tas y enseñanzas diversas pueden lograr los mismos resultados. Lo que es más, los psicoterapeutas están haciendo un negocio sumamente rentable y, especialmente en un siglo de guerras como el actual, pueden ayudar a las personas con su enseñanza, escu­chándolas y con medicamentos. La gente dice: “Bueno, soy com­pletamente diferente desde que llevé aquél tratamiento. Estoy bien otra vez y toda mi perspectiva ha cambiado”.
Si simplemente te hubiera predicado, pues, acerca de un gran cambio, de una magnífica experiencia, no te estaría dando una definición exacta de lo que significa ser cristiano. Recuerdo haber leído un libro hace años, un simposio, escrito por numerosas per­sonas que relataban, todas ellas, un punto de inflexión en sus vidas. Era sumamente revelador. Creo que solo uno de los colabo­radores afirmaba ser cristiano. Los otros eran capaces, cada uno de ellos, de aportar la historia más asombrosa de un cambio dramático que habían experimentado. Un hombre describía cómo iba caminando por Villiers Street off the Strand cuando, de repente, algo se encendió en su mente y nunca volvió a ser el mismo.
Yo mismo recuerdo haber conocido a un hombre que había sido un borracho sin esperanza y me contó, de la manera más dra­mática, cómo una mañana, habiéndose emborrachado la noche anterior, se había levantado, se había lavado y estaba intentando cepillarse el pelo cuando, de repente, vio su propia cara en el espejo y le impactó tanto que jamás volvió a beber. No se había convertido en cristiano, de hecho, era un enemigo del cristianis­mo y estaba discutiendo conmigo en contra de la regeneración y el nuevo nacimiento, y la base de su argumento era que él había experimentado un cambio profundo parecido al cambio del que yo estaba hablando, pero sin creer mi mensaje.
Es importante, pues, entender que el mero hecho de que nues­tras vidas hayan cambiado no demuestra que seamos cristianos. ¿Cuál es, pues, la prueba? Es que nuestra experiencia es el resul­tado de la obediencia a la fe y conduce a más obediencia. Esta es la prueba definitiva. La Escritura tiene cuidado al decir que los sacerdotes obedecieron a la fe, al mensaje que se predicaba. No debe haber confusión acerca de esto. El diablo, según el apóstol Pablo, puede volverse ángel de luz. Puede citar la Escritura. Puede enga­ñarnos. El diablo hará todo lo que pueda para darnos una paz falsa y un consuelo falso. Hará cualquier cosa para que pensemos que todo está bien en nosotros y que no necesitamos preocupar­nos más: eso es lo que hace como ángel de luz. Lo ha hecho con frecuencia y aún lo sigue haciendo. Debemos tener claras estas cosas. No, lo que identifica al cristiano de todos los demás es que ha rendido obediencia a la fe.
¿Qué significa, pues, “obediencia a la fe”? En primer lugar, permíteme considerar por un momento la palabra “obediencia”. Esta es una palabra que se utiliza a lo largo de las Escrituras. La Biblia no se conforma, como mostraré, con la mera utilización de la palabra “creer”, sino que también utiliza esta palabra “obede­cer”. El apóstol Pablo, al escribir a los romanos, dice: “Por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre” (Romanos 1:5). En la misma Epístola, dice: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados” (Romanos 6:17). Eso es lo que hace cristianos a los hombres y las mujeres.
Tomemos las palabras de Pablo al comienzo del capítulo 10 de Romanos: “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Romanos 10:4). Más tarde, en ese mismo capítu­lo, al describir la predicación del Evangelio, Pablo dice: “Mas no todos obedecieron al evangelio” (versículo 16). Encontramos la misma insistencia en el último capítulo de Romanos: “Pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe” (Romanos 16:26). Por eso se ha dado a conocer: para que pudiéramos ser llamados a obediencia.Ahora bien, en caso de que alguien pensara que esto es un dis­tintivo especial en la predicación del apóstol Pablo, escucha a Pedro. Al escribir a los cristianos, dice: “Elegidos según la pres­ciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 Pedro 1:2). Esto nos dice que solo escuchar el Evangelio no es lo suficientemente bueno. Hay personas que se han pasado toda una vida escuchan­do el Evangelio domingo tras domingo, por tradición, hábito y costumbre, pero eso no las hace cristianas, no las pone a bien, no las salva.
Dices: “¡Oh, pero a mí me gusta escuchar el Evangelio!”.
Sé que te gusta, ¿pero qué ha ocasionado en ti? ¿Adonde te ha conducido? El Evangelio no es solo para escucharlo. Tampoco es el Evangelio una mera cuestión de opinión. No es un problema que haya que discutir, ni sobre lo que haya que cambiar opinio­nes, ni escribir ni pensar. Hay numerosas personas que están haciendo eso en la actualidad y estoy de acuerdo en que es muy interesante escuchar sus ideas. Algunos nos dirán con toda fran­queza que no son cristianos. Sin embargo, expresan sus opiniones acerca del cristianismo actual y de la Iglesia de nuestros días y, en ocasiones, son muy reveladoras y merece la pena leerlas. A veces, uno casi piensa que estas personas tienen una percepción más nítida que muchos que forman parte de la Iglesia. Pero su problema es que tienden a detenerse al dar sus opiniones. Tienen sus discusiones, escriben sus artículos y aportan sus entrevistas. ¿Pero ­qué produce en ellos? Más tarde, los ves en un programa de televisión completamente diferente y los escuchas utilizando un lenguaje que no siempre está bien, y mostrando un interés similan por problemas que tienen que ver con el sexo o con otras cuestíones. El Evangelio no es, pues, un mero tema de debate.
Tampoco se debe aceptar el Evangelio en un mero sentido inte­lectual. Permíteme ser claro acerca de esto. La mente debe aceptarlo. De hecho, el intelecto viene en primer lugar: lo primero que les ocurre a las personas, como te mostraré, es que sus mentes se iluminan. Las personas que no saben lo que creen no son, sin duda, cristianas. Pero hay muchas personas que han caído en el error de pensar que el Evangelio es solo una cuestión de aproba­ción intelectual: Dios lo sabe, yo mismo estuve una vez en esa situación, interesado en la teología, interesado en los argumentos y debates religiosos. Pero estas discusiones no tuvieron influencia alguna en mi vida. Por eso es importante la palabra “obediencia”. Permíteme citar Romanos 6:17 de nuevo: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido —está la voluntad— de corazón —¿qué habéis obedecido?— a aquella forma de doctrina —enseñanza— a la cual fuisteis entregados”. Así es como funciona. Empiezas con la mente, y la mente influye en el corazón y el corazón mueve la voluntad. Los cristianos, pues, son hombres y mujeres que han respondido de manera completa al mensaje.
Los cristianos no solo responden con el corazón. Hay muchos cuyos corazones han sido conmovidos. Como consecuencia, pien­san que son cristianos, pero no lo son. Son solo sentimentales. Quizá se haya apelado directamente a sus sentimientos. Les ha conmovido cierto himno o coro, o una historia conmovedora que un evangelista ha contado. Y puesto que sollozan, creen que han experimentado un cambio profundo. Pero no pueden darle una explicación a este cambio. Se encuentra solo en el corazón.
Y, de la misma manera, hay quienes solo se conmueven en sus voluntades. Estaban dispuestos a hacer algo y lo han hecho, pero no saben por qué actuaron como lo hicieron y no hubo una res­puesta emocional. La fe cristiana siempre produce emoción. Es la Palabra de Dios; es la verdad de Dios; es la acción de Dios creán­donos de nuevo. Implica a la persona al completo. La mente se compromete, el corazón se compromete y la voluntad se compro­mete. A menos que toda tu personalidad haya sido capturada y comprometida, entonces no eres cristiano. Debes obedecer “de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados”, y cualquier cosa que no alcance esto no es consecuente con la enseñanza del Nuevo Testamento en relación con la esencia de la fe cristiana.
Ahora bien, ¿por qué es esta cuestión de la obediencia tan importante? ¿Por qué utiliza la Escritura este término de manera tan reiterada? ¿Y por qué lo abarca todo, como te he venido mos­trando? Aquí tenemos, de nuevo, algo que es de vital importancia que entendamos. Debemos ser totalmente claros aquí, de otro modo jamás veremos por qué se utiliza la palabra “obediencia”. La esencia del pecado es la desobediencia a Dios. Muchas perso­nas parecen pensar que el pecado es lo que me hace desgraciado, lo que me abate, lo que me hace sentir la noche anterior lo que sentiré la mañana siguiente, lo que me hace patearme a mí mismo, metafóricamente, por ser tan necio. Creen que el pecado es un hábito, algo que me hace sentir molesto. Ahora bien, admi­to que el pecado tiene todas esas consecuencias, pero esa no es la esencia del pecado.
La esencia del pecado —repito— es la rebelión contra Dios. Es la trasgresión de la Ley de Dios. Eso es lo que hace que el pecado sea pecado. Y esto es vital, por esta razón: a los fariseos, los escri­bas y los sacerdotes les ofendía la enseñanza de nuestro Señor y, finalmente, ocasionaron su muerte en la Cruz porque su predica­ción les hizo darse cuenta de que eran pecadores: y no les gusta­ba. El fariseo era una persona muy santurrona. Sentía que todo en él era correcto. No había nada malo en él. ¿Por qué? Porque nunca se había emborrachado. Nunca había cometido adulterio. Nunca había cometido asesinato. No quebrantaba la Ley, por tanto, no era pecador. Era intolerable que se le considerara pecador como los recaudadores de impuestos y los llamados “pecadores”. Sentía que era insultante, no podía tolerarlo. Los fariseos, pues, conspi­raron para calcificar a nuestro Señor.
Pero el pecado no es una mera enfermedad ni un fracaso, no es una mera mancha ni un defecto, es una actitud del corazón hacia Dios. Y por eso se hace hincapié en la obediencia. “Los designios de la carne —de la mente natural— son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7). El “hombre natural” odia a Dios y hará todo lo que pueda por intentar arrastrar a Dios hacia abajo. Y, por tanto, la esencia misma de convertirse en cristiano es el prestar obediencia.
Dios es nuestro Hacedor. Él es quien imparte la Ley y es el Juez eterno. Tiene derecho sobre nosotros. Esta no es una acción arbi­traria de parte de Dios. Él es justo, recto y santo y su propósito para los hombres y las mujeres es que también ellos sean santos. Les dio la gran dignidad de tener algo de su propia imagen en ellos. Dios, por así decirlo, estaba tratando de mostrar la dignidad de los seres humanos: estaban creados para tener comunión con Él. Los hombres y las mujeres, pues, al rebelarse contra Dios, no solo le desobedecieron, sino que se arrastraron a sí mismos hacia abajo. Pero el propósito de Dios para ellos no ha cambiado, y Él demanda obediencia de ellos para que vivan y funcionen como seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios y sean dig­nos de Él.
La esencia, pues, de convertirse en cristiano es obedecer a Dios y eso incluye creer el Evangelio. Nuestro Señor mismo lo expresa así a las personas que le seguían:Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste seña­ló Dios el Padre. Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado. (Juan 6:27-29).
Ese es el mandato de Dios. La obra que Dios quiere que haga­mos es que creamos en su Hijo.
Después, hay otra afirmación al final del capítulo 3 del Evangelio según Juan:El que recibe su testimonio [el testimonio de Jesucristo], éste atestigua que Dios es veraz /…/. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehusa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. (Juan 3:33, 35-36).
Dios ha enviado a su único Hijo a este mundo y ha dicho de Él: “Este es mi Hijo amado; a él oíd” (Marcos 9:7). Escuchadle. Obedecedle. Aquí lo tenéis, mi representante.
Dios nos manda creer el Evangelio y nos llama a todos al arre­pentimiento. Pablo les dijo a los atenienses: “[Dios] manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30). Y Él es el Dador eterno de la Ley, por tanto, somos llama­dos a esta obediencia. Por eso debemos hacer hincapié en la nece­sidad de obedecer. “Muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”: a la enseñanza, a la Palabra.
Ahora bien, estoy tratando de ser práctico. Quiero que sepas con toda garantía que eres un verdadero cristiano. No descanses en una experiencia que hayas tenido. No descanses en tus buenas obras. No descanses en tu educación. No descanses en que eres un miembro de la iglesia. Esta es la prueba: la obediencia.
¿Pero qué es esta obediencia? El primer paso de la obediencia es dejar de resistir el mensaje. En el siguiente capítulo de Hechos, tenemos un sermón magnífico que Esteban, uno de los siete hom­bres elegidos para “servir a las mesas”, predicó al Sanedrín. Mientras Esteban estaba predicando, dijo: “¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros” (Hechos 7:51). Esto no tiene dificultad alguna. Como hemos visto, la Biblia nos dice que cada uno de nosotros, por naturaleza, resis­timos este mensaje. Como Pablo escribe: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).
A los hombres y las mujeres, tal y como son por naturaleza, no les gusta esta enseñanza acerca de Dios y su santidad ni acerca de su necesidad de justicia. ¡No, no! Aman el pecado y por eso lo cometen. Las personas hacen lo que les gusta. Les guían sus deseos, sus instintos y sus impulsos. Por eso, en medio de este siglo XX, con toda nuestra educación, hombres y mujeres capaci­tados, hombres y mujeres buenos y cultos, desde un punto de vista humano, aún están engulléndose a sí mismos hacia la muerte. Piensa en la manera como viven las personas. ¿Es esto inteligente? ¿Por qué lo hacen? Bueno, es lo que les gusta.
Aún más, cada uno de nosotros, por naturaleza, odia el pensa­miento de Dios. Dios es una especie de pesadilla, una especie de enemigo. Dios es alguien que se interpone entre nosotros y lo que en realidad queremos hacer. Dios está contra nosotros. Nos estorba, nos oprime. Es un tirano. Así es como piensa la gente y, por tanto, siempre le están resistiendo. Luego, sucede algo y se con­mueven. Quizá caen muy enfermos y su conciencia empieza a molestarles. Por un momento, pues, dicen: “Está bien, si me pongo bien, voy a vivir una vida mejor”. Pero mejoran y se olvidan de su resolución.
O quizá la muerte se ha llevado a alguien que es muy querido y, de nuevo, algo retiene a las personas. La Palabra de Dios les habla, sus conciencias hablan, todo lo que es bueno y honrado en ellos habla. Pero no les gusta lo que implica esta voluntad, por tanto, se resisten al Espíritu que ha hablado a través de sus con­ciencias.
Puede ser que algo preocupe a las personas y las atraiga a un culto de iglesia. Reciben un destello de una vida mejor y más ele­vada y en su interior saben que deberían ser así, pero entonces resisten ese impulso. Dicen: “Oh, solo fue algo pasajero, algo que me estaba llevando en la dirección equivocada”. De nuevo, pues, resisten el Espíritu Santo. Las personas se someten bajo el poder de este Evangelio en un culto y, al ver parte de las consecuencias inmediatas, deliberadamente toman un himnario y empiezan a pasar las páginas, o miran a alguien, le guiñan el ojo, esbozan una sonrisa y se ríen. Se conmueven y harán todo lo que puedan para poner freno a este movimiento del Espíritu. Conoces eso, ¿no es cierto? El primer paso de la obediencia es, pues, no resistirse a Dios.
Pero eso no es suficiente. Eso es negativo. El siguiente paso es el arrepentimiento. La palabra latina de la que proviene nuestra palabra “arrepentimiento” significa “pensar de nuevo”: y este es un paso a dar muy sencillo pero profundo. Tienes tu plan de las cosas, tienes tu filosofía de la vida, dices que la has elaborado tú. Eres una persona inteligente, estás al día en tu lectura y eres muy consciente de las teorías actuales. Lo sabes todo acerca del hinduismo, el confucianismo y de otras religiones, y conoces todos los argumentos que se pueden exponer en contra del cristianismo. Has decidido que no hay Dios, que no hay salvación. Y ahí queda todo.
Y el primer paso positivo de la obediencia es estar preparado para pensar de nuevo. ¿Aún tienes una mente abierta? Se dice normalmente que las personas que son cristianas tienen mentes cerradas, mientras que quienes no son cristianos son imparcia­les. ¿Imparciales? Vamos, solo sé sincero. ¿Eres imparcial o has cerrado tu mente contra Dios, contra toda la idea del alma y contra la gloriosa doctrina de la salvación por medio de la muerte del Hijo de Dios? Eso no es otra cosa que prejuicio. No es capacidad, no es entendimiento, no es conocimiento, pues hay hombres capaces y con conocimiento y entendimiento que creen el Evangelio. No, es un prejuicio que ciega los ojos y cie­rra la mente.
El arrepentimiento empieza cuando te dices a ti mismo: “Debo ser sincero. Verdaderamente, debo escuchar este mensaje y exami­narlo”. Muchas personas, pues, desprecian toda la Biblia sin haberla leído siquiera. Ni siquiera conocen el Nuevo Testamento. La han desechado en términos generales, por principio, llevados por el prejuicio: y el primer paso es, pues, estar dispuesto a pen­sar de nuevo.
El segundo paso es permitir al Espíritu, a este Espíritu que trae convicción y luz, que te convenza para cambiar tu mente: ese es el significado de la palabra griega metanoia, que se tradu­ce por nuestra palabra “arrepentimiento”. No solo debes pensar de nuevo sino que, habiéndolo hecho, debes estar dispuesto a cambiar de opinión. Esto significa estar dispuesto a confesar que estás equivocado. Esa es la cosa más difícil de decir del mundo, ¿verdad? Por naturaleza, a nadie le gusta admitir que está equi­vocado. Pero es fundamental. No puedes rendir obediencia a esta fe, a esta Palabra de Dios, a menos que seas lo suficiente­mente grande y sincero como para confesar que has estado equi­vocado.
A nuestros pequeños sistemas les llega el día;les llega el día y dejan de ser:no son sino tus luces rotas,y Tú, oh Señor, eres más que ellas.Alfred Lord Tennyson
Lee de nuevo la “Bishop Blougram’s Apology” (Apología del obispo Blougram):
Precisamente cuando estamos más seguros,
hay un toque del ocaso,
una fantasía desde una campanilla,
la muerte de alguien,
el final de un coro de Eurípides,
eso es suficiente para que cincuenta esperanzas y temores
tan viejos y nuevos al mismo tiempo como la Naturaleza misma
golpeen y llamen a la puerta y entren en nuestra alma…
¡El gran Quizá!
Robert Browning
Lo único que te estoy preguntando es esto: ¿Estás preparado para admitir este “Quizá”? ¿Estás preparado para atravesar tu rígido y pequeño sistema y admitir su posible fracaso y su estado incompleto? ¿Estás preparado para escuchar esas insinuaciones y sentimientos, esas aspiraciones y anhelos de “un éter más amplio, un aire más divino”?
Bueno, ahí lo tienes. Pensar de nuevo, cambiar tu mente, reco­nocer y confesar que has estado equivocado, pero aún eso no te hace cristiano. No, lo que te hace cristiano es esto: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo —¡invocar el nombre del Señor!—. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?” (Romanos 10:13-14).
Al haber considerado tu vida y tu experiencia, te ves a tí mismo volviéndote viejo, decrépito y muriendo, tu cuerpo ente­rrado en un sepulcro y tu alma continuando adelante: ¿adonde? Bueno, no lo sabes. No puedes estar muy orgulloso de tu pasa­do. En tu fuero interno sabes que no eres lo que se supone que debías ser, que eres un fracaso, que cometiste pecados. No pue­des hacer nada con tu pasado y sabes que no sirve de nada hacer buenos propósitos. Los has hecho a menudo, pero nunca los has mantenido y sabes que será lo mismo en el futuro porque, a medida que te haces viejo, es cada vez más difícil romper hábi­tos profundamente arraigados y la vida se hace cada vez más compleja. Habiendo considerado todo esto, sabes que solo te queda una cosa por hacer y es “invocar el nombre del Señor”, clamar a El.
Has oído acerca del Señor Jesucristo. Dios ha enviado predica­dores para decirte que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). En la famosa pará­bola de nuestro Señor del fariseo y el publicano, quienes subieron al Templo a orar, el fariseo se puso en pie y dijo: “Dios, te doy gra­cias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la sema­na, doy diezmos de todo lo que gano”. En cuanto al otro pobre hombre, el publicano, ahí lo tenemos, al fondo, junto a la puerta. Ni siquiera puede levantar su cabeza porque está muy avergon­zado de su pecado, de su indignidad, de su fracaso. Y esto es lo que dice: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:11-13). Eso es lo que significa invocar el nombre del Señor. Dice: Estoy acaba­do, si no tienes misericordia de mí.
¿Has estado alguna vez en esa situación? Eso es lo que hace de ti un cristiano. Estás convencido de tu pecado, de tu indefensión, de tu fracaso, del hecho de que mereces el Infierno y la condena­ción. Lo admites todo. Clamas a Dios por misericordia. Eso es arrepentimiento. Y la obediencia al Evangelio requiere este arrepentimiento.
Pero el arrepentimiento no se detiene en clamar a Dios. El siguiente paso es creer lo que Dios te dice cuando clamas a Él. Porque si clamas, Él te oirá: tengo el privilegio de asegurarte eso. Nuestro Señor mismo dijo: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Vienes, pues, a El. Invocas el nombre del Señor, sabiendo que te responderá. Te responderá con la Palabra de este Evangelio, de este mensaje, el que estos sacerdotes de Hechos obedecieron. ¿Cuál es este mensaje? Oh, es que aunque todos hemos pecado y hemos sido destituidos de la gloria de Dios (cf. Romanos 3:23) y aunque todos merecemos el castigo del Infierno, Dios nos ha amado de tal manera que envió a su único Hijo a este mundo y depositó en Él la iniquidad de todos nosotros. Ese es el mensaje que tienes que creer.
Tienes que creer que cuando clames al Señor por misericordia y compasión, Él dirá: “Te lo he dado. Ya lo he hecho. He deposi­tado tus pecados en Él”. Él ha llevado tu castigo. Eres libre. Estás perdonado. He puesto sobre ti la justicia de mi Hijo unigénito. Creer esto forma parte del arrepentimiento. Venimos a Él sabien­do que no somos nada. No tenemos disculpa alguna salvo que Cristo murió por nosotros y nos invita a venir.
Pero aun venir a Cristo en fe es solo una parte del arrepenti­miento. Das, entonces, prueba absoluta de que proviene de. tu corazón, no meramente de tu cabeza, y que no es una mera acción mecánica de tu voluntad. Y das prueba de ello de esta manera: abandonas el mundo. Dejas los ídolos del mundo, las falsas reli­giones y las sectas. Abandonas tu pecado, te giras y te vuelves a El, quien es el único Dios vivo y verdadero. Esta es la esencia del arrepentimiento y de la obediencia.
Hay un paso más, y se nos ofrece en ese capítulo 10 de Romanos, donde Pablo dice:
Mas ¿qué dice [este mensaje] ? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos [¿cuál es esta palabra?]: que si confesares con tu boca que jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salva­ción. (Romanos 10:8-10).
Esto significa que no puedes confesar al Señor Jesús con tu boca a menos que entiendas algo de la doctrina y de la verdad en relación con Él. No has tomado una mera decisión por voluntad, ni tampoco has respondido con el corazón. No dices que el cris­tianismo es maravilloso y que quieres mostrarlo. No, debes tener entendimiento y confesar “con tu boca”. Pero esto tampoco signi­fica que te levantas y dices, como un loro: “Creo que Jesús es el Hijo de Dios”. No, no; confesarle con tu boca significa que eres capaz de dar una razón de la esperanza que está en ti, que eres capaz de decir a otras personas por qué eres cristiano. Como hemos visto, la mente, el corazón y la voluntad están todos ellos implicados. Eres un nuevo ser y toda tu personalidad está mani­festando el cambio.
Y, finalmente, obedeces alineándote con todas las demás per­sonas que se encuentren en tu misma situación. En aquel lírico relato de los primeros cristianos al final del capítulo 2 de Hechos, se nos dice: “Perseverando unánimes cada día en el templo, y par­tiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser [estaban siendo] salvos” (Hechos 2:46-47).
Era la característica de estas personas al principio, como lo ha seguido siendo de los cristianos desde entonces, que una vez que han obedecido la fe, saben que ya no pertenecen más al mundo sino a la Iglesia. Se unieron con todos los que habían prestado la misma obediencia, que creían en el mismo Señor, que se gloriaban en Él y que querían vivir para su alabanza. Fueron “[añadidos] a la iglesia” y si no deseas pertenecer a la Iglesia, si no deseas que la Iglesia te enseñe y te prepare, empaparte de su enseñanza y ser edificado y cimentado, anclado y establecido en esta fe, entonces será mejor que lo examines todo de nuevo. Este reunirse es instin­tivo en todos los que han nacido de nuevo. Con todos los santos de todas partes, quieren aprender de Él que pueden magnificar su gracia y vivir para su alabanza durante el resto de sus vidas.
Aquí lo tenemos, pues. Un gran número, muchos de los sacer­dotes obedecían a la fe. ¿Estás dispuesto a obedecerla? ¿Te has arrepentido? ¿Te has humillado? ¿Has admitido tu pecado y lo has confesado? ¿Has ejercitado la fe en el Señor Jesucristo? ¿Estás tú, como una personalidad completa, cautivado por este mensaje, por esta fe, por este Evangelio? ¿Domina esto tu vida? No hay valor alguno en cualquier cosa que sea menos que eso. Ser cristia­no es saber en quién has creído, saber en lo que has creído y con todas tus fuerzas, con la ayuda del santo y bendito Espíritu del Señor, vivir en justicia. Por sus llagas hemos sido nosotros sana­dos para que vivamos en justicia, en obediencia y para la gloria de Dios.

ORIENTACIONES PARA ODIAR EL PECADO


ORIENTACION N° 4.


Por Richard Baxter.


Considere y conozca el maravilloso amor y la misericordia de Dios, y
piense en todo lo que Él ha hecho por usted, y usted odiará el pecado, y se
avergonzará de él. Es un pecado grave, incluso para el sentido común y la
ingenuidad, que debemos ofender a un Dios de bondad infinita que llenó
nuestras vidas de misericordia. Usted será afligido si ha dañado a un amigo
extraordinario; su amor y su bondad vendrán a sus pensamientos y sentirá
rabia de su propia maldad. Por un lado verá la gran lista de las misericordias de
Dios hacia usted, hacia su alma y cuerpo. Por otro lado verá a satanás,
escondiendo de usted el amor de Dios, y tentándole bajo pretensión de
humildad, intentando negar Su gran y especial misericordia; procurando
destruir también su arrepentimiento y humillación escondiendo también la
gravedad de su pecado.

martes, 20 de octubre de 2009

¿POSTMODERNISMO O POSTCRISTIANISMO?

Por Salvador Dellutri.
Los debates que han surgido en relación a la iglesia y el postmodernismo y como esta “nueva era” infiltra las iglesias “evangélicas”, es un fenómeno que no podemos ignorar; ya que de una forma u otra queramos o no, nos movemos adaptándonos a este nuevo estilo de pensamiento o haciéndole frente a sus trampas y engaños. No hay duda que esta era actual ha hecho que la mayoría de los creyentes ni siquiera la reconozcan e incluso muchas iglesias la han adoptado como cristianismo, con movimientos tales como el despertar espiritual, el ecumenismo y lo que es más peligroso con una nueva corriente de lucha y vida espiritual centrada en la prosperidad, en la guerra espiritual y en el famoso surgimiento de apóstoles y profetas, que no es otra cosa que una tergiversación de algunos pasajes de la Biblia, lo que los constituye en apóstatas y herejes.
El “problema” de esta nueva era; no debe ser enfrentado necesariamente tratando de definir que es el postmodernismo (como objetivo principal) sino que necesitamos desenmascararlo fundamentados en las escrituras, para reconocer su accionar y desterrarlo del estilo de vida y forma de pensar de las personas que asisten a la iglesia que diariamente se relacionan con la cultura en que vivimos, muchas de las cuales dicen ser cristianas pero en realidad no se pueden distinguir de los no-creyentes. Una de las razones principales por las cuales este “nuevo movimiento” ha tenido tanto “éxito”, es porque en la actualidad existen muchos pastores y miembros de iglesias sin preparación y sin formación y por eso existen tantos errores doctrinales y tantos herejes.
Un estudio reciente del Grupo Barna revela que el 38% de la población adulta norteamericana, se llama a sí misma evangélica pero en realidad sólo el 19% puede ser considerado cristiano. Esto se debe a que los “estilos de vida” de los “nacidos de nuevo” en realidad no difieren mucho de los otros grupos. En otros estudios también se resaltan los problemas que enfrentan los cristianos, incluyendo a pastores, en relación a la epidemia pornográfica de esta nueva era, la cual esta haciendo estragos en al moralidad de la iglesia. También hay indicadores que señalan que el divorcio es incluso mayor entre los creyentes norteamericanos, que entre los no creyentes alcanzando la cifra escandalosa del 50 por ciento.
Estas estadísticas nos muestran que el problema no está en la cultura postmoderna, ya que los apóstoles y seguidores de Jesús vivieron en medio de una cultura totalmente depravada y rebelde, pero que sin embargo mediante la predicación de la Palabra de Dios y la practica en sus vidas de lo que decían creer; revolucionaron al imperio romano. En ese sentido el problema está, en que lo que actualmente vemos y oímos como cristianismo; en realidad ha pasado a ser una cultura postcristiana. Muchas personas van a la iglesia como parte de una vida de status, sobre todo cuando de mega iglesias se trata, otras van a la iglesia porque éstas se han convertido en centros de motivación y desarrollo personales aun muy bajo costo… tenemos “predicadores y predicadoras” que están aprovechando muy bien este “momento” para enriquecerse a costa de sus seguidores y la Biblia ha dejado de ser la autoridad MAXIMA de la Iglesia porque lo que se “predica” son fabulas y sueños y doctrinas de hombres y de demonios.

ORIENTACIONES PARA ODIAR EL PECADO


ORIENTACION N° 3

Por Richard Baxter.

Piense bien cuan santa es la obra y trabajo del Espíritu Santo, y cuan
grande misericordia es esto para nosotros. ¿Va Dios mismo, la luz celestial,
hacia un corazón pecaminoso para iluminarlo y purificarlo? ¿ Y todavía debo
mantener mi oscuridad y corrupción, en oposición a esa maravillosa
misericordia? Aunque no todo pecado contra el Espíritu Santo es una blasfemia
imperdonable, todo se agrava aún más por medio de eso.

lunes, 19 de octubre de 2009

¿DONDE ESTA DIOS?

Por Martin Lloyd - Jones.

Habacuc 1.12–17 (especialmente versos 12 y 13) En estos versículos el pueblo se preguntaba por qué
Dios permitía que el ejército caldeo actuara a su antojo y con resultados tan devastadores. ¿Era
impotente ante el poder del enemigo? Hoy día, muchos se preguntan por qué Dios ha permitido que
existan la «alta crítica» y otras influencias que debilitan y producen disturbios en la mente de muchos.
¿Por qué tolera estas situaciones? ¿Por qué no interviene? ¿Es porque no puede? ¿Por qué permite
las guerras?

DIOS ES ETERNO
Después de mencionar la dificultad, el profeta dice: «¿No eres tú desde el principio?» (1.12). Él está estableciendo un
principio. Por un momento olvida el problema inmediato, y se pregunta a sí mismo acerca de verdades relacionadas con
Dios y de las cuales él estaba seguro. La primera fue: «¿No eres tú desde el principio?». Anteriormente había dicho que
el ejército caldeo, inflado por su éxito, atribuiría su poder a su dios, y en el momento de expresar esto comenzó a pensar.
Su dios. ¿Quién es su dios? Algo que ellos mismos habían hecho. Este Bel era de su propia manufactura (comp. Isaías
46). Al pensar en esto recordó algo de lo cual estaba seguro. Dios es el Dios eterno, el Dios que vive para siempre,
desde la eternidad y hasta la eternidad. No es como los dioses que los hombres adoran. No es como el dios del
orgulloso ejército caldeo. Él es Dios desde la eternidad, hasta la eternidad; el Dios eterno. A veces nos sentimos
oprimidos por los problemas de la historia y preocupados por lo que va a ocurrir en el mundo. Sin embargo, no hay nada
que traiga más consuelo al alma, o que afirme más nuestros pies que acordarnos que el Dios a quien adoramos está
fuera del flujo de la historia. Él ha precedido a la historia y la ha creado. Su trono está por encima del mundo y fuera del
tiempo. Él reina eternamente; es el Dios eterno.

DIOS EXISTE EN SI MISMO
Luego, agrega algo más. «¿No eres tú desde el principio, oh Jehová?» Utiliza el gran nombre «Jehová». Este nombre
nos dice que Dios es auto-existente, el eterno YO SOY. Dios le dijo a Moisés: «Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY
me envió a vosotros» (Ex 3.14). El nombre «Yo soy el que soy» significa: «Yo soy el ser absoluto, el que existe de sí
mismo». Aquí tenemos un segundo principio vital. Dios no depende en lo absoluto de los acontecimientos mundiales,
sino que es auto-existente dentro de sí mismo. No sólo es independiente del mundo, sino que no hubiera tenido
necesidad de crearlo sino fuera por su soberana voluntad. La grandiosa verdad relacionada con la Trinidad es que una
vida eternamente auto-existente reside en la divinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo. Aquí nuevamente tenemos algo
que nos inspira seguridad. Podemos estar seguros que Dios no depende de este mundo, sino que es auto-existente; él
es Señor, él es Jehová, el gran YO SOY. Así el problema comienza a disiparse.

EL ES SANTO
A continuación el profeta recuerda que otro atributo absoluto de Dios es la santidad. «¿No eres tú desde el principio, oh
Jehová, Dios mío, Santo mío?» Está seguro de su eternidad, auto-existencia, y su independencia de todo otro factor o
persona externa, también de que él es el «Santo», el absolutamente justo y santo, un «fuego consumidor». «Dios es luz
y no hay ningunas tinieblas en él». Al considerar Escrituras como estas, de inmediato nos vemos impulsados a decir: «El
juez de toda la tierra, ¿va a fallar una injusticia?» (Gn 18.25, B.J.). Tal posibilidad es inconcebible.

DIOS ES TODOPODEROSO
Luego sigue otra proposición de Habacuc. Continúa diciendo: «Oh Jehová para juicio lo pusiste; y tú, oh Roca, lo
fundaste para castigar» (1). De manera que enfatiza otra verdad de la cual está seguro: Dios es todopoderoso. El uso de
la figura «roca» sugiere la idea de la fuerza y la potencia de Dios. El Dios que creó todo el mundo de la nada, el Dios que
dijo: «Sea la luz» y hubo luz: este Dios tiene poder absoluto. Su fuerza es ilimitada. Él es «la Roca».

DIOS ES FIEL
Hay aún una proposición más que el profeta hace respecto a Dios y que en muchos sentidos es la más importante de
todas, dentro del contexto del problema que enfrenta. «¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío?
No moriremos». Él recuerda que Dios es el Dios del pacto. Aunque es independiente y absoluto, eterno, todopoderoso,
justo y santo, ha condescendido a hacer un pacto con los hombres. Hizo un pacto con Abraham, al cual el profeta se
refiere aquí, y lo renovó con Isaac y Jacob. Lo volvió a renovar con David, y este pacto era el que le daba base a Israel
para volverse a Dios y decir: «Dios mío, Santo mío». El profeta recuerda que Dios había dicho: «Yo seré vuestro Dios y
vosotros seréis mi pueblo» (Lv 26.12). Para aquellos santos varones de Dios, los profetas, y todo el que tenía
discernimiento espiritual en Israel, este factor tenía más relevancia que todos los demás. Si bien creían en los eternos
atributos de Dios, podrían quedar congelados por el pensamiento que ese Dios estaba lejos en los cielos e indiferente a
sus necesidades. Sin embargo, lo que los unía a él era el conocimiento de que era un Dios fiel que guardaba su pacto.
Dios había comprometido su palabra y jamás dejaría de cumplirla. El profeta Habacuc, al pensar en el pacto, puede
decir: «Dios mío, Santo mío», y añade: «No moriremos». No importa qué desastres realizará el ejército caldeo, jamás
podría exterminar a Israel, precisamente porque Dios había hecho promesas a su pueblo que jamás dejaría de cumplir.
Después de exponer sus proposiciones el profeta procede ahora a colocar su problema dentro del contexto de aquellos
atributos absolutos y eternos. Esto es lo que dice: «Para juicio lo pusiste… le has establecido para la corrección» (comp.
V.M.). Arriba a su respuesta respecto a los caldeos, razona de esta manera: Dios los debe estar levantando para el bien
de Israel; de esto estoy absolutamente seguro. No es que los caldeos hayan tomado la justicia por su cuenta, ni que Dios
sea incapaz de restringirlos. Esto es imposible en vista de las proposiciones que he considerado y que son absolutas.
Dios sólo los está utilizando para su propio propósito. «Para juicio lo pusiste… le has establecido para corrección», y
está llevando a cabo estos objetivos. No lo entiendo completamente, pero estoy bien seguro de que no seremos
exterminados. Este no será el fin de la historia de Israel si bien por la descripción hecha, muy pocos de nosotros
quedaremos y seremos llevados en cautiverio. Sin embargo, quedará un remanente, pues el Todopoderoso es aún Dios,
y está utilizando a los caldeos para hacer algo que contribuye al propósito del pacto. Dios no está demostrando
debilidad, no está siendo derrotado. En virtud de lo que Dios es, está haciendo esto para su propio y gran objetivo.

COMO RENCONCILIAR LA SANTIDAD DE DIOS CON SU INSTRUMENTO DE JUICIO
Abordemos ahora el segundo problema. Si Dios es todopoderoso, y está en pleno control de los acontecimientos, ¿cómo
podemos reconciliar estos eventos con la santidad de su carácter? Si reconocemos el poder de Dios y admitimos que los
caldeos no son más que instrumentos en sus manos y que sus éxitos no se deben a su dios, todavía nos resta
preguntar: ¿Cómo puede un Dios santo, permitir que estas circunstancias ocurran? Habacuc vuelve a aplicar el mismo
método que utilizó anteriormente.

UN DIOS SANTO ODIA EL PECADO Y NO PUEDE COMETER MALDAD
Comienza diciendo: «Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio» (1.13) (2). Puedo dudar sobre
muchas cosas, pero estoy seguro que Dios no puede ver el mal sin odiarlo. Lo detesta. Todo el mal que existe en el
mundo, le es completamente aborrecible debido a su pureza. Sus ojos son demasiado puros para mirar la maldad en
forma complaciente. Dios y el mal son eternos enemigos. Cualquier acto injusto o cruel no tiene cabida en el carácter de
Dios. No existe la más mínima posibilidad de hallar injusticia en Dios. Él no tienta al hombre, ni tampoco puede ser
tentado con el mal. «Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él» (1 Jn 1.5).
Después de afirmar esta verdad, se torna de inmediato hacia la dificultad que lo aqueja. Si esto es verdad, oh Dios, dice
él, «¿por qué ves a esos menospreciadores y callas cuando destruye el impío al más justo que él?» ¿Cómo podía Dios
permitir que los caldeos hicieran esto a su propio pueblo? Los compatriotas de Habacuc eran sin duda, malos pero los
caldeos eran peores. En términos contemporáneos diríamos: Reconozco que la Iglesia ha estado en decadencia por
muchos años, pero los comunistas son ateos. ¿Cómo puede Dios permitir las situaciones que están ocurriendo? O si
deseamos aplicarlo a lo personal, los hombres con frecuencia protestan de esta manera: Reconozco que no soy todo lo
que debiera ser, pero fulano es mucho peor que yo, y sin embargo está prosperando. ¿Cuál es la respuesta?

ENCOMIENDO ESTE PROBLEMA INSOLUBLE A DIOS.
En este párrafo particular de la profecía, no hay una respuesta. Para la primer pregunta respecto al poder de Dios,
Habacuc recibió una respuesta positiva, pero este problema de la santidad de Dios es más difícil. Después de establecer
sus factores absolutos, y de llevar el problema a este contexto, todavía no aparece una respuesta clara. En nuestra
experiencia esto ocurre con frecuencia. Aplicamos el mismo método que en otros casos funcionó tan bien y sin embargo
no logramos la respuesta. ¿Qué debemos hacer en tal caso? Por supuesto que no debemos llegar a una conclusión
apresurada y decir: «Como no lo entiendo, me pregunto si Dios es realmente justo». ¡No! Si aun después de aplicar el
método divino de acercamiento al problema no lo entendemos, resta todavía la alternativa de hablarle a Dios acerca del
mismo. Nos equivocamos cuando nos hablamos a nosotros mismos y luego a otras personas y preguntamos: ¿Por qué
esto? ¿No es extraño? Debemos hacer lo que hizo el profeta: Llevarle el problema a Dios y dejarlo con él.
EL EJEMPLO DEL HIJO DE DIOS
Un creyente puede quedar en esta situación por semanas, meses, o aun años. Con frecuencia ha ocurrido. No obstante,
el problema debe ser dejado con el Señor. Este no sólo fue el método profético, sino que también el Hijo de Dios lo
adoptó cuando estuvo en el mundo. Su problema era el ser «hecho pecado» para lograr la salvación del hombre. Él
sabía que su Padre podría haberlo librado de las manos, no sólo de los judíos sino también de los romanos. Podría
haber enviado doce legiones de ángeles para librarlo. Sin embargo, si él había de ser «hecho pecado» y el pecado debía
ser castigado en su cuerpo, significaba que inevitablemente debía ser separado del Padre. Este era el problema y el Hijo
de Dios debió enfrentar en el mismo, la mayor perplejidad de su vida humana sobre la tierra. Si había alguna cosa de la
cual él se retraía, era el ser separado del Padre. ¿Qué fue lo que hizo? Exactamente lo mismo que Habacuc. Oró y dijo:
«Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mt 26.39). En efecto dijo:
No lo entiendo, pero si así lo has determinado, yo estoy dispuesto. Llevó el problema que no podía comprender, a Dios,
y allí lo dejó. Podemos decir con reverencia que el Señor Jesús, aunque quizás no comprendía plenamente el haber sido
hecho hombre. Sin embargo siguió hacia adelante, confiando que la voluntad de Dios es siempre recta y que un Dios
santo jamás mandará hacer algo que está mal.

ORIENTACIONES PARA ODIAR EL PECADO



Por Richard Baxter.

ORIENTACION N° 2

Tenga bien considerado el sacrificio de Cristo, Su sandre derramada y Su
vida santa. Su trabajo es expiar el pecado y destruirlo. Su sangre fue
derramada por éste. Su vida lo condenó. Ame usted a Cristo y odiará aquello
que causó su muerte. Ame a Cristo y usted anhelará ser hecho a Su imagen, y
odiará aquello que tan contrario es a Él.

domingo, 18 de octubre de 2009

JESUCRISTO ES TODO

ORIENTACIONES PARA ODIAR EL PECADO



Por Richard Baxter.
Richard Baxter
(Rowton, 1615-Londres, 1691) Teólogo inglés. Partidario de un inconformismo moderado, contribuyó al retorno de Carlos II, pero fue perseguido por puritano. Es autor de un importante libro de espiritualidad
.




ORIENTACION N° 1

Esfuércese tanto por conocer a Dios como para ser conmovido por Sus
atributos. Viva siempre delante de Él. Nadie puede conocer el pecado
perfectamente porque nadie puede conocer a Dios perfectamente. Usted no
puede conocer el pecado más de lo que conoce a Dios, contra quien usted
peca; la maldad formal del pecado es relativa, pues es contra la voluntad y los
atributos de Dios. El hombre piadoso tiene algún conocimiento de la maldad del
pecado porque él tiene algún conocimiento del Dios que es ofendido por éste.
El impío no tiene un conocimiento práctico y prevaleciente de la maldad del
pecado porque él no tiene un conocimiento de Dios. Aquellos que temen a Dios
temerán el pecado; aquellos que en sus corazones son irreverentes e
impertinentes para con Dios, harán, en sus corazones y en sus vidas, lo mismo
para con el pecado; el ateísta, que piensa que Dios no existe, también piensa
que no hay pecado contra Él. Nada en el mundo entero nos mostrará de
manera tan simple y poderosa la maldad del pecado, tanto como el
conocimiento de la grandeza, bondad, sabiduría, santidad, autoridad, justicia,
verdad y etc., de Dios. Por tanto, el sentir su presencia hará que también
sintamos la maldad del pecado.

jueves, 15 de octubre de 2009

LA INSENSATEZ DE LA INDETERMINACION EN LA RELIGION

Por Jonathan Edwards.
Prédica, 1734
(Traducción abreviada)
"Y Elías vino a todo el pueblo, y dijo: ¿Hasta cuándo van a cojear entre dos
pensamientos? Si el Señor es Dios, síganle; pero si es Baal, entonces síganle a él. Y
el pueblo no le respondió ni una palabra." (1 Reyes 18:21)
Es la manera de Dios, antes de dar alguna señal de Su misericordia al pueblo,
prepararlo primero para ello; y antes de quitar algún juicio que El trajo sobre ellos
por sus pecados, El quiere que primero el pueblo abandone estos pecados que
provocaron el juicio. Tenemos un ejemplo de esto en el contexto.
Hubo hambre en Israel. No había caído ni lluvia ni rocío por tres años y seis meses.
Esta hambruna fue un juicio por la idolatría del pueblo. Ahora Dios estaba por quitar
este juicio. Entonces, para preparar al pueblo, envía a Elías para convencerles de la
insensatez de la idolatría, y para llevarles al arrepentimiento.
Para hacer esto, Elías se presenta ante el rey Acab, y le instruye a juntar a todo
Israel en el monte Carmelo, y a todos los profetas de Baal, para determinar el
asunto y acabar con la controversia, si Jehová era Dios o si Baal lo era. Para esto,
Elías propone que él iba a tomar un buey, y los profetas de Baal otro buey, y que
cada uno corte su buey en pedazos, lo ponga sobre leña, pero sin encender fuego;
y el Dios que iba a responder con fuego, sería el Dios verdadero.
En esa ocasión, Elías dijo al pueblo las palabras: "¿Hasta cuándo van a cojear entre
dos pensamientos? Si el Señor es Dios, síganle; pero si es Baal, entonces síganle a
él." - Y el pueblo no le respondió nada.
En estas palabras podemos observar:
1. Cómo Elías reprende al pueblo por estar cojeando tanto tiempo entre dos
pensamientos.
Los dos pensamientos eran, si el Señor era Dios, o si Baal era Dios. Hubo algunos
en Israel que estaban completamente del lado de Baal, y rechazaban
completamente al Dios verdadero, como Jezabel y los profetas de Baal. Y hubo
algunos que estaban completamente del lado del Dios de Israel, y completamente
rechazaban a Baal, como Dios dijo a Elías que "él se había reservado en Israel a
siete mil que se no habían arrodillado ante Baal", 1 Reyes 19:18.
Pero el resto del pueblo cojeaba entre las dos opiniones. No sabían cuál escoger; y
muchos no tenían ninguna religión en absoluto; no estaban determinados en nada;
estaban confundidos entre las diferentes opiniones. Muchos de los que profesaban
creer en el Dios verdadero, estaban fríos e indiferentes.
2. Esta reprensión implica que el cojear entre dos pensamientos es insensatez.
"Si el Señor es Dios, síganle; pero si es Baal, entonces síganle a él." Esto implica
que el pueblo debería decidirse por el uno o por el otro. - Observamos el silencio
del pueblo. Parece que en sus conciencias fueron convencidos de su insensatez;
ellos no tenían nada que responder para justificarse.
Enseñanza: La indeterminación en la religión es muy insensata.
I. Muchas personas permanecen muy indeterminados en cuanto a la religión.
Muchos que son bautizados, y profesan su religión, y parecen ser cristianos, están
en sus mentes todavía cojeando entre dos pensamientos: nunca llegaron
plenamente a una conclusión de si quieren ser cristianos o no. Fueron enseñados
la religión cristiana en su niñez, y escuchan la prédica de la Biblia, pero continúan y
crecen y envejecen en un estado no resuelto de si quieren comprometerse con el
cristianismo o no; y muchos continúan así toda su vida.
1. Algunas personas nunca determinaron en sus mentes, si hay alguna verdad en la
religión o no. Escucharon de las cosas de la religión desde su niñez, pero nunca
llegaron a una conclusión en su mente de si esto es real o fantasía. En particular,
algunos nunca determinaron en sus mentes si existe algo así como la conversión.
Escucharon hablar mucho de ello, y saben que muchos pretenden haberlo
experimentado; pero nunca resolvieron si todo esto quizás sería solo hipocresía y
pretensión.
Algunos nunca llegan a una determinación de si las Escrituras son realmente la
palabra de Dios, o el invento de hombres; y si las historias acerca de Jesucristo
quizás son solo fábulas. Temen que todo es verdad, pero a veces dudan mucho de
ellos. Cuando escuchan argumentos a favor, asientan que es verdad; pero cuando
surge una pequeña objeción o tentación, lo cuestionan otra vez; así siempre vacilan
y nunca se deciden.
2. Algunos nunca determinaron si desean entregarse a la práctica de la religión.
Probablemente la mayoría decide ser religiosos en algún momento antes de morir;
porque nadie desea ir al infierno. Pero siempre postergan la decisión, y nunca
llegan a una conclusión en cuanto a su práctica en el presente.
Hay muchos que nunca resolvieron el asunto de buscar, y dedicarse seriamente, a
la salvación. Se halagan a sí mismos que podrían obtener la salvación aunque no la
buscan tan seriamente, aunque se preocupan más por los asuntos del mundo que
por su salvación. Escucharon muchas veces que debían buscar la salvación con
todas sus fuerzas, pero nunca se convencen realmente de ello.
Muchos nunca determinaron cuál parte escoger. Hay solo dos posibilidades que
Dios ofrece al hombre: una es este mundo, con los placeres y beneficios del
pecado, a los que sigue la miseria eterna; la otra es el cielo y la gloria eterna, con
una vida negándose a sí mismo y respetando todos los mandamientos de Dios.
Muchos nunca llegan a una decisión entre los dos. Quisieran tener el cielo y este
mundo también; quisieran tener la salvación y el placer del pecado también. Pero
considerando el cielo y el mundo como Dios los ofrece, no tendrán ninguno de los
dos. Dios ofrece el cielo solo con la negación de sí mismo y las dificultades que
están en el camino; y ellos no quieren tener el cielo con estas condiciones. Dios
ofrece el mundo y los placeres del pecado solo junto con la miseria eterna; y así
ellos no quieren el mundo tampoco.
De hecho, en la práctica y en efecto, ellos escogen el pecado y el infierno. Pero en
sus propias mentes no llegan a una conclusión. Mientras no encuentran ninguna
dificultad o tentación, y pueden hacer su deber, como dicen, sin herirse mucho a sí
mismos ni negarse mucho sus inclinaciones carnales, parecen escoger el cielo y la
santidad. En otros momentos, cuando encuentran dificultades en su deber, y
grandes tentaciones de beneficios mundanos, entonces escogen el mundo, y se
apartan del cielo y de la santidad.
Así pasan su vida sin decidirse, aunque en la práctica escogieron el servicio de
satanás. De estas personas dice Santiago en 1:8: "El hombre de doble ánimo es
inconstante en todos sus caminos."
II. Continuar en este estado indeterminado en las cosas de la religión, es muy
insensato, por las siguientes razones:
1. Las cosas de la religión son de suma importancia para nosotros. Si Dios existe o
no; si las Escrituras son la palabra de Dios o no; si Cristo es el Hijo de Dios o no; si
existe la conversión o no - esto hace una diferencia infinita en nuestra vida. Por
tanto estamos bajo la más grande obligación de resolver en nuestras mentes si
estas cosas son verdad o no. El que permanece indeterminado, y no investiga en
estas cosas, actúa de manera muy insensata. En vez de buscar e investigar acerca
de los argumentos a favor y en contra, ocupan sus mentes con cosas infinitamente
menos importantes; y actúan como si no les importaría si existe la eternidad.
Ningún hombre sabio se quedaría insatisfecho en esta pregunta; porque si la
eternidad existe como las Escrituras aseguran, entonces cada uno de nosotros
tiene su parte allí, o en el lugar de la recompensa eterna, o en el lugar del castigo
eterno. Entonces no podemos quedarnos indiferentes hacia estos asuntos. Se trata
de estados opuestos, no solo por algunos días en este mundo, sino por toda la
eternidad. Es una locura infinita no llegar a una determinación.
2. Dios nos creó como criaturas razonables, capaces de determinar de manera
racional. Dios hizo al hombre capaz de descubrir la verdad en los asuntos de la
religión. La solución de estas preguntas no es más allá de nuestras capacidades.
Dios dio al hombre suficiente entendimiento para que pueda determinar qué es lo
mejor, llevar una vida de negarse a sí mismo y disfrutar de la felicidad eterna, o
disfrutar del pecado y quemar en el infierno para siempre. La pregunta no es difícil -
la razón de un niño sería suficiente para determinarla. Por tanto, los hombres que
permanecen indeterminados, actúan no como criaturas razonables, sino "como el
caballo y el mulo, que no tienen entendimiento" (Sal.32:9).
3. Dios pone en nuestras manos la oportunidad de decidir nosotros mismos. ¿Qué
mejor oportunidad puede desear un hombre, que tener la libertad de escoger su
propio destino? Dios ha puesto la vida y la muerte delante de nosotros (Deut.30:19).
Por tanto, los que descuidan su decisión, actúan de manera irrazonable, porque
están tapando su propia luz, y descuidan una oportunidad tan gloriosa.
4. No tenemos muchas opciones entre las que escoger, sino solamente dos: la vida
o la muerte, la bendición o la maldición, una vida de obediencia perseverante con
gloria eterna, o una vida mundana, carnal, malvada, con miseria eterna. Si
tuviéramos muchas opciones, y muchas de ellas tuvieran casi el mismo valor,
entonces sería más entendible si alguien se queda indeciso por mucho tiempo.
Pero hay solo dos alternativas.
Y hay solo dos estados en este mundo: el estado del pecado y el estado de
santidad; el estado natural y el estado convertido. Hay solo dos caminos para
viajar, el camino angosto que lleva a la vida, y el camino ancho que lleva a la
destrucción.
5. Dios nos ha dado toda la ayuda para decidir. Las Escrituras están abiertas ante
nosotros, y todas las doctrinas del evangelio están expuestas, con sus razones y
evidencias. Podemos buscar y probar su fuerza y suficiencia a nuestro antojo.
Tenemos claramente expuestas ante nosotros las ventajas de ambos lados; la
pérdida y la ganancia están específicamente declaradas. Cristo nos dijo fielmente lo
que recibiremos, y lo que perderemos, al hacernos Sus seguidores. También nos
dijo lo que recibiremos, y lo que perderemos, con una vida de pecado.
El nos dijo claramente que debemos tomar la cruz diariamente y seguirle a El; que
debemos aborrecer a padre y madre, y esposa ye hijos, y hermanos y hermanas, y
aun nuestra propia vida, para ser Sus discípulos. Tenemos la oportunidad de
calcular el costo imparcialmente por ambos lados, y somos instruidos a hacerlo
(Luc.14:28). - Cuán irrazonable es, entonces, permanecer indeciso y no llegar a una
conclusión de si uno quiere ser cristiano o pagano, ser de Dios o del diablo.
6. No podemos esperar estar más tarde en mejores condiciones para decidir que
ahora. Nunca tendremos una revelación más clara de la verdad del evangelio;
nunca tendremos una exposición más clara de las ventajas y desventajas de ambos
lados como ya la tenemos en la palabra de Dios; y no es probable que algún día
sepamos mejor qué es bueno para nosotros. Entonces, los que postergan su
decisión, solo están dando a satanás más oportunidad de oscurecer sus mentes, de
engañarles y de llevarles por el camino equivocado.
7. Si alguién no llega a una decisión en esta vida, Dios decidirá por él, y le dará su
parte con los malvados. Si los pecadores, al negarse a escoger o el cielo o el
infierno, pudieran evitar ambos, su necedad no sería tan grande. Pero este no es el
caso; si ellos permanecen indecisos, Dios decidirá por ellos, y su parte será en el
lago que arde con fuego y azufre para siempre.
8. El que posterga la decisión es irrazonable, porque no sabe cuán pronto habrá
pasado la oportunidad de decidir. Esta oportunidad dura solamente mientras
estamos con vida; una vez que acaba la vida, el asunto estará cerrado.
Aquellos que perdieron esta oportunidad, estarían felices si pudieran escoger
después; entonces no dudarían en qué escoger. Los juicios de los pecadores,
después de esta vida, se resuelven rápidamente. Pero entonces será demasiado
tarde; su oportunidad pasó. Ellos darían el mundo entero por una segunda
oportunidad de escoger; pero no la tendrán.
APLICACIÓN
I. Que cada uno se examine a sí mismo, si ya llegó a una determinación plena en el
asunto de la religión.
Primero, ¿ya llegaste a una determinación plena en cuanto a la verdad de la
religión? ¿o queda todavía una cuestión no resuelta?
1. Si tu razón principal para aceptar la verdad de la religión es, que otros lo creen, y
que te han instruido así desde niño; entonces para ti la verdad de la religión todavía
está indeterminada. La tradición y la educación nunca asegurarán la mente en una
fe satisfactoria y eficiente en la verdad. Una tal fe no soportará ningún choque; una
tentación o una prueba la derribará fácilmente.
Hay multitudes que parecen estar seguros en la verdad de la religión, pero el
fundamento de su fe es solo la tradición de sus padres, o la religión de sus
prójimos; y temo que este es el caso de muchos que se consideran buenos
cristianos. Mientras nunca han visto alguna otra evidencia para satisfacerles, están
todavía cojeando entre dos pensamientos.
2. Si llegaste plenamente a una determinación en cuanto a la verdad de la religión,
entonces estas cosas tendrán para ti más peso que cualquier cosa en el mundo. Si
estás realmente convencido de que esto es realidad, entonces necesariamente esto
te influenciará más que cualquier cosa del mundo; porque estas cosas (de la
religión) son tan grandes, y exceden tanto las cosas temporales, que no puede ser
de otra manera. El que realmente está convencido de que el cielo y el infierno
existen, y el juicio eterno; y que la felicidad y la miseria del futuro son tan grandes
como las Escrituras lo representan; y que Dios es tan santo, justo, y celoso, como
El declaró acerca de sí mismo; el que realmente está convencido de todo esto, será
influenciado por ello más que por cualquier cosa del mundo. Se preocupará más
por escapar de la condenación eterna y por tener el favor de Dios y la vida eterna,
que por ganar el mundo, agradar a la carne, complacer a sus prójimos, recibir
honra, o ganar cualquier ventaja temporal. Su preocupación principal no será,
"¿qué comeremos, y qué beberemos?" (Mat.6:31), sino "buscará primero el reino de
Dios y su justicia" (Mat.6:33).
Examínate en este punto. ¿No está puesto tu corazón primeramente hacia el mundo
y sus cosas? ¿No es tu preocupación asegurar tus intereses externos, más que
asegurar tu interés en el cielo? ¿Y no es esta la razón por qué nunca viste la
realidad de las cosas eternas?
Segundo, ¿ya llegaste a una determinación respecto a la práctica de la religión?
¿Escogiste el cielo junto con el camino que lleva allá, o sea, la obediencia y negarte
a ti mismo, y renunciaste a este mundo y los caminos del pecado? ¿Has
determinado elegir como lo mejor, dedicarte al servicio de Dios?
Las siguientes son señales de que los hombres cojean entre dos pensamientos en
este asunto:
1. Postergar el deber para después. Si alguien tiene muy buenas intenciones en
cuanto a lo que hará mañana, pero actos muy insatisfactorios hoy; si dice como
Félix: "Anda por esta vez, te volveré a llamar cuando tenga un tiempo conveniente"
(Hech.24:25) - entonces es una señal de que está cojeando entre dos pensamientos.
Aquellos que decidieron plenamente que la religión es necesaria, no desearán
postergarla, sino se ocuparán de ella en el presente e inmediatamente.
2. Igualmente, cuando alguien es estrico y concienzudo en algunas cosas, pero no
universal en su obediencia; hace algunos deberes pero omite otros; evita algunos
pecados pero se permite otros; está consciente de sus deberes de adoración
pública y privada, pero no de su comportamiento con sus prójimos; no es justo en
sus negocios, ni concienzudo en pagar sus deudas; no trata a los demás en la
manera que él mismo quisiera ser tratado, pero actúa en maneras torcidas y
perversas.
Lo mismo, cuando alguien es justo en sus negocios y se comporta bien con sus
prójimos, pero no es concienzudo en otras cosas: se permite apetitos sensuales,
come o bebe en exceso, o se permite la lascivia; o si es honesto y moderado, pero
no domina el uso de su lengua, calumniando e insultando a sus prójimos - 2
Tim.3:6-7.
3. Es una señal de que estás cojeando entre dos pensamientos, si a veces estás
considerablemente dedicado a la religión, pero en otros momentos la descuidas; a
veces estás resuelto a buscar seriamente la salvación, y en otros momentos
completamente absorbido en las cosas del mundo.
Esto demuestra que todavía eres inconstante en todos tus caminos. Si tu
determinación fuera fija en la religión, entonces estarías más constante en tu
práctica.
4. Es una señal de que estás cojeando entre dos pensamientos, si evitas tu deber
cuando alguna dificultad viene en tu camino, o cuando tu deber interfiere con tus
propios intereses, con tu comodidad, o con tu honra temporal. No importa cuan
celoso y estricto seas normalmente en las cosas de la religión, todavía no llegaste a
una determinación plena. A lo más, llegaste hasta donde llegó el rey Agrippa, quien
fue casi persuadido a volverse cristiano (Hech.26:28). Estás en el estado de la tierra
pedregosa, no tienes raíz en ti, y como un árbol sin raíz, estás fácilmente derribado
por cualquier viento.
II. Concluiré con una exhortación seria a todos, de no seguir cojeando entre dos
pensamientos, sino llegar inmediatamente a una determinación, si desean ser
cristianos o no. Decide si deseas tener el cielo, con una vida de obediencia
universal y perseverante; o el infierno, con una vida disfrutando de este mundo. -
Considera lo que fue dicho, demostrando la insensatez de continuar en tal
indecisión acerca de un asunto de infinita importancia para ti. - Considera, además,
estos dos puntos:
1. Aquellos que viven en conocimiento del evangelio, y continúan indecisos en
cuanto a la religión, son más abominables para Dios que los paganos. El odia a
aquellos que continúan año tras año bajo los llamados, y advertencias, e
instrucciones de la palabra de Dios, y sin embargo no llegan a ninguna
determinación y no quieren ser ni cristianos ni paganos. Estos son de los que habla
Apocalipsis 3:15-16: "Yo conozco tus obras, que no eres ni frío ni caliente. ¡Oh, si
fueras frío o caliente! Así como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi
boca." Estos son los que "siempre están aprendiendo, y nunca llegan al
conocimiento de la verdad" (2 Tim.3:7).
2. Si sigues negándote a llegar a una determinación de si quieres ser cristiano o no,
¡cuán justo sería, si Dios no te diera ninguna oportunidad futura! Si rehúsas
decidirte en absoluto - después de todo lo que fue hecho para exponer la vida y la
muerte tan claramente delante de ti, llamándote y advirtiéndote -, cuán justo sería,
si Dios rehusara seguir esperándote, y en lugar de ello, por su sentencia inalterable,
fijara tu lugar con los incrédulos, y te enseñara la verdad por medio de una
experiencia triste y fatal, cuando sea demasiado tarde para escoger tu parte.